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El valor de lo popular

Lunes, 21 de Agosto 2017

Tiempo de lectura: 1 min

Los recuerdos de Benjamín Pérez Pascuas alcanzan hasta las tiendas de los soldados italianos acampados en su pueblo durante la Guerra. Se extienden por la cartilla compartida con otros dos niños con la que aprendió a leer en la escuela de Pedrosa y siguen, precisos como un ábaco, por toda la biografía de una vida de 86 años circunscrita al campo del Duero y sus riberas. Le pusieron nombre de hermano menor aunque en realidad nació primogénito de seis. Benjamín es un hombre de familia y de viña y atesora a partes iguales una memoria prodigiosa y una fe inquebrantable en el orden de las cosas bien hechas. Primero las cepas y luego la bodega. Recuerda que la luz eléctrica llegó a Pedrosa en 1945, el año que dejó la escuela, y que segó cereal a mano hasta 1955. Tuvo once machos, un caballo y cuatro burros antes de que el trabajo empezara a hacerse con máquinas. Juntos araban mil cepas al día, veinte veces menos que un tractor moderno, pero en el cuidado de los viñedos de su padre, plantados hace ochenta años, nunca escatimó ni dedicación ni amor. Mientras los agricultores de la comarca arrancaban el viñedo para cobrar las subvenciones y empezaban a producir cereal, mucho más rentable en los setenta, Benjamín y sus hermanos Manuel y Adolfo siguieron conectados a la tierra a través de sus viejas cepas. Cincuenta años después mira orgulloso desde la bodega de Viña Pedrosa el viñedo que heredó y que ha hecho crecer hasta donde llega su vista, convertido en un mito de la viticultura española. Ha dado de comer al Rey Juan Carlos y de beber su vino al Papa, pero lo que a él le gusta es el campo y los amigos: «Formar las viñas jóvenes con tres brazos y cada uno de ellos con tres yemas», siempre del apiñado clon de auténtico tinto fino que heredó de Mauro Pérez, su padre.