Dicen de él sus colegas que es una máquina de procesar y analizar datos. De ese talento surgió la teoría de las élites extractivas para explicar el fracaso de las naciones, un impresionante estudio de la economía global. Hablamos con él cuando va a recibir el Premio Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento. Por Ana Tagarro / Fotografía: Lynn Barry Hetherington

Daron Acemoglu nos cita en su despacho del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) un día festivo sin haber reparado en que es festivo. Se disculpa sonriendo: «Normalmente, mi asistente me avisa de estas meteduras de pata». Este turco de 49 años, asentado en Estados Unidos desde hace 24, es capaz de llevar en la cabeza los sistemas económicos y políticos de todos los países del planeta -y no es una exageración-, pero con los días de la semana tiene dificultades… demasiado prosaico. Acemoglu es conocido en el MIT por su enorme capacidad para analizar datos y por ser infatigable. Su tesis doctoral de 1992 ya fue considerada la mejor tesis económica presentada en la prestigiosa Escuela de Economía y Ciencia Política de Londres, donde estudió. Ahora es uno de los economistas más aclamados de su generación y ha sido reconocido con el Premio Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento en la categoría de economía, finanzas y gestión de empresas.

«No descarto otra crisis financiera en Europa»

Sus aportaciones han cristalizado en varios libros, uno de los cuales –¿Por qué fracasan los países?, coescrito con James Robinson, catedrático de Harvard- ha llegado a best seller. Su teoría es que ni la geografía ni el clima ni la cultura explican las diferencias económicas entre los países. Son las instituciones políticas y económicas las que hacen que unos sean prósperos y otros, pobres. Política y economía no se pueden separar.

Acemoglu y Robinson introducen una terminología que ya ha calado: instituciones inclusivas frente a extractivas. Las primeras tienen organizaciones pluralistas y «crean mercados donde las personas no solo tienen libertad para ejercer la profesión que mejor se adapta a su talento, sino que también proporcionan la oportunidad de que sea así». Y no, no se trata solo de libre mercado. Es más, aclaran los autores, las instituciones inclusivas requieren «estados poderosos y suficientemente centralizados». En definitiva, benefician a los ciudadanos.

«Hemos creado un sistema financiero que no beneficia a la sociedad. Hay que replanteárselo porque cada vez genera más riesgo. Es preocupante»

Las segundas, las extractivas, «tienen como objetivo extraer rentas y riqueza de un subconjunto de la sociedad para beneficiar a un subconjunto distinto». Es decir, perpetúan a la élite. Y sí, puede leerse como la ‘casta’. Aunque si algo no es Acemoglu es un ‘antisistema’.

XLSemanal. Su teoría de las élites extractivas puede dar a entender, aunque intuyo que no era la intención del libro, que los únicos responsables de la crisis son los líderes y las élites. Pero ¿y los ciudadanos? ¿No tiene cada país los líderes que merece?

Daron Acemoglu. Tiene razón en que quizá damos la impresión de que solo hay que culpar a los líderes, pero no queríamos decir eso. Lo que queremos enfatizar es que el cambio viene siempre desde abajo.

XL. O sea, ¿que los ciudadanos deben revolverse?

D.A. Incluso bajo los sistemas más potentes de instituciones extractivas hay oportunidades para protestar. Así que, hasta cierto punto, la gente que vive bajo esas instituciones no ha sido capaz de organizarse, de hacer sacrificios y de ser más activa para minar el sistema. Aunque, por otro lado, ¿cómo vas a hacer eso en Corea del Norte? ¿Y merecen los norcoreanos el sistema que tienen?

