Supervivencia y superación. Estas dos palabras resumen las vidas de miles de niños crecidos en Aldeas Infantiles SOS desde su fundación, hace 67 años. Así funciona la organización que ha recibido el último Premio Princesa de Asturias de la Concordia. Por Priscila Guilayn

No entienden. ¿Soy yo el culpable de todo? Cuando un menor llega a una de las ‘aldeas’ de Aldeas Infantiles SOS, la confusión es absoluta. Ha sido apartado de su familia biológica y no sabe bien por qué. Son chicos y chicas -casi siempre grupos de hermanos- que dejan atrás una rutina de maltratos, un hogar marcado por la drogadicción o el alcoholismo de sus padres o una situación de desamparo como consecuencia de alguna enfermedad.

«En países muy pobres, los niños llegan a Aldeas porque sus padres no tienen nada. En España, sin embargo, cuando Servicios Sociales aparta a los niños de sus familias suele ser, casi siempre, porque sufren maltrato de algún tipo», explica Pedro Puig, presidente de Aldeas Infantiles SOS España.

Antiorfanatos

Las ‘aldeas’ que acogen a estos chicos, por cierto, nada tienen que ver con el clásico orfanato. Nada de pabellones de camas enfiladas donde los menores crecen sin referencias afectivas. Es justo lo que siempre quiso evitar el médico austriaco Hermann Gmeiner, fundador, en 1949, de la primera Aldea Infantil SOS en Imst, cerca de Innsbruck, capital de Tirol. Para ello, Gmeiner reprodujo el modelo familiar, que es el que siguen hoy las 573 ‘aldeas’ -hay ocho en España- que existen en 134 países. Son urbanizaciones, con zonas verdes y huertos, de ocho a diez viviendas, en las que grupos de hermanos -cinco o seis niños, normalmente- viven al cuidado de la llamada Madre SOS, una figura capital para el éxito de toda la organización.

«La Madre SOS tiene que creer que estos niños serán grandes mujeres y grandes hombres -explica Puig-. Debe creer en las posibilidades de cada uno, a pesar de las dificultades por las que han pasado. Si no se sienten queridos por su Madre SOS, el resto no sirve de nada».

María Rivas es una de estas mujeres entregadas a los niños de las ‘aldeas’. En su caso, todo comenzó con un anuncio en el periódico. Gracias a él, como una piedra que al caer al agua provoca círculos que se expanden, empezó un trabajo que transformaría la suerte de otros. «Tenía 37 años, sin hijos y, de repente, formé un hogar con cinco de 8, 10, 12, 14 y 16 años. Me dije. ¡Socorro! ¡Qué miedo! -recuerda-. Pero me enganché». De eso ya hace casi dos décadas. Rivas, que vive hoy en la Aldea de El Escorial, aceptó así mucho más que un empleo. «Ser Madre SOS y formar parte de Aldeas es un modo de vida. Hacemos de todo para que los niños vuelvan a ser niños, porque vienen de situaciones muy complicadas en las que, de alguna manera, los han privado de su niñez».

Educar y amar

Como educadoras permanentes, mujeres como Rivas tienen la responsabilidad de actuar como una referencia positiva, pero sin obviar -«No son mis hijos. Lo tengo clarísimo. Ellos tienen sus familias», aclara- la existencia de los padres biológicos. Para lograrlo, Rivas y las demás educadoras-madres cuentan con el refuerzo de trabajadores sociales, psicólogos y pedagogos. «Ahora mismo soy Madre SOS de siete. ¡Y de todas las edades! -explica Rivas-. Hay momentos muy complicados, porque los niños llegan con un pesado bagaje de problemas, pero hay otros muy bonitos. Verlos avanzar y superar etapas hace que me sienta muy orgullosa de ellos».

