En esta ciudad rural inglesa, el ‘brexit‘ arrasó, con el 75 por ciento de los votos, el porcentaje más alto de todo el país. Visitamos este microcosmos para tratar de entender a esa Inglaterra que no quiere seguir en la Unión Europea. Por Carlos Manuel Sánchez

La resistencia contra el ‘brexit’: ¡No nos vamos!

La estación de Nottingham es vetusta y herrumbrosa. De allí sale el tren a Boston -el inglés, en el condado de Lincolnshire, del que partieron los colonos que fundaron el Boston de Estados Unidos-. El convoy, de dos vagones, recuerda a los cercanías que circulaban por las vías de las grandes ciudades españolas en los años ochenta.

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Ancianos y polacos: en las calles de Boston abunda el contraste generacional. La población inglesa es mayor, mientras que la juventud la representan chicas jóvenes polacas con sus carritos de bebé

La primera impresión transmite decadencia. Como un viaje en el tiempo. Al pasado. Se ven fábricas ruinosas que deben de llevar allí desde los tiempos de Dickens; carreteras estrechas y bacheadas; la campiña salpicada de campos de rugby; los bosques donde acechaban los bandidos, Robin Hood el más famoso… El paisaje se transforma conforme nos acercamos a nuestro destino: una sucesión de labrantíos -repollos y coliflores- y factorías de procesado de alimentos. La versión británica de los campos de Murcia y Almería, regada por el río Witham.

El portazo

Bienvenidos a Boston. La capital del brexit. La Inglaterra profunda que forzó el divorcio entre el Reino Unido y la Unión Europea (UE). Aquí el 75,6 por ciento votó en junio por darle puerta a la UE (la media nacional fue del 52). Lo de Boston fue un portazo.

La población extranjera ha crecido un 500 por ciento en los últimos años… sobre todo polacos

El porcentaje más alto de euroescépticos en un país que está dividido casi mitad y mitad. Pero en Boston el bando del Leave (‘Vayámonos’) arrasó. Uno asume que deben tenerlo muy claro, pero una visita al pueblo depara más de una sorpresa.

¿Qué piensan sus habitantes ante el pistoletazo de unas negociaciones que serán a cara de perro y que, a la vuelta de dos años, consumarán la separación? Los bostonianos no es que se arrepientan, pero afloran las primeras dudas. Y no pocas contradicciones.


Jonathan Noble, profesor, líder local del UKIP (a favor del ‘brexit’)

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«Los ingleses tenemos una democracia muy antigua y no queremos que nuestro Parlamento pierda poder o que nuestras leyes las dicten en Bruselas comisarios que no hemos elegido. Los extranjeros que viven aquí no tendrán que irse. Pero a partir de ahora solo vendrán los que necesitemos»

El brexit los ha puesto en el mapa, incluso ante sus compatriotas. Llegan parlamentarios desde Londres para preguntarles qué les pasa. Eso es algo que las gentes de Boston ven con suspicacia. Porque lo normal es que la metrópoli los ignore. Llegan periodistas y lo mismo. Los tabloides, favorables a la ruptura, vocean sus titulares: «¡El pueblo que ya ha tenido suficiente!», clamó el Daily Mail en alusión a la inmigración, que aquí se esgrime como la razón fundamental del cisma. Recuperar el control de las fronteras es un mantra.

Dicen que los inmigrantes se emborrachan, que roban, pero es difícil encontrar iglesias que recolecten coles a diez euros la hora

El meridiano de Greenwich, la línea simbólica que divide el planeta, como si fuera un melón, en dos mitades, este y oeste, atraviesa el pueblo. Y es una metáfora de la escisión mental que separa a insulares de continentales. Desde 2001, cuando el 98 por ciento de los habitantes eran ingleses de pura cepa, la población extranjera ha crecido casi un 500 por ciento. Hoy, unos 10.000 de sus 65.000 habitantes son inmigrantes; la mayoría, de Polonia, Letonia y Lituania. Mano de obra barata para el campo. Es un seísmo demográfico. Pero no es muy diferente a lo que ha pasado en otros lares, en España, sin ir más lejos. ¿Por qué aquí se lleva peor?

Ya no parece Inglaterra

En los pubs y las tiendas dicen que los inmigrantes se emborrachan los sábados; que usan los ordenadores de la biblioteca pública para jugar al póker on-line; que ha aumentado la delincuencia; que hay calles por las que da miedo pasar a ciertas horas… Cuentan también que los salarios han caído desde que llegaron y que, por el contrario, los alquileres están por las nubes. En fin, que muchos no saben ni hablar inglés. Que forman guetos. Que hay colas en el hospital y que en los colegios hay que contratar a maestros de apoyo para los escolares del Este. En resumen, que Inglaterra ya no parece Inglaterra.

Jonathan Noble: «Como Bruselas nos haga pagar cara nuestra salida, haremos un ‘simpa'»

Son los argumentos que han convertido Boston en uno de los bastiones del UKIP, el Partido por la Independencia del Reino Unido, cuyo discurso populista y antieuropeo ha calado hondo. No hay matices que valgan en su argumentario. Se puede objetar que los salarios ya eran de los más bajos del país antes de que llegasen los foráneos: al cambio, unos 1288 euros al mes. Y que es difícil encontrar ingleses que estén dispuestos a deslomarse recolectando coles a diez euros la hora. Que los empresarios agrícolas algo tendrán de responsabilidad en esos sueldos. Y los caseros que meten a 15 o 20 extranjeros en una casa también tendrán algo que ver con el alto coste de la vivienda.