XL. Seguro que los norcoreanos no lo merecen y que el uso de la fuerza de una forma tan brutal como ejerce Corea es coercitivo. Pero hay otros sistemas con altos índices de corrupción en Europa, por ejemplo, y siguen ganando elecciones. Quizá no consideramos que la corrupción sea realmente un problema…

D.A. Yo creo que en muchos países lo que hay es una cierta desesperanza por la falta de opciones. Los votantes tienen miedo de que el tipo que venga después sea incluso peor que el que está. En España mire quién es la alternativa… ¿Es Podemos? Ese es el problema. Si hay una alternativa, es más difícil que los partidos que han sido tentados por la corrupción o han mirado para otro lado sigan en el poder. Usted igual cree que hay que ir más allá y votar a quien sea para cambiar la situación y piensa «bueno, no pasa nada si tenemos tres años de Podemos. Igual arruinan la economía un poco más de lo que hubiera hecho el PP, pero luego quizá tengamos un nuevo y mejor Gobierno». Pero correr ese riesgo es mucho pedir…

«Se necesitan desafíos externos que sacudan los sistemas. En españa, ¿es Podemos? Los restos del marxismo son un peligro»

XL. ¿Por qué da usted por hecho que Podemos va a arruinar más la economía?

D.A. Mire Grecia. Es difícil señalar el coste exacto del Gobierno de Syriza en la economía, pero la situación está muy mal. Antes de ellos, Grecia estaba bajo un Gobierno que se podría comparar con el del PP. Quizá no tenían una trayectoria impecable, pero habían iniciado un proceso de reforma y la economía griega estaba mostrando rasgos de que se movía, muy despacio, en la dirección correcta. Tras la elección de Syriza todo se detuvo y, después de dos años de gran incertidumbre, ahora Syriza está adoptando algunas de las políticas que ellos mismos habían repudiado y las cosas se están normalizando.

XL. Pero, si me lo permite, veo una cierta incoherencia con su propia teoría. Usted dice que para acabar con las instituciones extractivas y las élites corruptas tiene que producirse una revuelta. Y resulta que, cuando se propone una revolución, no le gusta…

D.A. Es cierto que se necesitan ciertos desafíos externos que sacudan las cosas. Y usted pregunta ¿por qué no es eso Syriza o Podemos? El problema es que esa fuerza exterior necesita tener un plan económico aplicable. Porque si llegan al poder solo como un partido de protesta, sin una alternativa viable, posiblemente sea contraproducente. Y aquí hay una gran diferencia entre socialdemocracia y marxismo. Yo creo que muchos países necesitan prácticas socialdemócratas, pero, si en vez de eso, tienes una ideología marxista que quiere destruir el sistema capitalista, eso va a empeorar las cosas aún más. Y admito que es un terreno borroso porque algunos de los éxitos socialdemócratas del siglo XX se movieron dentro del socialismo, es cierto. Pero no estamos ya en el siglo pasado y creo que los restos del marxismo son un peligro.

XL. En su libro, Estados Unidos es un ejemplo de buen funcionamiento por sus instituciones, y mire ahora… ahí tienen a Trump. ¿Qué ha pasado para que estén gobernados por un señor que encaja en la descripción de élite extractiva?

D.A. Bueno, esto requiere una larga conversación… Si tuviésemos que hacerlo corto, yo diría que lo que ha pasado en Estados Unidos no está enteramente divorciado de lo que está pasando en Europa. Tenemos una tendencia en todo el mundo al auge del populismo. Yo veo esto como una consecuencia de al menos tres tendencias.

XL. Que son…

D.A. Hemos vivido enormes cambios tecnológicos, con una globalización masiva, pero una enorme parte de la población no se ha beneficiado de ello. Como esto ha estado pasando durante 35 años, el descontento ha ido creciendo y se ha amplificado por el shock de la crisis financiera. Ahora, una parte muy significativa de la población es muy infeliz y eso ha llevado a mucha gente hacia el populismo de extrema derecha. Una gente, por cierto, que en el Medio Oeste americano eran habituales votantes de los demócratas.

