De iPods y auriculares

Arenas movedizas

Si va usted en transporte público mientras me está leyendo mire a su alrededor, especialmente a la gente menos avejentada: ¿a que un buen número de ellos llevan auriculares? Auriculares de botón, oclusivos o no, o clásicos de los que se usan en radio o en alta fidelidad. Auriculares para aislarse de su entorno y escuchar su música o sus podcast favoritos. Recuerden los más mayores que, en el reciente Pleistoceno, las radios pequeñas llevaban un auricular de un oído solo que era utilizado, fundamentalmente, para escuchar el fútbol. Yo veía a algún señor mayor con un solo auricular y casi siempre le preguntaba por cómo iba el Betis. ¡Y me lo decía! Esta cosa cambió el día en que Sony inventó el walkman, que era entresacar sonido de alta fidelidad de una simple casete y que convirtió en paseantes casi zombis a los que hasta entonces necesitaban un gran reproductor de difícil transporte. Inmediatamente llegaron las radios minúsculas con sonido equivalente que te permitían seguir las FM y sus programaciones, según gustos. El walkman llegó a España, si no me equivoco, recién estrenados los ochenta y nadie me quita de la cabeza que empezó a cargarse el vinilo. Después dejó las casetes y ya utilizó CD, y luego diversos tipos de archivos. Hizo aún más ricos a los accionistas de Sony y fue retirado hace no tantos años, aunque la compañía mantenga aún la marca para un reproductor de archivos de audio que no he probado, pero que no tiene mala pinta, que ha sido el siguiente escalón, aunque no el último ya que ahora la protagonista es la música en streaming a través de tu smartphone. Y así hasta nuestros días.

Los que llevamos media vida con auriculares en las orejas debemos andar con cuidado con el volumen y nuestros oídos. Muchas horas de radio con el auricular a tope te cobran un precio. Yo ando a medio potenciómetro, pero, por ejemplo, mi colega Paloma Tortajada se gasta un volumen –que casi se acopla con el micrófono– y que la va a dejar sorda, con lo magnífica que es. Con los diferentes auriculares para escuchar música en cualquiera de sus variedades y terminales viene ocurriendo algo semejante a lo de Paloma: hay personas que con el volumen de su auricular podrían poner a bailar a todo un vagón de AVE. Uno no entiende que no acaben atontados. Pero son sus oídos y allá ellos. La Unión Europea ha impuesto a los fabricantes de cualquier reproductor de sonido que se venda en territorio europeo, sea el que sea, un limitador de volumen. Tanto que los viejos iPods parecen altavoces de discoteca comparados con los nuevos inventos de Apple o de cualquier otro fabricante. Dependiendo de la impedancia de los auriculares –es aconsejable menos de 32 ohmios– la potencia es un churrete. Una cosa es que oigas perfectamente la música del viajero que va tres filas por delante y otra, que escuches más los ruidos externos que tu propio archivo. Cualquier vestigio de los iPod Classic que Apple ha retirado del mercado se oía infinitamente mejor que el nuevo híbrido que vende la empresa de Cupertino… a no ser que sea comprado en Estados Unidos, donde entienden que allá cada cual con su vida y su audición. Hay quien asegura que se puede desbloquear ese límite mediante modificaciones del firmware, pero ni sé ni me parece aconsejable: lo mejor es pedírselo a un amigo americano, encargarlo por Internet o buscarse, como decía, unos auriculares con buen equilibrio entre impedancia y sensibilidad. Esta última se mide en decibelios y, si se quiere optimizar la potencia, es bueno buscarlos con más de 100 decibelios. Cierto es que todo eso resulta muy personal y cada uno sabe lo que le conviene a su oído: no está de más saber que la OMS advierte de los peligros que mucho volumen y largas sesiones tienen para la salud. Yo sigo con un viejo iTouch de antes de la regulación que suena a gloria: solo tiene para 65 gigas o así, pero me da el avío. A la espera de renovar el parque de reproductores de audio, me conformaré con lo que tengo.

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