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PEQUEÑAS INFAMIAS

El bebé de Rosemary quiere enseñar en Harvard

CARMEN POSADAS

Lunes, 26 de Septiembre 2016

Tiempo de lectura: 3 min

Como ateos -explicó hace poco el portavoz de El Templo Satánico- luchamos por una verdadera libertad religiosa». Después de esta declaración pasó a explicar que el culto a Satán progresa adecuadamente. «Este otoño -dijo-, con la vuelta de los niños al colegio, empezarán a funcionar nuestros primeros clubs infantiles. Y el pasado mes de agosto, en el estado de Alaska -añadió-, la reunión de un gobierno local comenzó con una invocación a Satán mientras que en Oklahoma, y a pesar de que se lograron reunir miles de firmas para evitar su celebración, tuvo lugar y en lugar público una misa negra. Una -explicó orgulloso- en la que realizamos, además, la 'consumación' de la Virgen María». Seguro que cuando Roman Polanski rodó su mítica La semilla del diablo jamás imaginó que casi cincuenta años más tarde y en pleno avanzado y supuestamente laico siglo XXI vería el auge y la presencia pública del príncipe de las tinieblas. Y sin embargo ya ven, al parecer el bebé de Rosemary, ahora cincuentón, goza de muy buena salud. El hecho no deja de tener su lado chusco. Resulta, por ejemplo, pintoresco que los adoradores de Satán se proclamen ateos. Un ateo es por definición alguien que descree de cualquier tipo de divinidad o entidad sobrenatural. ¿Qué hacen entonces adorando a Belcebú? También su estética, así como los postulados de su satánico Templo, es bastante risible. Basta entrar en Internet para comprobar que no renuncian a ninguno de los clichés al uso, desde los cuernos al azufre, desde el rabo a las patas de cabra. Dicho esto, existen otros aspectos de la noticia que resultan inquietantes. Desde hace años, los adoradores del mal intentan ganar 'respetabilidad'. Amparándose en la libertad de culto, los satanistas (casi) lograron celebrar hace un par de años una misa negra nada menos que en la Universidad de Harvard. Los alumnos que, alarmados, intentaron evitarla pensaron que bastaría con informar a las autoridades religiosas de la universidad para que se hicieran cargo del asunto. Ante su sorpresa, descubrieron que estas no tenían la menor intención de hacerlo, arguyendo que «tratar de coartar la libertad religiosa de los satanistas podría causarle problemas a los cristianos en el futuro». La cercana iglesia de Saint Paul, por su parte, se limitó a tomar una mínima precaución, hacer que los fieles consumieran la sagrada forma delante del sacerdote, para evitar que alguien pudiese guardársela con ánimo de profanarla en la venidera y negra ceremonia. A aquellos alumnos, sin embargo, la medida no les pareció precaución suficiente y decidieron llamar a otras puertas. Escribieron una nota en la que querían resaltar los valores que siempre había defendido su universidad y cómo Harvard prohibía la denigración de la raza, la religión y el sexo de las personas. Adjuntaron a su nota más de cien mil firmas recabadas en poco más de una semana a través de las redes sociales y remitieron ambas cosas a la presidenta de Harvard, cuyo nombre, miren ustedes qué curioso, es la doctora Faust. La doctora Faust respondió que, aunque deploraba la misa negra, no cancelaría su celebración, en aras de la libertad de culto, aunque sí pensaba asistir a la hora de oración que, en desagravio, pensaban organizar los creyentes. Finalmente el bebé de Rosemary no ofició en Harvard. Después de un gran revuelo mediático se decidió que la misa negra, en vez de celebrarse en uno de los comedores, tuviese lugar a pocos metros de allí, pero fuera del recinto de la universidad. Desde entonces y montados en los siempre gráciles corceles de la libertad de expresión y de culto, los satanistas han seguido cabalgando. Pero qué habría pasado si la provocación fuera otra? Una que ofendiera no a los cristianos, sino a devotos de otros credos y/o sensibilidades. Negacionistas del Holocausto, por ejemplo, o críticos del islam. ¿Qué callos ideológicos, religiosos o de género se pueden pisar y cuáles no? Todos lo sabemos de sobra y nos autocensuramos a diario. Una pena. Como también lo es que no salgamos en defensa de nuestra cultura, de nuestras creencias. Seguro que el bebé de Rosemary está encantado con nuestra tibieza.