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PEQUEÑAS INFAMIAS

Cosas terribles que solo les pasan a otros

CARMEN POSADAS

Lunes, 10 de Octubre 2016

Tiempo de lectura: 3 min

Hace unas semanas, Tiziana Cantone, guapa, joven y con un futuro prometedor, bajó al sótano de la casa en la que vivía, pasó una cuerda alrededor, de su cuello y se ahorcó de una viga. En realidad había empezado a morir un año y medio antes, concretamente el día en que descubrió que se había hecho viral el vídeo que su novio le tomó teniendo ella relaciones sexuales con otro. Ni siquiera tuvo el magro consuelo de poder decir que había sido engañada. Su novio, un tal Sergio di Palo, al que por lo visto le iba el rollo 'voyeur', la convenció para que se dejase grabar y luego ella consintió en que el vídeo se enviara a cinco amigos de Di Palo. En él podía verse cómo Tiziana, en pleno fragor, se volvía hacia su novio para decir. «¿Estás haciendo un vídeo? ¡Bravo!». La frase no tardó en convertirse en una especie de eslogan burlesco. Se imprimieron camisetas con el texto, objetos de recuerdo como tazas y llaveros e incluso dos futbolistas famosos colgaron en la red una parodia de la escena rodada en un concurrido supermercado. Tiziana intentó por todos los medios sobrevivir a la vergüenza. También –o tal vez habría que decir sobre todo– al ridículo, que es aún más cruel, doloroso y difícil de superar que la indignidad. Probó sin éxito cambiar de nombre, de ciudad, en todas partes la reconocían y era diana de chufla por parte de todos esos biempensantes que suelen regodearse farisaicamente en la desgracia o descrédito ajeno pensando que ese tipo de cosas terribles solo les pasan a otros. Intentando buscar el amparo de la ley, Tiziana interpuso y ganó en caso judicial el llamado 'derecho al olvido' que obligó a que se eliminaran de varios sitios y buscadores, incluido Facebook, el vídeo de su infortunio. No sirvió de mucho, la grabación tenía para entonces vida propia y siguió circulando por ahí. Incluso más que antes, como ocurre con todo lo que tiene cierto tinte oscuro o clandestino. Para colmo, se la obligó a pagar los costes legales, veinte mil euros, una fortuna para alguien que, en todo este desgraciado asunto, había perdido también su trabajo. Entonces escribió: «Estoy sufriendo una total devastación. Es cierto que no he sido precavida al hacer juegos estúpidos con personas desconocidas, pero lo que está sucediendo me acerca de forma rápida a instintos suicidas». Meses más tarde apareció ahorcada. Como siempre que un episodio así acaba en tragedia, se ha abierto un debate. En Italia muchos abogan incluso por acusar de inducción al suicidio a aquellos que habían difundido el vídeo. En España,  por su parte, la Guardia Civil pensó que podía usar su triste caso para que sirviera de ejemplo y colgó el siguiente tuit: «El caso de #TizianaCantone nos puede hacer pensar sobre el riesgo del #sexting. ¿Lo conoces?». Pocas horas más tarde se vio obligada a rectificar porque muchos tuiteros arguyeron, y no sin razón, que el tuit en cuestión parecía culpabilizar a Tiziana de su infortunio. «¿No ha sido el novio el que cometió el delito?, –decía uno de ellos–. ¿Preferís culpar a la víctima del delito?». Los medios de comunicación recuerdan estos días cuáles son las penas que se contemplan para este tipo de delito. De tres meses a un año de prisión, o multas que van desde dos a trescientos euros diarios por un periodo de tres a seis meses a quien «sin autorización de la persona afectada difunda o revele vídeos, imágenes y grabaciones que hubiera obtenido con su anuencia cuando la divulgación menoscabe gravemente su intimidad personal». ¿Cuánto vale la dignidad de una persona? ¿Hasta qué punto estamos todos –y especialmente los menores– expuestos a este tipo de 'revelaciones' y qué se puede hacer para evitarlas? De momento no hay respuesta satisfactoria para ninguna de estas preguntas, pero no estaría de más empezar a pensar que imprudencias como la de Tiziana no son un caso aislado. No son «ese tipo de cosas terribles que solo les pasan a otros», sino algo que le puede ocurrir a nuestros hijos, a nuestros hermanos o nietos, a nosotros mismos, incluso. Si los biempensantes tuvieran esto en cuenta, tal vez se evitaría al menos el escarnio de quien, además de tener la desgracia de ser víctima de un delito, acaba convertido en objeto de burla y menosprecio.