XL. Esa es una razón económica digamos ‘comprensible’. ¿Y las otras dos?

D.A. El cambio de la jerarquía social es otra de ellas. A lo largo de los últimos 70 años hemos vivido un enorme cambio social. La rígida y desigual jerarquía social imperante en el pasado en la que los trabajadores blancos de mediana edad estaban arriba y los negros, las mujeres y los gais, toda la gente «diferente», estaban abajo ha colapsado. Ha desaparecido esa posibilidad de que un sector de la sociedad «machaque» a otro. La corrección política, que intenta prevenir el discurso humillante, es un ejemplo de ello.

«Claro que Trump hace felices a sus seguidores. No porque sus medidas económicas los beneficien, sino porque los hace sentirse superiores»

XL. Pero esto es bueno, ¿no?

D.A. Es bueno para los que consiguen los derechos, claro. Pero hay gente que pierde el derecho a «sentirse superior».

XL. No existe tal derecho…

D.A. No, pero eso no impide que quienes creían tenerlo estén enfadados. Además, han sido castigados por la crisis y eso ha disparado el enfado. Y eso ha dejado a los populistas de derecha como el único candidato para ellos porque el Partido Demócrata fue el impulsor de la corrección política y el trato equitativo. Y ahí se coló Trump.

XL. Oiga, ¿y Trump va a hacer felices a esos señores del Medio Oeste?

D.A. Sí y no. Sí, porque él ya les hace sentir de nuevo superiores. El estatus social para ellos ha mejorado. Económicamente, no. Los planes económicos de Trump no les van a beneficiar ni remotamente. Pero socialmente se sienten empoderados.

«La inmigración hay que regularla mucho, pero no como los franceses, creyéndose superior. Requiere cierta humildad»

XL. ¿Y cuál es el tercer factor?

D.A. La inmigración. En la historia, la inmigración siempre ha sido un proceso muy difícil. Incluso en Estados Unidos. Cualquier periodo de auge de la inmigración ha traído grandes reacciones en contra, a pesar de que enriquecieron el país, incluso en el corto plazo.

XL. Pues la inmigración no va a parar.

D.A. Es un hecho. Pero necesitamos tener una discusión más constructiva para lidiar con ella. Europa ha experimentado con varias formas y ninguna ha sido un gran éxito.

XL. ¿Qué formas?

D.A. Simplificando, los franceses han dicho: «De acuerdo, nosotros vamos a acoger a todos los norteafricanos de las antiguas colonias francesas, pero vamos a negar totalmente su diferencia. Tienen que ser franceses, que aceptar nuestros valores. Y, además, no vamos a hacer nada especial para integrarlos. Que vivan en los banlieues». Eso ha sido nefasto. Holanda dijo: «Vamos a aceptar a todos los inmigrantes y ser multiculturales, vamos a reconocer y apoyar su cultura», y esa apertura no organizada tampoco ha funcionado. Eso ha permitido que los grupos musulmanes más radicales se hicieran con el control porque eran los mejor organizados. Los ingleses lo han hecho un poquito mejor, pero también ha salido mal. Alemania lo ha hecho bien, pero el número de inmigrantes que llega es enorme y es comprensible el descontento… Es un tema muy difícil.

XL. Pero seguro que usted tiene una propuesta, una opinión al menos…

D.A. Instintivamente yo estoy en contra de regular las prácticas culturales. Eso me parece antiliberal. Por otro lado, entiendo que tienes que hacer algo frente a los grupos radicales o mezquitas que adoctrinan lo peor. No hay una solución fácil. Pero hay que encontrar la forma de que los inmigrantes no se sientan ciudadanos de segunda. Hay que definir la sociedad de modo que, sin ser forzados, se vayan integrando para que no sean adoctrinados por los que intentan destruir el sistema.

«La desigualdad va a aumentar. Los que crean, financian o producen nuevas tecnologías van a ser más y más ricos»

XL. ¿Pero usted cree que hay que regular más la inmigración?

D.A. Más, hay que regularla mucho. Pero no como lo han hecho los franceses. Diciendo «nosotros somos superiores». Se requiere cierta humildad.

