Salgan con los bolsillos vacíos

ARTÍCULOS DE OCASIÓN

Hace poco el Vaticano recordó a los consumidores que iba en contra de las convicciones cristianas eso de esparcir las cenizas de los difuntos por lugares emblemáticos de su vida. Según las jerarquías eclesiales, se debe recurrir a lugar sagrado porque si no te quedas sin resurrección. Casi todo el mundo detectó en el anuncio una honda preocupación por su modelo de negocio. Lo mortuorio ha sido a lo largo del tiempo una oportunidad para ganar dinero. Las pompas fúnebres, mientras la gente mantenga la costumbre de morirse, tendrán clientela y parece raro que el Estado no se ocupe de este trámite final como una obligación. Si algo llama la atención de los cementerios es la desigualdad entre unos nichos funcionales y esos panteones familiares tan rutilantes. Supongo que, mientras la desigualdad sea tan intolerable durante la vida de las personas, a nadie le preocupa demasiado que se consagre también esa desigualdad cuando afecta a los muertos.

Pero es la prolongación de la vida la que ha habilitado nuevas formas de negocio parecidas a las funerarias. La prolongada vejez de las personas ha establecido verdaderos almacenes humanos que el Estado tampoco tiene a bien costear salvo en casos desesperados de abandono o afortunadas soluciones locales. Cuando viví en Estados Unidos, percibí un tufo monetarista en el negocio sanitario y en el tratamiento geriátrico que me espantó. Al día de hoy, sigue siendo la enfermedad el motivo por el que más familias norteamericanas van a la bancarrota y una de las tristes certezas del núcleo familiar es que costear los últimos años de los seres queridos los puede llevar también a la ruina económica. Nadie negará nunca los recursos de que disponga para el bienestar de sus seres más queridos, así que el modelo se ha exportado a nuestro país sin que a nadie le ofenda. Y ahí de nuevo vemos asomar la pata de los negocios más interesados. Por eso la sanidad y los cuidados en la jubilación tendrían que figurar entre las exigencias que los ciudadanos demandaran a sus políticos y, sin embargo, ni asoman en las campañas electorales, mucho más teñidas de esencialismos ideológicos sin apenas relevancia en la vida cotidiana.

Mientras llega la resurrección de los muertos, sería bueno que nos ocupáramos de la comodidad de los vivos. Pero no, el negocio funerario sigue mandando y, de seguir por ese camino, el negocio de los últimos años de vida de una persona terminará por privatizarse del todo y los ancianos, convertidos en preciada mercancía, una oportunidad de negocio fundamental. La ciencia ha avanzado lo suficiente para mantener las constantes vitales de una persona durante largo tiempo, pero no para conservar su calidad de vida ni su salud mental. A ratos uno tiene la sensación de que todo forma parte de una confabulación monetarista donde todos trabajan por exprimir los recursos de las personas hasta vaciarles los bolsillos de su último traje. Las pensiones de nuestro país, hoy en riesgo ante el desastre gestor de los políticos, ya no llegan para cubrir la manutención de las personas de más edad, así que se produce una vertiginosa descapitalización de las familias. En Norteamérica tienen un dicho. cuando dejas de ahorrar para pagar la universidad a tus hijos, te toca ahorrar para pagarles la residencia a tus padres. Y así el negocio más salvaje pervierte el esfuerzo laboral de las personas.

Vamos hacia un modelo de vida tan caótico, tan absurdamente enfrentado a nuestro calendario biológico, que el primer efecto evidente es la depresión generalizada, la desmoralización y la frustración. Cuando alguien se pregunta por qué las personas pueden llegar a ser tan crueles y violentas, apenas nadie responde que es consecuencia de lo evidente que resulta para muchos sentirse solo piezas de un entramado monetarista perverso. Conviene enfrentarse a la verdad, el modelo de negocio que se ha impuesto depreda la vida de las personas. La muerte, la vejez, la decadencia se precipitan sobre una persona sin que pueda defenderse, y la sociedad lo único que hace es transformarlo en un obligatorio sacaperras. Es una catástrofe, porque tanta frustración y desespero se pueden llevar por delante la ilusión de las personas, y sin ella no hay mundo vivible.

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