Hablaba malayo y conocía como nadie las peligrosas corrientes y los vientos que azotan el océano Pacífico. Por ello, Felipe II no dudó en encargarle una misión de altísimo secreto: liderar una expedición desde México hasta islas Filipinas. Por Daniel Méndez

En septiembre de 1559, Felipe II envío una carta a Luis de Velasco, virrey de Nueva España -hoy, México-; ordenaba la puesta en marcha de una estratégica expedición a Filipinas y, entre otras instrucciones, daba el nombre de la persona que dictaría la ruta: Andrés de Urdaneta, destacado marinero y militar nacido en Ordizia (Guipúzcoa) y antiguo habitante de México. La respuesta del virrey no portaba buenas noticias: la persona elegida había ingresado años atrás en la orden de los agustinos. Con todo, el monarca envió una nueva carta -dirigida esta vez al propio padre agustino-, en la que le instaba a sumarse a la expedición «porque -escribe en su epístola- según de mucha noticia que dizque tenéis de las cosas de aquella tierra y entender, como entendéis bien, la navegación della y ser buen cosmógrafo, sería de gran efecto que vos fuesedes en dichos navios».

¿Pero por qué tanto empeño en que un fraile se embarcara en una expedición de este calibre? La respuesta es sencilla: efectivamente, fray Urdaneta era la persona adecuada para llevar a buen puerto la expedición. No sólo hablaba malayo y otras lenguas locales que serían de utilidad una vez arribados al archipiélago filipino, sino que conocía como pocos las corrientes marinas y los vientos que azotan el Pacífico. Obviamente, el vasco no había adquirido estos conocimientos en la orden religiosa. «Lo sorprendente, y que todavía no está del todo explicado, es por qué Urdaneta ingresó en la orden de los agustinos», afirma José Ramón de Miguel Bosch, autor de libro Urdaneta en su tiempo, editado por el Ayuntamiento de Ordizia. «Él se había desplazado a México en 1539 para dirigir una expedición a las Molucas en la que nunca llegó a participar. Pero se quedó allí como alto funcionario del virreinato. De lo que no hay constancia sostiene De Miguel es de que desarrollara las labores propias de un fraile.»

Con 17 años se embarcó hacia las Molucas, su primera expedición. Era un aprendiz, pero murieron tantos marineros durante el viaje que acabó segundo de a bordo

La vida de Andrés de Urdaneta había quedado ligada al mar y a la exploración del Nuevo Mundo desde que, con 17 años, formase parte de la expedición de García Jofre de Loaísa, quien, por orden de Carlos V había partido con destino a las islas Molucas en 1525. Ricas en clavo, canela y nuez moscada, eran conocidas también como La Especiería, y los reinos de Castilla y Portugal se disputaban su dominio. El 24 de julio de 1525, siete naves partieron del puerto de La Coruña con la intención de bordear el estrecho de Magallanes y poner rumbo a las islas indonesias. Tras un viaje plagado de dificultades, sólo una de las embarcaciones alcanzó su destino. Entre los que no llegaron a culminar el trayecto se encontraba el propio Juan Sebastián Elcano, piloto mayor de la expedición. Pese a su juventud, Urdaneta ejerció cargos de responsabilidad a bordo de la nave mandada por Elcano, la Sancti Spiritus. «Embarcó como sobresaliente -declara De Miguel- lo que hoy sería un becario. Pero se producen tantas muertes durante el viaje que va ascendiendo y llega a contador y, al final de la batalla de Molucas con los portugueses, es ya el segundo de la tripulación.» Sin duda, la completa formación que el guipuzcoano había recibido ayudó en su ascenso. Hijo de buena familia, su padre, Juan Ochoa de Urdaneta, fue alcalde de Villafranca (nombre castellano de Ordizia).

Expedicion Fran Andres de Urdaneta

Pasaría casi una década hasta que Urdaneta volviera a poner pie en el Viejo Mundo. Las noticias llegaban lentamente hasta el archipiélago indonesio, y hasta el año 1532 los castellanos que allí vivían no supieron de la firma del Tratado de Zaragoza el 22 de abril de 1529, por el que el rey Carlos I cedía las islas a la corona portuguesa. En los años sucesivos, los españoles irían abandonando la región. Fue en febrero de 1535 cuando Urdaneta partió rumbo a Europa. Alcanzó Lisboa en junio de 1536, pero no fue bien recibido: la profusa información que había recopilado durante sus años en el Pacífico le fue requisada y seguramente hubiera corrido peor suerte de no haber puesto pies en polvorosa. A salvo en Castilla, contó lo que había visto y vivido ante el Consejo de Indias. Afortunadamente, parte de su testimonio fue transcrito en minuciosos relatos que fueron de gran utilidad entonces y que han servido a los historiadores posteriores para recomponer la biografía de este ‘hijo pródigo’ de Ordizia.