XL. Un tema clave en su libro es la desigualdad. Los ricos son cada vez más ricos y los pobres, más pobres. ¿Esto va a seguir así?

D.A. Sí, absolutamente.

XL. Pues estamos bien… ¿Hay forma de cambiarlo? ¿Nuevos impuestos a la riqueza, como propone Piketty?

D.A. No, lamentablemente no hay una solución fácil. El proceso por el que las nuevas tecnologías van a quitarle trabajo a la gente que antes tenía salarios decentes va a continuar. El proceso por el cual los que están creando, produciendo o financiando estas nuevas tecnologías se van a hacer más y más ricos, va a continuar. Lo único que nosotros podemos hacer es controlar cómo tiene lugar ese proceso.

XL. ¿Quién es «nosotros»? ¿La gente, el Gobierno?

D.A. Nosotros, el Estado, digamos. Pero lo que intento decir es lo siguiente: es muy probable que la inteligencia artificial (en forma de coches sin conductor, robots…) reemplace a muchos trabajadores. La cuestión es qué van a hacer esos trabajadores. Una opción es que se queden en el paro. Pero una segunda posibilidad es que antes de que esa tecnología llegue y reemplace esos trabajos hayan sido mejor entrenados y tengan la habilidad de adaptarse a nuevos trabajos.

XL. Pero no se van a necesitar tantos programadores ni todo el mundo es tan inteligente como para dedicarse a crear algoritmos…

D.A. Lo que yo digo es que no hay evidencia de que estemos viendo el final del trabajo. En muchos casos, la eliminación de un trabajo llega junto con la creación de uno nuevo.

XL. ¿Usted no cree que vayamos a ser reemplazados por robots a corto plazo?

D.A. Una pequeña parte, seguro. Pero esto no es el fin del trabajo.

XL. Pero si usted mismo acaba de terminar un estudio sobre el impacto de los robots en el mercado laboral, y los datos son alarmantes…

D.A. Sí, es más negativo de lo que esperaba, pero en el corto plazo estamos hablando de una reducción del uno o el dos por ciento de la fuerza laboral. Y el estudio es del mercado laboral de Estados Unidos, donde los trabajadores están muy mal preparados. Tienen la peor educación posible para ser capaces de hacer las transiciones necesarias.

XL. Dependerá de la transición…

D.A. No estamos hablando de que trabajadores en cadena de General Motors se transformen en programadores informáticos. Cuando hablo de «preparación», no me refiero a que estudien Ingeniería. Basta con saber usar un ordenador o la inteligencia artificial que toque para saber cómo reparar mejor algo, aunque sea una tubería… y eso no necesita mucha cualificación. Cualquiera puede ser entrenado para eso.

XL. Bueno, afortunadamente las nuevas generaciones, los millennials, eso van a saber hacerlo mejor que nosotros…

D.A. Eso sí, pero hay otra cuestión que no está suficientemente atendida. La habilidad para comunicar. Los empleados que van a trabajar con inteligencia artificial serán un puente entre la tecnología y el consumidor. Ser un buen comunicador, un buen enlace entre la máquina y tus necesidades, va a ser clave.

«Hay que cambiar el sistema educativo. Enseñar a los niños a comunicar. Los trabajadores serán un puente entre máquina y consumidor»

XL. ¿Qué deberían estudiar entonces nuestros hijos?

D.A. Todo el mundo debería estudiar lo que le interesa. Pero lo que hay que cambiar es el sistema de enseñanza. Yo me dirijo más a los profesores que a los padres. Lo que hay que enseñar a los niños son mejores formas de trabajar en equipo, de comunicar y de aprender a lidiar con los conflictos.