La ‘aldeas’ son urbanizaciones con zonas verdes y huertos, de ocho a diez viviendas, en las que los niños viven al cuidado de la llamada Madre SOS

Esfuerzo y capacidad de superación son cuestiones claves para estos niños y adolescentes llegados a Aldeas con historiales de absentismo o expulsiones escolares o que alimentaban una enorme aversión al colegio porque nunca se habían sentido valorados. La experiencia de un hogar y recibir atención hace que brote lo mejor de ellos. Y así lo demuestran los datos.

El peso del prejuicio

En primaria, por ejemplo, en 2014-2015, el número de repetidores entre los chicos de Aldeas fue inferior a la media nacional y casi los mismos en secundaria. Son resultados escolares que, según Puig, deberían ayudar a derrumbar prejuicios. «Hay que eliminar esta mentalidad de que los niños bajo el sistema de protección son malos o incluso predelincuentes. No es así. Nosotros los acompañamos; unas veces lo hacemos mejor; otras, peor, como cualquier padre, pero realizan un esfuerzo tremendo».

Entre los niños de Aldeas hay menos repetidores que en la media nacional. La experiencia de un hogar y recibir atención hace que brote lo mejor de ellos

Una pequeña parte de la vida de los menores transcurre en instalaciones de la propia urbanización, pero la mayor parte se realiza fuera. «Hay que darles la oportunidad de que triunfen; que a veces no es en la escuela, sino en otra actividad paralela. Que se den cuenta de. Oye, ¡que soy bueno en esto! Cuando una persona ve que es capaz de hacer algo bien, empieza a crecer», opina Puig.

Janny / 38 años

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«Les digo a todos: ‘Sueñen, pero no se duerman'»

Llegó a Aldeas de Venezuela con 8 años. Trabajó para pagarse los estudios de Derecho y en 2004 se vino a España. Ahora estudia un máster en finanzas.

aldeas infantiles xlsemanal (7)Con 8 años ya cuidaba de mis cuatro hermanos; el pequeño, de 6 meses. Nos quedábamos en casa, mientras mi padre iba a trabajar. Al ver el panorama, los Servicios Sociales se nos llevaron y mi padre consiguió que nos trasladaran a todos a Aldeas.

Allí, las Madres SOS me hicieron sentirme como una hija.

Fue lo más importante. Con los años fui recepcionista, me costeé la carrera de Derecho y trabajé como abogada, siempre con la idea de irme del país.

He superado tantas cosas que me veía capaz de lo que fuera. Me vine en 2004 y Aldeas en España me ayudó a conseguir trabajo en banca. Afronté una enfermedad grave y en el parto de mi hija, que ya tiene 4 años, estuve 8 minutos muerta. Pero aquí estoy. Unos dicen que tengo suerte, pero creo en mí… y Aldeas me dio las herramientas para luchar por mi destino. Les digo a todos. «Sueñen, pero no se duerman».

Karim / 22 años

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«Pasé 10 horas oculto entre las ruedas de un camión hasta llegar a España»

Marroquí, tenía 13 años cuando ingresó en una ‘aldea’ de Madrid. Seis años después se proclamaba campeón de la Copa de España de Carreras de Montaña y hoy, entre otros logros, es recordista mundial de los 100 kilómetros descalzos.

Tenía 12 años, aunque yo no sabía mi edad, porque en Marruecos no celebrábamos los cumpleaños. Bajé con otros tres chavales del barrio -todos, muy delgados- al puerto de Tánger y nos metimos debajo de un camión, en los huecos que hay entre las ruedas, por encima del depósito. Ahí estuvimos, agarrados, sin movernos, durante tres o cuatro horas, con la esperanza de llegar a España. El camión entró al ferry y pudimos hacer pequeños descansos, siempre muy bien escondidos. El viaje hasta Algeciras duró unas siete horas. Una vez allí, salí corriendo. Quería estar lo más lejos posible de Marruecos y me metí en los bajos de un autobús que iba a Cataluña. Pasé casi un día entero agarrado y sin comer.