Felipe II encargó a Urdaneta una hazaña que nadie había coronado con éxito. Su gesta unió dos mundos

Fue durante su prolongada estancia en las Molucas cuando adquirió los conocimientos que años más tarde serían fundamentales en el viaje más importante de su carrera: el ‘tornaviaje’, es decir, la ruta que, desde Filipinas, permitiría llegar a América. El Pacífico es un mar azotado por monzones y fuertes corrientes marinas y ninguno de los ‘tornaviaje’, al menos cinco realizados hasta entonces había culminado con éxito.

 «Fue un hombre muy metódico -apunta el historiador José Ramón de Miguel Bosch- que no dejó nada al azar: él estableció el tamaño de los barcos [más grandes que los utilizados en anteriores intentos], los víveres [ricos en vitamina C, para evitar el temible escorbuto] y hasta el trato social a la tripulación. Afirma que han de estar bien remunerados si se los quiere mantener contentos.» Desde que Felipe II da la orden de poner en marcha la expedición, ésta tarda cinco años en estar lista: hay que construir los barcos, ya que -a instancias de fray Urdaneta- se decide partir desde la costa oeste de México evitando así bordear el traicionero estrecho de Magallanes. Finalmente, el 21 de noviembre la expedición parte hacia Filipinas. Todo el proyecto está rodeado de un gran secretismo, pues ese viaje supone una violación del Tratado de Tordesillas; con el beneplácito del Papa, éste había repartido el nuevo mundo conocido y por conocer entre las coronas de Castilla y Portugal. Siguiendo instrucciones, sólo cuando las naves se encuentran a 300 millas, Miguel López de Legazpi -al mando de la armada- abre el sobre lacrado que contiene la orden de dirigirse a Filipinas. Muchos a bordo reciben la noticia con estupor. No Urdaneta: él había sido uno de los cerebros de la operación, ya que demostró ser el mayor conocedor de la geografía de la zona.

Con su gesta culmina por primera vez la ruta Asia-América; con ella, se abrió un a vía comercial que estuvo vigente hasta la llegada de los barcos a vapor

Tras un viaje sin contratiempos llegan a las islas Filipinas el 22 de enero de 1565, aunque hasta abril no encontrarán el emplazamiento definitivo, en Cebú.

De inmediato se disponen a realizar los preparativos para la nave que habría de iniciar la parte más importante de la expedición: el tornaviaje que habría de llevarlos de vuelta a México. Al mando del barco sólo uno se encuentra el comandante Felipe de Salcedo, nieto de Legazpi, que tiene entonces 18 años de edad, y el propio Urdaneta. Éste conocía la importancia de partir antes de verano para aprovechar las corrientes, y el barco zarpa en junio de ese año. Fijan una ruta más al norte de la utilizada para el trayecto de ida y, en algunos casos, Urdaneta realiza desvíos que describen un recorrido en zig-zag; lo más probable es que estuviera tratando de verificar las coordenadas geográficas. Una vez más hubo discusiones en torno a la ruta y la ubicación exacta de la nave. Y Urdaneta demostró, de nuevo, estar en lo cierto: el 18 de septiembre avistan la isla de Santa Rosa, frente al lugar donde se encuentra actualmente la ciudad de Los Ángeles. Continúan navegando en dirección sur durante dos semanas más, hasta alcanzar Acapulco. Por primera vez se había culminado el viaje de retorno Asia-América. Con esta ruta se abriría una vía comercial entre ambos continentes que se mantuvo vigente hasta la llegada de los barcos de vapor, unos dos siglos más tarde.

Una aventura de ida y vuelta

Destino: Filipinas La armada, cuatro naves y un pequeño bergantín, zarpa el 21 de noviembre de 1564 del puerto de Navidad, en la costa oeste de México. A bordo viajan 400 personas bajo el mando de Legazpi. Pone rumbo al sudoeste para evitar temporales. Y para disimular su destino final: las Filipinas, que son de Portugal. Tras recorrer 7.623 millas en 1.750 horas de navegación, el 13 de febrero llegan a Filipinas.

El retorno: El 1 de junio, la nave San Pedro parte al noroeste buscando la corriente del Hiro-Shio.  El 18 de septiembre avistan la isla de Santa Rosa (frente a Los Ángeles), que llaman La Deseada.  No desembarcan; continúan hacia Baja California. Tras pasar el puerto de la Barra de Navidad llegan a Acapulco el 6 de octubre. Se ha completado la primera expedición que cruza el Pacífico oeste-este.

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