Este hombre está en contra de Corea del Norte. Lleva dos años lanzando drones sobre el país con películas y series de televisión. Ya es el activista más temido por el líder supremo. Por Silvia Font

La suya es una historia de película… de terror. Aunque el final aún no está escrito y él asegura estar contento de seguir vivo, muchas veces pensó en matarse.

Jung Gwang-il nació en China en 1963, a donde sus abuelos coreanos emigraron en los años treinta, pero, durante la Revolución Cultural de Mao, el padre de Jung vun profesor- fue deportado a un campo de concentración. La familia entera sufrió las consecuencias. En la desesperación, su madre regresó con él y su hermano a Corea del Norte en 1969, donde él mismo acabaría en un campo de trabajo. Huyó del país en 2003. Ahora vive en Corea del Sur. A sus 53 años y al frente de la ONG No Chain, es uno de los más importantes activistas contra el régimen norcoreano.

XLSemanal. ¿Cómo recuerda sus primeros años en Corea del Norte, cuando, siendo todavía un niño, llegaron huyendo de la China de Mao?

Jung Gwang. Lo cierto es que nos sentimos muy bienvenidos. Entonces fue un cambio para mejor. En China nuestra vida era muy difícil, apenas teníamos comida. En Corea por lo menos podíamos comer arroz blanco.

XL. Lo que no podían era criticar al régimen, ¿no?

J.G. Nadie criticaba el sistema. Simplemente creíamos en lo que nos decían y no pensábamos que pudiera haber ningún motivo para criticarlo.

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Dictadura hereditaria: Kim Jong-un es el líder supermo de Corea del Norte desde 2011, lo heredó de su padre y éste de su padre. Hay 120.000 personas en campos de trabajo, por no decir ‘de exterminio’

XL. Usted comenzó pronto a trabajar para el Gobierno norcoreano…

J.G. Comencé al terminar mis servicios en el ejército, en 1989. Conseguí un trabajo en una de las empresas de comercio exterior, la cual me permitió comenzar a viajar a China.

XL. Ese puesto de trabajo le reportó ciertos beneficios, ¿no?

J.G. Me permitía vivir mucho mejor que el resto de los norcoreanos. Por ejemplo, teníamos acceso a mejor comida, podía traer para mi familia carne de China, lo que para los norcoreanos era impensable, especialmente en los años noventa, cuando el país atravesaba una terrible hambruna. Así que sí, teníamos una condición privilegiada. Incluso llegué a tener un coche.

«El día que me detuvieron, me apalearon. Perdí todos los dientes. Luego vinieron las descargas y el agua hirviendo»

XL. ¿Cuál fue su impresión al entrar en contacto con personas de otra cultura, los chinos y los surcoreanos?

J.G. Fue impactante. Por primera vez veía personas que criticaban a sus líderes o a sus gobiernos. Me di cuenta de que tenían más libertad que yo. Para mí fue una gran sorpresa sentir eso.

XL. Pero llegó un día en que su vida se truncó inesperadamente…

J.G. Fue por la denuncia de uno de mis trabajadores. Los empleados de las compañías comerciales estatales recibíamos tres meses de formación, como un lavado de cerebro, en el que nos prohibían, entre otras cosas, relacionarnos con ciudadanos de Corea del Sur, nuestro enemigo. Si les vendíamos productos -cosa que ocurría-, se hacía a través de intermediarios chinos. Sin embargo, la presión por aumentar los ingresos para el régimen me llevaron a contactar directamente con un empresario surcoreano, para evitar las comisiones que se llevaban los chinos. Un compañero me denunció. El 22 de julio de 1999, me detuvieron acusándome de ser un espía de Corea del Sur.

XL. ¿Recuerda ese momento?

J.G. Por supuesto. El tiempo que pasé con los agentes del Ministerio de Seguridad no lo olvidaré nunca. Las torturas nunca desaparecen de mi mente. Esta misma noche pasada, no podía dejar de pensar en ello.

XL. Ya ha contado en alguna ocasión las terribles torturas…

J.G. El día de mi detención me apalearon con palos de madera, directamente perdí todos mis dientes a golpes. Ahora llevo implantes. Me torturaron primero con descargas eléctricas y con agua hirviendo hasta que perdí el conocimiento. Cuando desperté, comenzaron de nuevo con las torturas, me ataron las manos a la espalda con los brazos flexionados, el ‘método del gorrión’, en una postura en la que no puedes ni levantarte ni sentarte ni tumbarte. Utilizan este tipo de torturas para tratar de arrancar confesiones.

XL. ¿De dónde sacó las fuerzas para sobrevivir a semejante tortura?

J.G. No las tuve. De hecho no fui capaz de superarla y terminé por confesar los cargos. Mentí, dije que era un espía para terminar con la tortura.

XL. Llegó entonces la otra parte de la tortura: su estancia en uno de los campos de trabajo del régimen.

J.G. Sí. Estuve en Yodok con unos 400 prisioneros, todos ellos condenados por crímenes políticos o por intentar huir del país… Es un campo de esclavos donde nos forzaban a trabajar 16 horas al día. He visto morir a mucha gente por las heridas y lesiones que les causaba el trabajo e incluso morir de hambre.

XL. En Corea del Norte no solo se condena al trabajador, sino a su entorno familiar. ¿Sufrió su familia represalias?

J.G. Sí. A mi mujer la obligaron a divorciarse de mí, y a mi familia la forzaron a marcharse al campo.

XL. ¿Cuándo fue liberado usted?

J.G. Tres años después. Me soltaron porque los servicios de seguridad revisaron mi caso y llegaron a la conclusión de que no era un espía. Cuando regresé a mi ciudad, mi mujer y mis hijas habían tenido que huir a China. Para mí no tenía sentido quedarme sin ellas, así que preparé mi propia huida.

