Esta plataforma digital de recogida de firmas se ha convertido en un fenómeno en nuestro país. Más de 11 millones de españoles se han sumado a las campañas de Change.org. Casi un millón, sin ir más lejos, firmaron contra la reválida de la LOMCE. Por Ixone Díaz Landaluce

Cargando tres voluminosas cajas, Isidoro Martínez, un estudiante gaditano de tercero de la ESO, se presentó en el Ministerio de Educación el pasado septiembre. Estaba allí para depositar las 240.000 firmas que había logrado reunir, a través de la plataforma de acción social Change.org, con las que solicitaba la eliminación de las reválidas de la LOMCE. El entonces ministro en funciones, Íñigo Méndez de Vigo, le recibió en su despacho durante media hora. A finales de noviembre, su campaña ya tenía 1.003.379 firmas (la más multitudinaria de ‘Change‘ en España) y el ministerio y las comunidades autónomas decidían, presionados por su iniciativa y otras movilizaciones, enterrar las reválidas. Es lo que en Change.org llaman una gran «victoria».

Con más de 170 millones de usuarios en 196 países, la plataforma se ha convertido en un fenómeno en España. Más de 11 millones de usuarios han firmado alguna de sus peticiones en nuestro país y cada mes se ponen en marcha 4000 campañas nuevas.

«Cinco millones de firmas contra el cambio climático no cambian nada. Pero una campaña para prohibir las bolsas de plástico en tu ciudad puede que sí»

La historia de Change.org empezó en 2007, cuando Ben Rattray (Santa Bárbara, 1980) puso en marcha la plataforma desde su casa con la ayuda de un amigo. Al principio era una web de encuentro para activistas y, aunque había un botón para recoger firmas, Rattray no creía en el poder de las peticiones on-line. Hasta que en 2010 alguien puso en marcha una campaña para reclamar que la Policía de Boulder, Colorado, no multara a los homeless que dormían en la calle. En una hora lograron 200 firmas. Esa misma noche, el alcalde revocó la orden. Poco después, Change.org se convertía en una plataforma dedicada solo a peticiones on-line. Una plataforma en la que las iniciativas parten de los usuarios que plantean la petición y señalan a la institución, empresa o persona que tiene competencias para resolverla.

Visitamos su sede de San Francisco. Allí hay bicicletas aparcadas y sofás en cada esquina, donde gente joven, de entre 20 y 30 años, se sienta con sus ordenadores e intercambia ideas. Podría ser el ambiente liberal de cualquier compañía tecnológica con sede en la ciudad si no fuera porque de sus paredes cuelgan carteles con sus campañas icónicas. Sentado en una sala de reuniones, su fundador, Rattray, habla sobre las nuevas formas de activismo y las democracias del futuro. A ratos, su discurso parece el de un político comedido, pero de pronto se torna apasionado. Al fin y al cabo, su negocio es tratar de cambiar el mundo.

XLSemanal. En sus años de instituto, ¿ya era un adolescente comprometido?

Ben Rattray. Me importaban los problemas sociales, pero nunca participé en una acción civil a favor de ninguna causa. Estaba intelectualmente comprometido, pero no era activista.

XL. Y entonces, según cuenta, su hermano pequeño le confesó que era gay.

B.R. Sí, fue mi gran trasformación personal. Nick me dijo que lo más doloroso para él no eran las personas homófobas, sino aquella gente buena que asistía a esa discriminación y no hacía nada. Gente como yo. Entendí que tenía que pasar a la acción.

XL. Hasta ese momento había soñado con ser el nuevo Gordon Gekko…

B.R. Sí [suspira]. Mi familia viene del mundo de las finanzas y me gustaba la idea de ser un banquero en Wall Street, llevar aquellos trajes… Creía que éxito financiero era sinónimo de éxito personal.

XL. ¿Cómo llegó a concebir Change.org?

B.R. Después de estudiar en Stanford, estudié en la London School of Economics. Luego pasé una temporada en Washington para aprender cómo funciona el poder a nivel práctico. Allí entendí que, aunque los americanos piensan que esta es la mejor democracia del mundo, los ciudadanos apenas tienen voz.

XL. ¿Cuál fue el primer gran triunfo de Change.org?

B.R. En 2010, Ndumie Funda -una mujer sudafricana- inició una campaña para pedir la prohibición de una práctica horrible: la violación correctiva de las mujeres lesbianas. Demostró que alguien completamente anónimo podía poner en marcha la campaña on-line más exitosa de la historia de su país.

