La cinta es, en realidad, un ‘collage’ de vídeos caseros enviados por miles de españoles. Nuestra directora más internacional, directa y con gran sentido del humor, nos habla sobre todo ello… Y mucho más. Por Fernando Goitia

Imagine que 22.600 personas le envían un vídeo cada una y usted debe convertirlos en un largometraje. Hay que visionarlos, ordenarlos, editarlos y, finalmente, montarlos. Sería capaz de afrontar el reto sin que le estalle la cabeza? A sus 56 años, Isabel Coixet ha sobrevivido a la experiencia para crear Spain in a day, un singular collage fílmico -«documental colaborativo», lo llaman- creado a partir de las escenas íntimas enviadas por miles de españoles. La película (estreno el 30 de septiembre) conforma así un retrato de una España real y viva, tan extrovertida como íntima y familiar, en la que resultará inevitable reconocerse a quienes forman parte de este país. Coixet, que ya prepara otra película (The bookshop), recibe a XLSemanal en el rodaje de la misma a la hora de comer -«No pidas la sepia», dice en susurrante confidencia-, para charlar sobre este fresco comunitario que acaba de crear y el modo en que ella ve nuestro país.

XLSemanal. Con Spain in a day le ha salido una celebración al amor, la amistad, la solidaridad, la humanidad, la intimidad…

Isabel Coixet. Sí, me ha salido Los mundos de Yupi [se ríe]. Pero está muy bien, porque es un retrato real de España sencillo, íntimo y emocionante. La gente comparte lo que de verdad les importa. familia, trabajo para ellos y sus hijos, amigos, encontrar una pasión en la vida, compartir el dolor, sobrevivir… Lo que vienen a ser las cosas básicas de la vida…

XL. En su opinión, qué dice la película de nosotros?

I.C. Nos retrata mucho. La comida, por ejemplo, aparece todo el rato. Podríamos hacer un largometraje solo con los vídeos de paellas que recibimos [se ríe]. Hay una escena que se repite por toda España. Dos cuñadas en una cocina y una de ellas dice. «No, no, ¡el arroz hay que removerlo así!». Y la otra. «Que no, que no. ¡No lo toques, que no hay que moverlo!». Vamos, España en estado puro; que esto nos ha pasado a todos alguna vez [se ríe].

XL. Montar este conglomerado de vídeos caseros ha modificado en algún aspecto su modo de ver España?

I.C. Más que modificar, viene a recordarnos que la vida diaria en este país está bastante bien. Hay mucha gente en situación precaria y en circunstancias brutales por la crisis, sin duda, pero las relaciones familiares sólidas y el fuerte espíritu solidario de los españoles han permitido mitigar, en parte, esas situaciones. Esto del apoyo familiar, por ejemplo; es que si haces este documental en Estados Unidos no te aparece ni por el forro. Es verdad que, luego, en Navidad todos discutimos y acabamos fatal [se ríe], pero hay un vínculo inquebrantable.

XL ¿La película refleja España mejor que las noticias de los periódicos?

I.C. La refleja de otro modo. No muestra la actualidad de España; muestra la cotidianidad de España. Hay cosas muy hermosas y emocionantes.

XL. ¿Ha llorado?

I.C. ¡Uy, sí! Hay una adolescente que les dice a sus padres al teléfono por primera vez que los quiere. Estábamos cuatro en la sala de montaje y todos echamos el moco [se ríe]. Era muy verdadero. Hay historias muy potentes y hermosas. La mayoría, abrumadora, por cierto, de mujeres.

XL. ¿Los hombres son más pudorosos a la hora de compartir emociones?

I.C. ¡Tú lo sabrás mejor, que eres hombre! no? [Se ríe].

XL. Yo creo que sí, pero cómo ven esta cuestión las mujeres?

I.C. Bueno, sí, yo creo que se cortan más. Les cuesta hablar, por ejemplo, de sus enfermedades, de las cosas que sienten. Aunque no a todos. No sé, confieso que después de haber visto miles y miles de vídeos y de haberme revisado la película tantas veces hay días en que llego a unas conclusiones sociológicas y antropológicas rarísimas [se ríe].