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Karim posee el récord mundial de los 100 kilómetros descalzo

Caer no era lo más peligroso. Los amortiguadores del autobús se movían mucho y te podían aplastar. Al llegar, me llevaron a un centro de menores, donde mis paisanos robaban… y yo no había venido a España para eso. Ayudado por unos compañeros de la mezquita, hui a Madrid, esta vez dentro de un autobús, donde acabé llegando a Aldeas Infantiles SOS. Para mí, Aldeas es mi familia en España. Me lo ha dado todo. me ha enseñado el idioma, me ha llevado al cole, me ha hecho los papeles, me ha tratado como un hijo… Se han encargado de mí. Todo lo que yo necesitaba, cada cosa, cada problema que tenía. Me acompañaron en todo, incluso en el atletismo, mi forma de vida, que desde los 14 años supuso otro enorme cambio en ella. Si disfrutas y eres constante en lo que haces, los resultados vienen solos. De hecho, gané mis primeras medallas a los 3 meses de empezar a correr. Me hice adepto al barefoot. corro descalzo, o, como mucho, con zapatillas minimalistas, es decir, como si fueran chanclas.

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Así, en 2013, gané la Copa de España de Carreras de Montaña, en categoría júnior.

Dos años más tarde, me convertí en el ganador más joven de la historia al correr descalzo las 100 millas (160 kilómetros) de la carrera Javelina Jundred por el desierto de Arizona, en Estados Unidos. Ahora soy el corredor más rápido del mundo en los 100 kilómetros descalzo.

Mi meta es, en noviembre, en Murcia, batir mi propia marca y situarme entre los diez mejores atletas del mundo.

Este espíritu de superación lo llevo dentro. No miro hacia atrás. Miro hacia el futuro.

Raquel / 26 años

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«Llamaron a la puerta y me escondí: la policía venía a buscarme»

Hoy es empresaria, pero pocos habrían apostado por ella cuando, con 6 años, fue apartada de su madre, drogadicta. Acabó en Aldeas Infantiles SOS de Canarias, donde pudo vivir «una infancia normal en un ambiente saludable».

Estaba dormida. Mi abuela, al escuchar que llamaban a la puerta, me despertó y me dijo que me escondiera porque venían a buscarme. Tenía 6 años y nunca había ido al cole. Mi madre era drogadicta y no nos cuidaba. Obedecí a mi abuela y me escondí entre el colchón y el somier de muelles. Era muy pequeñita y no se me veía. Escuchaba gritos, voces. Me quedé muy quieta, pero empezó a picarme el pie. Lo moví un poquito y rugió el muelle. La Policía me cogió en brazos y yo pataleaba. En el coche, me dijeron que me llevarían a un lugar con mucho espacio para jugar, con muchos hermanos y una mamá que me cuidaría todo el día. Y añadieron. «Tu hermana ya está ahí». Me puse feliz.

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Raquel en 1997

A mí lo que me importaba era volver a estar con Juani, que había sido internada con una anemia meses antes.

Allí conocimos a Ángeles, nuestra Madre SOS, una mujer delicada, pero muy estricta. Gracias a ella he estudiado lo impensable.

En la casa crecieron otras dos parejas de hermanos y nos convertimos en una familia.

He sido camarera, promotora de ventas, azafata de congresos, guía de turismo, auxiliar administrativa…

Ahorraba todo lo que podía y fui a la universidad, a la escuela de idiomas, a Polonia, con una beca Erasmus, y me licencié en Administración y Dirección de Empresas y hace un año monté mi propia empresa, Social Makers, con otras dos socias. Aldeas ha estado presente en todas las etapas de mi vida y me dio la oportunidad de vivir una infancia normal en un ambiente saludable. Si no hubiera sido así, me pregunto muchas veces qué me habría pasado. Seguro que no habría llegado hasta aquí.

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