XL. ¿Qué demostró aquella historia sobre el potencial de su organización?

B.R. Hasta ahora, el dinero siempre ha sido el instrumento más importante del poder político, pero aquello demostró que una historia cautivadora sobre la injusticia era capaz de conseguir una movilización masiva que el dinero jamás podría pagar. Quien sea capaz de contar la mejor historia ganará. Y en este nuevo mundo emergerán muchos héroes inesperados.

XL. ¿Cuál es la misión de Change.org?

B.R. Dar poder a la gente. Queremos un mundo en el que las prácticas y las políticas de los gobiernos y las corporaciones sean un reflejo del bien común en lugar del interés privado. Y nosotros proporcionamos las herramientas.

Rattray iba para banquero de inversión: «Mi familia viene del mundo de las finanzas, y yo creía que éxito financiero era igual a éxito personal»

XL. Pero usted mismo era escéptico respecto al poder de este tipo de campañas on-line…

B.R. Es cierto. Conseguir cinco millones de firmas para acabar con el cambio climático no cambia nada. Pero si te preocupa el medioambiente quizá quieras poner en marcha una campaña para prohibir las bolsas de plástico en tu ciudad. Puede parecer algo pequeño, pero si hay cientos de miles de peticiones similares se construye un movimiento. Además, el 50 por ciento de la gente que vota está implicada en asuntos sociales, y esa gente tiene el poder de cambiar los resultados de las elecciones. Eso incentiva a los representantes públicos y a las empresas a ser más sensibles con los electores y los consumidores.

XL. Suelen decir que Change.org funciona como YouTube. no ponen en marcha las campañas, solo proporciona una plataforma. Quizá, por eso, algunas rayan el surrealismo. ¿No se plantean vetar las peticiones más absurdas o banales?

B.R. Si fueran mayoritarias, no nos permitirían llevar a cabo nuestra misión, pero no lo son. Además, muestran una nueva mentalidad. Queremos un mundo en el que cuando alguien ve algo con lo que no está de acuerdo, en vez de contárselo a un amigo o caer en la frustración, sepa que tiene el poder y las herramientas para coordinarse con otras personas y cambiarlo. Quizá la primera vez solo sea firmar una petición para que su serie favorita cambie al actor protagonista. Ese tipo de cosas no crean cambio social, pero sí son parte de una transformación cultural.

XL. Hay quien critica este activismo on-line porque desincentiva la protesta clásica. la manifestación a pie de calle.

B.R. Según los datos que manejan varias organizaciones, es un revulsivo. El activismo on-line te activa. Es más, cambia la percepción de ti mismo.
Change.org, xlsemanal

Ben Rattray, fundador de change.org

XL. ¿De qué modo?

B.R. Si firmas una petición y anuncias tu posición sobre un tema en las redes sociales, es porque te percibes a ti mismo como un participante de la sociedad civil, como un activista, como un ciudadano comprometido.

XL. Entonces, ¿qué piensa de términos como ‘activismo de sofá’ o ‘clic-tivismo’?

B.R. Creo que no reconocen el impacto real de estas herramientas. No todas las peticiones tienen éxito, pero cada mes tenemos miles de campañas que tienen un impacto real. Históricamente las peticiones no tenían efecto porque eran demasiado genéricas. terminar con el cambio climático, con el hambre… Pero ahora la gente pone en marcha campañas específicas, como la eliminación de la reválida en España. No es una campaña para cambiar la educación, tiene un objetivo concreto.

XL. ¿Los gobiernos los perciben como una amenaza?

B.R. Los gobiernos pasan por tres fases. Al principio, solo les resultamos molestos. Luego, nos ven como una amenaza potencial, porque representamos a un porcentaje cada vez mayor de sus votantes. Se sienten atacados. Y en una tercera fase se dan cuenta de que podemos ser una oportunidad para ellos. Acabamos de verlo en Buenos Aires, donde el alcalde respondió a través de un vídeo a una campaña para cerrar un zoológico de la ciudad.

XL. ¿Qué relación tienen con los gobiernos? ¿Los llaman? ¿Los amenazan?

B.R. Hemos recibido ataques de varios gobiernos, pero también es cierto que los que antes nos atacaban ahora están cambiando de actitud… Y sí, recibimos e-mails a diario. La realidad es que hay un porcentaje creciente de ciudadanos frustrados con gobiernos distantes que no responden a sus necesidades. Y eso es peligroso para la democracia. Es esencial construir herramientas para movilizar al público, pero también para que los gobiernos formen parte de la ecuación.

XL. ¿Cómo se democratiza la democracia? ¿Cómo serán nuestros sistemas políticos dentro de 30 años?

B.R. Para empezar, los ciudadanos podrán expresar su opinión acerca de cada ley y cada nueva política. Además, justo antes de votar, cada ciudadano podrá consultar en su teléfono, o en el artilugio que sea, la trayectoria de cada candidato. Tu smartphone será tu urna y tu guía para votar. Los ciudadanos tendremos más poder y los gobiernos, más responsabilidad.