La gente ha compartido conmigo lo que de verdad le importa: la familia, los amigos, el dolor, sobrevivir…

XL. ¿Me puede subrayar alguna otra historia de la película?

I.C. La de una joven bailarina catalana que está en Suiza, en una escuela de prestigio. Aparte de que se come la cámara, se ve que prepara algo importante, que ensaya, que se esfuerza y trabaja duro para conseguir sus sueños. Y me encanta su ejemplo porque habla francés, inglés, español y skypea con sus padres en catalán. ¡Que no pasa nada!

XL. ¿Recibieron muchos manifiestos políticos, discursos, proclamas, insultos…?

I.C. Ninguno. Puede sorprender a muchos, pero así fue. Las tensiones políticas que se viven en España no se colaron en nuestro proyecto.

XL ¿Cómo vive usted esas tensiones?

I.C. Me agotan. No nos llevan a ningún sitio. Tenemos un país con unas posibilidades inmensas, pero soportamos cargas históricas demasiado pesadas. No hay forma de despojarnos de las cuentas pendientes, no las superamos; las arrastramos como si disfrutáramos con ello. No maduramos como sociedad, como país… A ver, en esto de autoflagelarse yo soy una especialista, pero es que los españoles somos megacríticos y enseguida nos lanzamos al cuello. ¡Y así no avanzamos!

XL ¿Qué la indigna últimamente?

I.C. ¡Uy!, saco la lista? No hay tiempo, ¡que tengo que seguir rodando! [Se ríe]. A ver, para empezar, los partidos y los políticos que tenemos, incapaces de ponerse de acuerdo. A nadie le gusta este señor, Rajoy, vale, ¡pero es que ha ganado las elecciones! Habrá que hacer algo, no?

XL ¿Votaría si hay unas terceras elecciones?

I.C. Pues me lo estoy pensando, porque para qué? Y así piensa muchísima gente. A ver, todos tenemos que pactar cada día cosas que nos dan por culo. ¡Pues lo hacemos! Porque hay que seguir adelante. Vemos que cada político solo mira por sus propios intereses y los de su grupo; piensan en su futuro, no en el presente común. ¡Es patético! No me he abstenido jamás. He votado siempre; por correo incluso si estaba fuera, pero es que yaaa…

XL. Cuando se fue a vivir fuera de España, ¿lo hizo en parte empujada por la tensión de las circunstancias políticas o se habría ido igual de haber crecido en cualquier otro lugar?

I.C. Yo me escapé por motivos personales, íntimos… [Se ríe]. La verdad es que nunca he tenido problemas con todas esas cuestiones. soy española, sí; soy catalana, también. ¡Guay! Mi madre es de Salamanca y mi padre era catalán. En casa. yo, castellano con mi madre y catalán con mi padre. Mi hermano, sin embargo, habla en catalán con mi madre… Ningún problema.

XL Cuando era usted adolescente, ¿dominaba este asunto el debate político catalán y la vida cotidiana tanto como ahora?

I.C. ¡Qué va! Este asunto nunca había estado tan presente como ahora. Y me parece, además, que es algo artificial. Tú eres vasco y lo sabéis bien en tu tierra, donde, de pronto, todo esto se ha ido relajando y la gente busca más lo que los une que lo que los separa. No sé. Mis preocupaciones son otras. Dejemos de perder el tiempo hablando de esto y tratemos problemas mucho más urgentes, como combatir el calentamiento global, repartir los recursos, luchar contra la corrupción, mejorar la gestión de las administraciones… Para mí, todo esto no es más que una cortina de humo lanzada para desviar nuestra atención de otros asuntos mucho más relevantes.

