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ANIMALES DE COMPAÑÍA

Gente lamentable

Juan Manuel de Prada

Lunes, 12 de Diciembre 2016

Tiempo de lectura: 3 min

Me ha impresionado mucho la mezcla de desparpajo y engreimiento con que la prensa sistémica mundial ha tratado de explicar la victoria de Trump o el llamado 'brexit'. Ambos resultados, por supuesto, son considerados catastróficos; y detrás de ellos se halla siempre el mismo culpable: un sector de la población que vive alejado de las grandes urbes, habitantes del mundo rural o de los cinturones industriales, gente atrasada, sin estudios universitarios, rehén de atavismos casi bestiales, que se ha tirado toda la vida oliendo boñigas de vaca o escardando su terruño, tal vez picando carbón en una mina o despiezando reses en un matadero industrial. Bebedores compulsivos de cerveza, ancianos tronados, patanes y fanáticos religiosos, destripaterrones y tragaldabas, un odioso lumpen que se resiste a subir al tren del progreso. En realidad, las caracterizaciones realizadas por la prensa sistémica no se distinguen demasiado de las que antes lanzaron algunos de sus ídolos. La bruja Hilaria, por ejemplo, no tuvo rebozo alguno en despacharse ante un auditorio enfervorizado contra los votantes de su rival: «¿Saben? -dijo-. Podrían poner a la mitad de los seguidores de Trump en lo que yo llamo 'el cesto de la gente lamentable'. Racistas, machistas, homófobos, xenófobos, islamófobos... por mencionar algunos». Mucho más condescendiente que la bruja Hilaria, el príncipe de la paz Obama, refiriéndose a los trabajadores en paro, afirmó que «no sorprende que se hayan amargado, que se aferren a las armas o a la religión o a la antipatía hacia las personas que no son como ellos, o al sentimiento en contra de los inmigrantes o en contra del comercio como una forma de explicar sus frustraciones». Gente amargada y lamentable, gente descastada de la que sólo cabe apiadarse (si uno es modosito, como Obama) o carcajearse (si uno es más presuntuoso, al estilo de la bruja Hilaria), refractaria a los dogmas establecidos, que osa poner en duda que la globalización o la ideología de género sean conquistas irrenunciables del progreso humano. Lo que prueban estas descalificaciones de la prensa y de sus derrotados ídolos es que el sistema había decidido prescindir de lo que la bruja Hilaria denominó «gente lamentable». Así se explica que no tengan recato en referirse a todo este sector de la población (sufridor directo de sus políticas inhumanas) en términos tan despectivos, en ridiculizarlos de forma tan burda, en endosarles todas las lacras imaginables, en hacer burla de sus difíciles circunstancias laborales, en presentarlos ante los ojos del mundo como una chusma repulsiva que profesa las ideas más anquilosadas y aberrantes. Naturalmente, esta resuelta campaña de denigración tenía un doble objetivo. por un lado, intentar que el sector más acomplejado o tibio de esta «gente lamentable» se desmarcase por temor al estigma social, aceptando comulgar con las ruedas de molino sistémicas; por otro, expulsar definitivamente a las tinieblas al sector más numantino de esta «gente lamentable», para convertirlo definitivamente en un grupúsculo de apestados a los que de momento se tolera, mientras se produce su extinción natural. Pero los arquitectos de este plan de demonización de la «gente lamentable» calibraron mal sus posibilidades: los señalados y agredidos se han revelado más numerosos de lo que auguraban los cálculos sistémicos; y, sobre todo, han resultado mucho más impermeables a la propaganda con la que trataban de desalentarlos y acomplejarlos, porque han criado callo de tanto repeler la bazofia con que tratan de tupir sus meninges. Y es que estos cálculos errados se realizaron considerando erróneamente que la «gente lamentable» estaba hecha de la misma pasta de alfeñique que los cantamañanas que se tragan la propaganda sistémica. pobres diablos a los que han lavado el cerebro en la universidad, urbanitas de meninges reblandecidas por las subvenciones y el consumo de pornografía, modernillos patéticos con más tragaderas que Linda Lovelace, lacayos de todos los dogmas establecidos que cifran en su cumplimiento devoto el salvoconducto para su aceptación social, masas gregarias enchufadas a todas las consignas y eslóganes del progresismo líquido, demócratas de anuncio de champú que se cagan por la pata abajo (porque toman mucho bífidus activo) ante cualquier amago de disidencia. Pero la «gente lamentable» salió más respondona de lo previsto; y en lugar de achantarse ante las descalificaciones, se revolvió furiosa contra las élites que tanto la habían despreciado y humillado durante décadas. Y sospecho que su furia no declinará tan fácilmente.

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