Paul Gleeson, concejal laborista. Lideró la campaña contra el ‘brexit’

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«Es difícil para las familias ganarse la vida aquí, tanto inglesas como de fuera, porque los salarios son muy bajos. Es un lugar sin alicientes, con mala fama. Estamos dando argumentos a la extrema derecha en Holanda, en Francia, en Alemania… Y la UE ha mantenido la paz en Europa durante décadas»

También se puede considerar que no hay apenas paro: un 4,4 por ciento. Así que la mano de obra forastera no parece que sobre. Solo 600 personas cobran la prestación por desempleo, aunque es verdad que muchos más reciben un complemento salarial de los servicios sociales. Pero también es cierto que no es lo mismo cuando llegan varones solos y viven hacinados que cuando se casan y forman una familia.

‘Baby boom’

De paseo por Market Place, la plaza del pueblo, se aprecia un contraste generacional. La población inglesa es bastante mayor; y la extranjera, envidiablemente joven. Ancianos de Boston que toman el tímido sol o pasean en motos eléctricas y que se cruzan con rubias panienkas que empujan carricoches. La Seguridad Social no ha cerrado la maternidad del hospital local, como pretendía, porque el pueblo experimenta un baby boom. Y casi la mitad de los bebés tienen padres de fuera. Un hospital, por cierto, que estaría corto de plantilla de no ser por las enfermeras españolas, portuguesas e italianas. Y en la calle Oeste, la zona comercial, una calle fantasma durante la crisis, hay panaderías y restaurantes bálticos, carnicerías búlgaras, escaparates decorados con la bandera azul de la UE.

Incluso los que votaron por el ‘brexit’ temen un acuerdo duro. Aunque no se arrepienten, empiezan las dudas

Así que la economía del pueblo depende en buena medida de los que ahora son vistos como intrusos. ¿Se está pegando Boston un tiro en el pie, teniendo en cuenta además que el principal mercado de sus verduras es Europa? Las consecuencias del brexit, entre ellas la devaluación de la libra, que ha encarecido la cesta de la compra, ya empiezan a notarse. Incluso los que votaron por el brexit temen un acuerdo «duro». Y Bruselas no está por la labor de ablandarlo, porque los euroescépticos en otros países tomarían nota.

The Economist tiene su propia teoría. Considera que Boston es un microcosmos de «Brexitlandia», en contraposición a «Londonia», las grandes ciudades cosmopolitas -Londres, Mánchester…-, y que la brecha entre ambas es cultural y emocional. «La sensación en Boston es que la globalización ha convertido el mundo en un lugar incontrolable e irreconocible». El voto por el brexit fue «el voto del miedo», concluye el semanario.

Unos parroquianos que ya llevan unas cuantas pintas en el pub The Moon, que comparte tabique con un kebab turco, hablan pestes de Tony Blair, que aparece en la tele recién salido de las catacumbas para pedir un nuevo referéndum. Entre el grupo de amigos, solo uno votó contra el brexit. Pero incluso él dice que «a lo hecho, pecho»: «La democracia es así. No hay marcha atrás, aunque la vida sea más cara. Tenemos que presentar un frente común. O nuestra salida de Europa será un desastre».


DONDE NADIE QUIERE SER EUROPEO

Calum James Balfour (informático en paro) y su novia

«Ahora negociaremos con quien queramos»

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«Me parece bien el brexit por el control de las fronteras, aunque mi novia es polaca. Ambos pensamos que la inmigración legal es buena, pero no la ilegal y descontrolada. El atasco en los servicios sociales se debe, en parte, a la inmigración. Quizá en otros países europeos no entiendan el brexit, pero es nuestro modo de pensar. Saldrán acuerdos comerciales, negociaremos con quien queramos. No veo el futuro mal y no creo que sea una buena idea un nuevo referéndum».

Richard Austin (empresario jubilado)

«La gente envidia las carreteras españolas. Somos donantes netos de la Unión y las nuestras son peores»

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«Es comprensible que la gente mire con envidia las carreteras españolas, tan buenas en comparación con las nuestras, y se pregunte adónde ha ido a parar nuestro dinero. Porque nosotros somos donantes netos a la UE. Y también vemos la corrupción en otros países, cuando aquí se mira cada gasto con lupa. Pero la gente de Boston que votó por el brexit se va a quedar muy decepcionada, porque los inmigrantes no se van a ir. Los extranjeros han cambiado el pueblo. Y a la gente de aquí no le han gustado los cambios. Fue un voto de protesta. Pero no se puede volver atrás el reloj. El brexit nos hará más pobres. Así que soy pesimista».

Peter Bedford, ejecutivo retirado de Michelin, líder del partido conservador

«La gente aquí es mayor y se siente intimidada. Piensan que los extranjeros nos están invadiendo»

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«Le seré sincero. Yo voté por quedarnos dentro, aunque fue mi partido el que promovió el referéndum. Los negocios en Boston no pueden sobrevivir sin la población inmigrante. Los que pretenden meter a los polacos en un barco y mandarlos a su tierra se van a llevar un chasco. Sin embargo, habrá que restringir las nuevas llegadas de algún modo. Tenemos escuelas donde se hablan más de 40 idiomas. La gente mayor se siente intimidada. Boston era un pueblo silencioso. Y los extranjeros pegan gritos. Parece algo menor. Pero la gente piensa que nos están invadiendo».

Paul y Linda Britchford, empresarios, regentan un museo de la Segunda Guerra Mundial

 «Es una cuestión de orgullo. Los británicos somos así»

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«En el fondo, los ingleses hemos votado irnos de la UE por una cuestión de orgullo. Nosotros somos así. Pero si en Bruselas nos hubieran escuchado un poco más, en vez de dictar las leyes sin contar con nadie, el resultado hubiera sido diferente».

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