Borrar
PEQUEÑAS INFAMIAS

Eternamente agradecida

Carmen Posadas

Lunes, 27 de Febrero 2017

Tiempo de lectura: 3 min

Mi madre ha muerto. Se fue tal como había vivido, luchando hasta el último minuto, hasta el último suspiro. Tal vez más adelante, cuando pase un tiempo, les hable de ella. Mi madre era un personaje literario fuera de lo común. Uno de Henry James, de Flaubert. No quiero ni imaginarme qué pieza maestra habrían escrito Shakespeare o Dostoyevski si la hubieran conocido. Yo, en cambio, no puedo hacerlo. No de momento al menos. De lo que sí quiero hablarles es de cómo fueron sus últimos días y de la extraordinaria atención que recibió. Los españoles somos hipercríticos con todo lo nuestro. A diferencia de otros países, que se sienten orgullosos y trompetean sus logros, aquí lo bueno lo damos por descontado, mientras que lo malo se aumenta y distorsiona, se convierte en tema de infinitas tertulias televisivas, de flagelos varios. Mi madre ingresó en urgencias del Hospital Clínico San Carlos de Madrid con vómitos y muchas molestias. Inmediatamente le hicieron un escáner que descubrió que sufría una obstrucción intestinal inoperable, dados su estado de salud y su avanzada edad. Nos dijeron que nada se podía hacer, que era cuestión de horas, pero aun así desde ese mismo momento se puso en marcha un perfecto protocolo por el que tanto ella como nosotros, su familia, nos sentimos atendidos, reconfortados e informados en todo momento. Con frecuencia había oído decir que la sanidad pública española y la madrileña en particular eran de las mejores del mundo. Que si uno tiene un problema grave, una urgencia de cualquier tipo, y en especial pediátrica o geriátrica como en nuestro caso, lo mejor era acudir a ella. Por eso mi hija Sofía, que es médico, al saber de su estado insistió en que así lo hiciéramos por encima de la posibilidad de ingresarla en una entidad privada, y no tengo palabras para describir la humanidad y eficacia con que nos encontramos. Eficacia porque en esa entidad todo está tan perfectamente pautado de modo que cada miembro del personal sanitario, desde los celadores a los especialistas, sabe lo que tiene que hacer en cada momento evitando que los pacientes, también los familiares, pasen por esos momentos de espera y angustia (frecuente en ciertas clínicas privadas) en los que nada se puede hacer o decidir hasta que lo diga el médico responsable. Y humanidad, no solo porque todos -desde el personal de urgencias hasta aquellos que trabajan en las distintas plantas por las que pasamos- eran extraordinariamente amables, sino por cómo están organizados los cuidados paliativos. Bastaba con timbrar a cualquier hora del día o de la noche para que acudiese una persona responsable que sabía exactamente cómo aliviar las mil y una incomodidades de alguien que vive sus últimas horas. Mi madre era tan fuerte que plantó cara a la muerte durante tres largos días. Setenta y dos infinitas horas en que se ahogaba porque tenía los pulmones encharcados. Cada vez que era necesario, la aspiraban para que respirara mejor, le administraban calmantes y todo lo que puede aliviar a alguien que pasa semejante trance. Con infinito cariño, con infinita paciencia, con impagable profesionalidad también. Profesionalidad aún más meritoria si tenemos en cuenta que los recortes que se han producido en la sanidad pública los han obligado, a ellos como a todo el resto de los hospitales, a suplir la falta de financiación con vocación, con abnegación, con entrega. Me gustaría agradecer uno a uno a todos los que ayudaron a mi madre en sus últimos días. Fueron muchos y temo que pueda olvidar algún nombre. No importa, ella se ocupará de hacerlo. Ya debe de andar por allá arriba revolucionándolo todo. Abogando por ellos, asegurándose de que ninguna de sus plegarias quede desatendida. Así era mi madre, desconocía el significado de la palabra 'imposible'. «On aura tout ça dans la vie éternelle», decía, y en el francés de su infancia cuando no lograba algo ('Tendremos todo esto en la vida eterna'). Ahora que está allí, seguro que ya nada se le resiste. Que Dios bendiga a todos los que tanto la cuidaron en sus últimos momentos, es mi deseo. Y ya se ocupará ella de recordárselo esas veces que parece que Él anda un poco distraído. Ni se imaginan lo que es capaz de conseguir, menuda es mi madre.