XL. En el País Vasco, la politización de la vida cotidiana dividió familias, destruyó amistades, el tejido social…

I.C. Es lo que ocurre ahora en Cataluña. Yo, con mi hermano, por ejemplo, que lo vive a tope, pues no puedo hablar de asuntos políticos porque acabamos enfadados. Y no merece la pena, claro. Esquivamos el tema, porque si no. «¡Es que los madrileños tal y tal! ¡Es que no sé qué!». Hay gente que se siente muy agraviada. Por suerte, a mí no me pasa.

Mi padre era un tipo supercapitalista al que le gustaba la rumba y Andalucía lo que no está escrito. Y no le creaba la más mínima contradicción. Pero ya nadie entiende el término medio.

XL. Deduzco que no es usted muy de ir a manifestaciones…

I.C. ¡Uy, no! Eso de todos unidos contra un enemigo común, ir a la calle a gritar con una bandera y discutir con todo el mundo es algo que ya desde pequeña nunca me ha gustado. Pero, oye, cada uno se apunta al club que más le va. Yo prefiero uno más reducido y tranquilo, de gente que comparta valores absurdos conmigo, que lea un poquito, que le guste cantar Sorry I m a lady, de las Baccara, en el karaoke… [se ríe]; gente que se ría de sí misma y que tenga sentido del humor. Aunque, claro, quién soy yo, una directora de cine amargada, para pedir que nadie tenga más sentido del humor [se ríe].

XL. ¿Qué pensaría su padre de todo esto?

I.C. A mi padre le gustaba mucho España. Era un tipo supercatalanista, pero al que le gustaba la rumba y Andalucía lo que no está escrito. Y no le creaba la más mínima contradicción. La gente ya no entiende el término medio. Yo escribí un artículo sobre estos asuntos y no veas la que me cayó encima. Era previsible, claro [se ríe], pero bueno…

XL. En España -salvo Buñuel, que vivió y trabajó en México-, ningún cineasta ha trabajado fuera tanto como usted. Este ‘alejamiento’ ¿ha condicionado su relación con el mundillo del cine español; que la tomen por un bicho raro?

I.C. Bueno, cuando ya eres un bicho raro, es normal que te miren raro, no? [Se ríe]. No sé, para mí todo lo que he hecho ha sido lo normal para mí, así que no entiendo ciertas reacciones. A todos nos gustaría que hablaran siempre bien de nosotros, pero esto no va a ocurrir.

XL. Usted, por cierto, hizo críticas de cine para una revista…

I.C. Ah, sí, hice dos críticas y a la tercera me retiré [se ríe]. Me dije. «¡Y yo qué coño sé!».

XL. Esas críticas ¿fueron positivas o ponía a parir las películas que le tocaban en suerte?

I.C. No, no, positivas. Si es que lo dejé porque me parecía absurdo hacer una crítica de una película que no me había gustado. En Instagram, por ejemplo, cuando una peli me gusta lo digo y la recomiendo, pero cuando no me gusta, pues me callo. ¿Para qué?

XL. Pues le pegó un buen baño ahí a Cincuenta sombras de Grey…

I.C. Ah, sí, miento, entonces [se ríe]. Es que vi un cacho, en la tele, y me quedé como. « Y esto? Pero ¡qué puta mierda! ¡Si es lo peor!». [Se ríe]. La chica esta igual es actriz, pero yo como que no la veo… La trama me parece como para matar a alguien; la luz, como de videoclip; y el chico ese tiene el sex appeal de una ameba. Esta sí que la puse a parir, pero es que con todo el dinero que iban a ganar tampoco les afectaba mucho lo que opine alguien como yo [se ríe].

A nadie le gusta Rajoy. Vale. ¡Pero es que ha ganado las elecciones! Todos tenemos que pactar cada día cosas que nos dan por culo. Pues lo hacemos, ¿no?

