¡Esos idiotas españoles!

Indefectiblemente, este es un país de idiotas. La comparación con otros acomodos nacionales europeos no resiste ni un solo contraste. Cierto es que el número de sandios brilla por su excepcionalidad, por su singularidad numerosa, por su grupalidad circunstancial, pero no deja de ser un pequeño ejército al servicio de no se sabe bien qué objetivo.

¿A qué viene tal invectiva? Muy largo de explicar. Pero tampoco imposible. Terroristas atacan Francia. Mueren franceses en el tiroteo. Francia responde atacando las bases operativas de los terroristas en su origen. Españoles protestan, inmediatamente, por lo que consideran un acto paralelo de terrorismo.

Eso es así. No tiene doble lectura ni excusa argumental. Cuando siete, o nueve, terroristas yihadistas asesinan indiscriminadamente en París a ciudadanos que pasaban por allí, la reacción de determinados submundos de la política europea es repartir las culpas entre el asesino y el muerto. Pasó en España a lo largo de los días posteriores al 11-M. unos terroristas árabes masacraron a doscientas personas, y buena parte de los manifestantes españoles se movilizaron para culpar al Gobierno español de la tragedia. Aznar, asesino. La culpa no era del que puso las bombas, la culpa era del Gobierno de España. Ese relativismo imbécil de buena parte de la opinión pública española fue un paradigma de este pobre país condenado a sobrevivir a sus propias élites políticas. Arturo Pérez-Reverte, mi vecino de página, ha escrito memorables páginas al respecto.

Una vez muertos los pobres franceses y no solo franceses, también algún español y otros nacionales más que andaban de paseo por Bataclán o por los alrededores del estadio de Saint Denis, el mundo entero desató todo tipo de alertas. La libertad y tal. La legitimidad democrática y tal. Todo eso que exhibe Occidente cuando le atacan. La necesidad de una respuesta contundente.

Y se produce la respuesta. Francia, que es un país serio, y no un simulacro como el que nos ocupa (Juan Pablo Colmenarejo dixit), bombardea las bases operativas de los que le han causado el desgarro al objeto de causarles el mayor daño posible. Arrasan algún campamento de los terroristas del DAESH y se repliegan hasta nueva orden. Lo que hubiera hecho cualquier país normal que dispusiera, por demás, de los medios necesarios. En España se aplaude la contundencia con algunas reservas. Los profesionales del buenismo estúpido e interesado rápidamente salieron a la palestra para mostrar su disconformidad acorde a su equidistancia. Algunos acusaron a Hollande de terrorista a la contra. Otros abogaron por la inmediata puesta en marcha de un escenario de debate y diálogo capaz de amortiguar las tensiones; otras como la absurda alcaldesa de Madrid abogaban por una negociación de mujeres, siempre más dispuestas a la paz; otros, en fin, predicaban el diálogo de flores y cánticos con terroristas del peor jaez.

Pero la culminación de la idiocia vino dada de la mano de un puñado de concejales del Ayuntamiento de Córdoba. Como todos los estamentos administrativos españoles, dispusieron algunos momentos de silencio en solidaridad con las víctimas. Una vez acabada la performance, una concejal de Podemos, a voz en grito, exigió que se guardara otro minuto de silencio por las víctimas de los bombardeos franceses de respuesta, es decir, por los terroristas del ISIS arrasados por la acción del Ejército galo. La sorpresa fue que la alcaldesa del PSOE, Isabel Ambrosio, asintió entusiasmada a la estúpida propuesta de la concejal. Y allí la tenían, junto con medio Consistorio cordobés, jugando a la equidistancia entre los asesinos y los asesinados, sin que días después se le haya caído la cara de vergüenza ni haya querido dar una sola explicación convincente. Guardar un minuto de silencio por los terroristas y sus víctimas es un viejo escenario conocido en algunos territorios de España. Hacerlo por los masacrados en Francia y por sus asesinos es una infamia impropia de gente decente. Córdoba, felizmente, es otra cosa. Pero bueno es que sepa a quién tienen los amigos cordobeses de administradora general.

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