XL. Ahora, las redes sociales también están en manos de los gobernantes. ¿Qué piensa, por ejemplo, de un presidente de Estados Unidos adicto a Twitter?

B.R. Necesitamos presidentes y líderes que tengan un pensamiento a largo plazo. Tomar decisiones a corto plazo y en tiempo real a través de Twitter no es la mejor manera de liderar un país.

La plataforma tiene 170 millones de usuarios en 196 países

XL. Siempre ha intentado mantener a Change.org alejado de la disputa política. Usted mismo ha dicho que en el instituto era republicano; en la universidad, demócrata; y ahora es independiente. ¿Por qué esa especie de asepsia ideológica?

B.R. Me sigo considerando independiente… Nuestra misión es construir una infraestructura para la democracia. Si escogiéramos un bando, estaríamos deslegitimados para ser una plataforma entre el público y el Gobierno. Incluso cuando hay peticiones potencialmente negativas o reaccionarias, decidimos dar un paso atrás. En vez de tratar de ganar el partido, tratamos de cambiar el terreno de juego. Queremos cambiar la forma en la que funciona la democracia.

XL. Muchos analistas políticos señalan la victoria de Trump o el brexit como el final de una era y el comienzo de otra más inestable y tenebrosa. ¿Está de acuerdo?

B.R. Es el final de una era, pero no de la democracia. Son indicativos de que necesitamos nuevas instituciones que representen eficazmente a los ciudadanos. Hemos invertido una cantidad increíble de dinero en la mejora de sectores como el transporte o las comunicaciones, pero muy poco en mejorar las instituciones que sostienen la democracia. Si la gente no puede comunicarse constructivamente con sus gobiernos, la democracia cada vez soportará más presión. Tenemos una oportunidad para transformar las democracias sin necesidad de revoluciones.

«Quien sea capaz de contar la mejor historia ganará. Y en este nuevo mundo emergerán muchos héroes inesperados»

XL. ¿Se plantea dar el salto a la política?

B.R. Cuando era más joven sí me interesaba, pero ya no… Mi papel es ayudar a cambiar la estructura del sistema. Pero sí creo que una de las cosas que más necesitamos como sociedad es que cada vez haya más gente, gente buena, que quiera participar en política. La mala reputación de los políticos desincentiva a la gente más brillante a hacer carrera en el servicio público. Y la única manera en la que vamos a lograr gobiernos estables capaces de navegar un mundo cada vez más complicado por los efectos de la globalización y la tecnología es una nueva hornada de políticos.

XL. Se refiere a Change.org como una institución, pero en realidad no es una ONG, sino una empresa con ánimo de lucro. Y se los critica mucho por eso.

B.R. En realidad, muchos gobiernos y ONG se sienten más cómodos con nosotros por el hecho de ser una empresa. Para empezar, porque de otro modo no seríamos capaces de construir las herramientas que necesitamos para tener éxito. Pero también porque no somos una ONG con su propia agenda y sus propias causas, sino una plataforma de elevación de la voz ciudadana. En realidad, funcionamos mucho más como Facebook o Twitter que como una organización activista. Bueno, quizá estamos a medio camino entre esos dos modelos. Tratamos de que los gobiernos respondan, pero sin hacer lobby, sino conectándolos con los ciudadanos.


Campañas de change.org… con éxito (en España)

427.286 firmas para…

que «la tragedia del Madrid Arena no vuelva a repetirse». La Comunidad de Madrid reformó la Ley de Espectáculos Públicos aumentan-do las sanciones a los infractores.

166.064 firmas para…

que se endurecieran las penas por maltrato animal en Galicia. El Parlamento autonómico aprobó una nueva ley en 2014 con multas de hasta 30.000 euros.

255.871 firmas para…

que la Comunidad Valenciana no le negara a un niño el uso compasivo de la medicación. El tratamiento fue concedido.

333.094 firmas para…

que Ibercaja no desahuciara a la familia de un niño con leucemia. La entidad llegó a un acuerdo con la familia.

310.824 firmas para…

vetar al exministro José Manuel Soria, relacionado con los ‘Papeles de Panamá’, para el puesto de director ejecutivo del Banco Mundial. Soria desistió días después.

203.955 firmas para…

solicitar el indulto para David Reboredo, un exdrogadicto rehabilitado que debía ingresar en la cárcel por posesión de heroína. El Gobierno se lo concedió en 2014.

300.660 firmas para…

lograr «precios justos para los libros de texto». Una ley orgánica recoge ahora la opción del préstamo gratuito.

 

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