La estatua de Franco

ARTÍCULOS DE OCASIÓN

Han pasado las suficientes semanas desde la polémica exposición que tuvo lugar en el Born de Barcelona, y que incluía la recolocación de una estatua de Franco en la plaza, como para recapitular. Podemos hacerlo de dos formas. La primera, la más sabia, es sencillamente echándonos a reír y dándonos cuenta de lo estúpidos que somos y lo mal entendida que llevamos la historia y la acción política, pese a lo listos que nos creemos. La segunda manera de enfocar el asunto nos lleva a la misma conclusión, pero, en lugar de provocarnos la risa, provoca espanto. No había nada reprobable en montar una exposición que analizara la representación del poder y que, entre otras muestras, volviera a colocar una estatua de Franco a la vista de la calle. Al fin y al cabo, no hay mejor expresión de algo que su observación. Por desgracia, los restos del franquismo son mucho más evidentes y contemporáneos en nuestra sociedad que la presencia de estatuas. El primer problema, y bien grave, es que la estatua se encontraba descabezada. Nadie sabe ni da explicaciones de cómo ocurrió el daño, pero del mismo modo impune están desapareciendo gran parte de nuestros tesoros artísticos, urbanos y audiovisuales. No es una anécdota.

La reacción de los políticos a raíz de la muestra fue desmesurada. La desmesura es la única salida que encuentran para encubrir su carencia de ideas. Tratan así de sumar adeptos, como los suman los equipos de fútbol, no tanto por el juego y las ideas, sino por los colores y la pasión irredenta. Así nos va. Tanto los que consideraban que exponer la estatua de Franco en un contexto museístico era una afrenta a un líder nacional intocable como los que opinaban que era un rescate lamentable de una época ya pasada se equivocaban de raíz. Basta con viajar al extranjero para encontrarse con ejemplos de cómo la historia, por reprobable que sea, no se niega ni se oculta, sino que se contextualiza. En Alemania acaba de salir a la venta una edición crítica de Mi lucha, el libro que escribió Hitler, y en Budapest visité un museo memorial donde se recogen las más destacadas estatuas que marcaron los años de la dictadura comunista. ¿Algún problema? Ninguno.

Peor que todo esto es lo que ocurrió con la estatua de Franco en los días siguientes. Expuesta en el exterior del museo sin ninguna protección, fue pasto de los bromistas y los afrentados. Ante esa primera reacción, provocada por la incapacidad de la gente para entender la distancia entre la representación y la realidad, algo tosco pero que es nuestro pan de cada día, la autoridad competente no reaccionó y protegió la estatua guardándola en el interior del museo, sino que permitió esa parodia de la revolución, donde destruir la estatua no era un acto de heroísmo, sino una patochada para juerga general. El resultado, la pieza fue derribada y rota. Nadie guardó la menor misericordia en la preservación de una expresión artística, se olvidaron de que la figura era obra del escultor Viladomat, que cuenta la leyenda que aceptó el encargo del alcalde Porcioles a cambio de recuperar un coche de importación que le habían confiscado las autoridades. Sea como sea, el destino final de la pieza resulta grotesco y habla a las claras del desprecio hacia el arte y la cultura que caracteriza a nuestro país.

Pero más allá de la pieza en sí, y hasta de Franco mismo, lo que queda es la incapacidad para enfrentarnos al pasado común. Mientras la Fundación dedicada al Caudillo sigue exponiendo sin complejos un relato tergiversado, desde la experiencia democrática no somos capaces de tejer un acuerdo. Tan solo astracanadas y sectarismo. El tiempo nos está enseñando que la generación de los años 1930 no fue ni más violenta ni más irracional que otras generaciones españolas. Todas, expuestas al conflicto, terminan por comportarse de modo visceral y enfermo. Tras la anécdota chusca de la estatua de Franco se esconde una realidad mucho más triste y desoladora. Queda pendiente para la generación que ha nacido ya en el siglo XXI superar esta miseria intelectual; ojalá ellos logren un país más decente que el que nos ha tocado vivir.

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