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Jung Gwang-il describió para Naciones Unidas las torturas que sufrió durante más de tres años. Ahora, activista contra la dictadura, el nombre que usa en sus cuentas de redes sociales es Jauin. Significa ‘hombre libre’

XL. Arriesgándose a ser detenido de nuevo…

J.G. En aquella época, el castigo por intentar huir del país era directamente la pena de muerte. Pero, en las zonas más pobres de la frontera, la vigilancia no era tan severa como es ahora. Tenía contactos y me ayudaron a escapar.

XL. Es desde el exilio cuando decide iniciar No Chain. ¿Qué le motivó a convertirse en un activista comprometido?

J.G. Pensar en mis compañeros prisioneros en el campo de trabajo. En 2009 empecé a introducir información en el país para que los norcoreanos supieran que la vida que están viviendo está basada en mentiras. Luego he participado en iniciativas de la ONU y de otras ONG, y eso me ha hecho más visible como activista.

XL. Usted ‘cuela’ en el país CD y dispositivos digitales, pero ¿cómo es la situación en Corea en cuanto al acceso a la tecnología?

J.G. La sociedad norcoreana vive en el Medievo digital. Apenas el 30 por ciento de la población tiene acceso a dispositivos digitales tan sencillos como USB o tarjetas SD, pero si podemos llegar a ellos ya es mucho. Comenzamos utilizando una red humana para hacer llegar los dispositivos a través de contrabandistas del mercado negro. Desde 2012 enviábamos USB a través de comerciantes que los introducían como productos oficiales, pero en 2014 Kim Jong-un endureció los controles y hemos tenido que ir desarrollando nuevas vías.

«El mayor miedo de Kim Jong-un es que la gente esté informada. Los norcoreanos no saben qué hay fuera. Viven atrapados como ranas en un pozo»

XL. ¡Como por medio de drones!

J.G. Sí. Un día vi en las noticias que Amazon iba a hacer entregas con drones y pensé que yo también podía hacerlo. En 2015 fue nuestra primera misión con dron. Es un método más barato, rápido y fiable que la red humana de distribución. Y menos arriesgado.

XL. Pese a lo que inicialmente cabría esperar, el contenido que hacen llegar a Corea del Norte no es información política al uso, sino series surcoreanas o taquillazos de Hollywood como las sagas de James Bond. ¿Por qué ese contenido?

J.G. Para mostrar que hay una vida distinta ahí fuera. Y no solo películas, también enviamos contenido que crean los propios ciudadanos, como, por ejemplo, unos vídeos que grabaron los estudiantes de un instituto de Canadá en los que registraban su día a día… Los norcoreanos son como ‘ranas en un pozo’ [dicho oriental], viven atrapados sin cambios, sin saber qué hay fuera…

XL. ¿Y reciben algún tipo de feedback sobre el impacto que tienen sus envíos?

J.G. Por supuesto. Tenemos una red de contactos que nos transmiten qué resulta más o menos popular entre la gente. Por eso sabemos que gustan las películas de James Bond… Pero no solo introducimos información, también la sacamos, fotografías o vídeos sobre la situación en el país. Para concienciar a los de fuera.

XL. Tengo entendido que está usted en contacto con grandes empresas tecnológicas para suplir la gran carencia de los norcoreanos, el acceso a Internet, que es inexistente.

J.G. Desde hace tiempo estamos en contacto con Google y otras grandes corporaciones valorando las posibilidades de llevar Internet, pero es pronto para desvelar nada.

«El sentido de obediencia al líder se ha resquebrajado. Ya no lo llaman ‘honorable’. La primavera llegará a Corea del Norte»

XL. ¿Confía más en la ayuda del Gobierno de Estados Unidos, a cuyo presidente ha dirigido una carta para pedirle que interceda?

J.G. Envié la carta al presidente Trump porque creo que debe estar al tanto de la situación de la población. Por el momento, no hemos recibido respuesta.

XL. La noticia del asesinato del hermano de Kim Jong-un hace pocos meses en una rocambolesca situación sorprendía en los medios internacionales. ¿Ha temido usted alguna vez por su vida?

J.G. Lo cierto es que no pienso demasiado en ello.

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Antes de usar drones, Jung pagaba a los contrabandistas para pasar DVD y USB a Corea del Norte a través del río, como muestra esta foto tomada por Jung

XL. Corea es uno de los países más herméticos del mundo, habrá represalias si alguien es pillado con el tipo de material que usted mete en el país…

J.G. Sí, pero se está produciendo un cambio. Por ejemplo, el castigo por acceder a este tipo de dispositivos tecnológicos y ver contenido prohibido es menos severo que en el pasado. En parte porque quienes están encargados de controlar este tipo de actos consumen también esos contenidos.

XL. ¿Cree que Kim Jong-un se encuentra entre la encrucijada de ser él mismo parte de la generación digital y asumir el riesgo de la apertura que implica Internet?

J.G. No creo que los pequeños cambios en la sociedad tengan nada que ver con Kim Jong-un. Lo último que él quiere es que la gente esté informada. Ese es su mayor miedo.

XL. ¿Pero observa algún cambio entre Kim Jong-un y su padre?

J.G. Absolutamente. El sentido de lealtad y obediencia hacia el Líder se ha resquebrajado. La gente ya no utiliza el término ‘honorable’ para referirse a Kim Jong-un, algo impensable en el pasado.

XL. ¿Cree posible en Corea del Norte una revolución como la Primavera Árabe?

J.G. Sí, esa Primavera llegará a Corea del Norte.

XL. ¿Volvería usted entonces?

J.G. Por supuesto que volvería. Mi mayor deseo es poder volver al norte en una Corea reunificada.

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