XL. La protagonista de The bookshop, esta película que está rodando, es una mujer que en 1959 lucha contra un pueblo entero en Inglaterra para abrir una librería… Hoy en día, algo así sigue siendo una heroicidad, aunque por otros motivos…

I.C. Sí, sigue siendo algo heroico. Y es que la historia es, en realidad, muy actual. De repente, una cosa sencilla y aparentemente sin importancia no sienta bien a ciertos grupos, acaba convertida en algo tremendo; y los poderes fácticos y la masa se lanzan a por ella. La protagonista no quiere matar a nadie, ¡solo quiere abrir una librería, por Dios! Hay una canción de los Ink Spots, I don t want to set the world on fire, que siempre menciono. «Yo no quiero cambiar el mundo, solo encender una llama en tu corazón».

XL. Usted estudió Historia. ¿Cuándo empezó el cine a ser una posibilidad real de ganarse la vida?

I.C. Hacer cine desde niña siempre fue una posibilidad, no lejana, sino a años luz de distancia. Un imposible. Pero, oye, me espabilé, me esforcé, escribí cortos sin tener ni puta idea; me daba igual, escribía, explicaba lo que se tenía que ver en la pantalla, miraba de vez en cuando algún guion de verdad… Así se aprende.

XL. Entre los 14 y los 17 años ya veía usted películas como El verdugo, El séptimo sello, Una mujer bajo la influencia…

I.C. ¡Y así nos ha salido la niña! [Se ríe]. Sí, en fin, me apasionaba ver películas. Mis padres iban muchísimo al cine y les gustaba leer… No sé. Por qué salí así? Ni idea.

XL ¿Le transforma el cine como persona? Quiero decir, cuando rueda y demás…

I.C. Sí. De hecho, empecé a escribir un libro sobre ello que abandoné porque me pareció un coñazo explicarme. Pero sí, en todas las fotos que me hacen rodando siempre salgo con una cara de entre estreñimiento y angustia [se ríe].

XL ¿Le dicen mucho los actores y actrices aquello de. «Ay, Isabel, siempre quise trabajar contigo»?

I.C. Los actores y actrices, todos. Se lo dicen a todos los directores, seguro [se ríe]. Pero es bonito, no?De todos modos, a mí, más que dirigir, me gusta colaborar con los actores; que cuando te hagan una pregunta te abran un camino. Dirigir, para mí, es colaborar, contar con buenos cómplices.

XL. Dijo Candela Peña que nunca pensó que usted pudiera llamar a alguien como ella para salir en una película suya…

I.C. ¡Está loca! [Se ríe]. ¡Candela Peña es la hostia! Y lo sabe. Me rompo la cabeza pensando en cómo trabajar de nuevo juntas. Candela sería, creo yo, una gran directora. Tiene ideas muy buenas.

XL. Y, cambiando el tercio de forma radical, una última cuestión. Realizó el documental Talking about Rose. Prisoner of Hissène Habré, donde da voz a las víctimas de Hissène Habré, exdictador del Chad. ¿Cómo se quedó cuando lo condenaron a cadena perpetua, el pasado mayo?

I.C. [Asiente despacio, con gesto satisfecho]. Así es, lo condenaron, sí, sí. El 30 de mayo. Y yo estuve allí, en Dakar, en el tribunal, con las víctimas…

XL. ¿De verdad? Supongo que jamás olvidará esa escena…

I.C. ¡Uf! Fue brutal, emocionante. Ver a los ocho magistrados allí, ante las víctimas que yo conocía, y el portavoz del tribunal enumerando crímenes contra la humanidad, violaciones, esclavitud forzada, homicidios, ejecuciones, secuestros, torturas… ¡Buah! Dictaron sentencia y de repente… ¡una euforia, una liberación! Fue como. «Hostia, hay justicia en el mundo. ¡Existe!». Lo que más llena es que el testimonio de toda esa gente sirviera tras tantos años de sufrimientos, vejaciones, insultos, persecuciones… Que un tribunal africano los creyera es algo muy grande. Fue un privilegio estar allí. Baltasar Garzón, por cierto, también estaba, muy emocionado, porque también es su lucha. la justicia internacional, encarcelar a criminales como Habré.

 

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