XL. ¿Cree usted que puede haber otra gran crisis financiera?

D.A. Estoy preocupado. Hemos creado un sistema financiero que -sin necesidad de corrupción- solo con los incentivos, solo con que los que trabajan en él hagan lo que deben hacer, genera riesgos y distorsiones. Necesitamos dar un paso atrás y pensar qué es lo que necesitamos como sistema financiero para la economía moderna. En mi opinión, el high speed trading no beneficia a la sociedad. Los fondos de capital riesgo solo benefician a sus jefes, a sus empleados y a algunos pocos muy ricos que invierten en ellos.

XL. ¿Se puede cambiar eso?

D.A. No lo sé. Si un Gobierno elegido con suficiente apoyo quiere prohibir cierto tipo de transacción, no creo que sea imposible. La principal dificultad es que si regulas Londres, irán a Singapur. No sé cómo solucionarlo.

XL. ¿Va a haber otra gran crisis financiera en los próximos diez años?

D.A. No tengo una bola de cristal, pero en el sistema bancario europeo hay enormes riesgos. No descarto otra crisis financiera.

XL. Destaca usted en su libro la importancia de tener buenos líderes políticos y mire lo que hay en este momento: Trump, Putin, Erdogan, en su Turquía natal…

D.A. Lo que esos líderes tienen en común es que son extremadamente hábiles, astutos. Mire Trump. Instintivamente encontró los puntos débiles en la sociedad americana y los explotó. No es que sea inteligente, pero tiene esa habilidad y es lo suficientemente despiadado como para explotarla. Siempre hay personas así. Por eso necesitamos instituciones. Lo que han fallado son las instituciones, que no han logrado parar a esos líderes ni han sabido dar alternativas.

¡No aprendemos de la historia! Dos ejemplos del pasado que sirvan para la actualidad, contados por el propio economista de moda, Daron Acemoglu

Siglo XVI: «Las máquinas nos van a quitar el trabajo»

tejedora

En 1583 William Lee -sacerdote en Calverton (Inglaterra)- reparó en el enorme trabajo que daba a las tejedoras hacer medias: «Empecé a pensar. Si las prendas se hacían con dos agujas y una línea de hilo, ¿por qué no utilizar varias agujas?». Así comenzó la mecanización de la producción textil. En 1589, Lee tuvo lista la máquina de tejer. Viajó a Londres ilusionado para solicitar a Isabel una patente. Cuando la reina vio la máquina, su reacción fue devastadora. Se negó a otorgar una patente a Lee y le dijo: «¿Habéis pensado lo que podría hacer esta invención en mis pobres súbditos? Sin duda sería su ruina al privarlos de empleo y convertirlos en mendigos». En Francia, Lee encontró igual rechazo con el sucesor de Isabel I. Todos creían que la mecanización crearía desempleo, inestabilidad política y sería una amenaza para el poder real. Lee murió en 1614 sin hacer fortuna, pero la máquina de tejer ya tenía vida propia… uno de sus asistentes la fabricaba y el invento se extendió sin que reyes ni leyes pudieran evitarlo.

Siglo XX: «Hay que frenar a los magnates»

WOODROW WILSON (1856-1924). 28th President of the United States. Photographed c1908.

En Estados Unidos, con la llegada del ferrocarril, un número reducido de personas empezó a amasar una gran fortuna y se hicieron cada vez menos escrupulosos. Recibieron el nombre de ‘barones ladrones’ porque sus prácticas buscaban crear monopolios y evitar que cualquier competidor entrara en el mercado. Uno de los más conocidos fue Cornelius Vanderbilt, que dijo la famosa frase: «¿Y a mí qué más me da la ley? ¿Acaso no tengo el poder?». Otros fueron John Rockefeller y J. P. Morgan. Pero contra aquellos magnates se alzaron los políticos y, en concreto, el presidente Thomas Woodrow Wilson , que llegó al poder en 1913. Aunque fue un presidente controvertido y convencido de la superioridad de EE.UU sobre el resto del mundo, fue el impulsor de la legislación antimonopolio, para evitar que los avariciosos empresarios se hiciesen con el poder.

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