Más de mil deportistas implicados, 29 medallistas olímpicos obligados a devolver sus metales… Rusia es el origen de la mayor trama de dopaje jamás diseñada, según la Agencia Mundial Antidopaje. Un fraude «sin precedentes». Estas son las claves y los protagonistas del escándalo. [Este artículo fue publicado el 22 de enero de 2017] Por Carlos Manuel Sánchez

«Putin, me matará»

Lo que este químico ponía en sus bocas era un cóctel de esteroides anabolizantes de su creación, disuelto en whisky para los hombres y en martini para las mujeres. Lo llamaba La Duquesa y presumía de que era indetectable pasados cinco días. Y bien que lo sabía pues dirigió entre 2006 y 2011 -Juegos de Pekín 2008 de por medio- el laboratorio de la Agencia Rusa Antidopaje (Rusada).

La vida de Rodchenkov daría para una novela de John Le Carré. Perdió su empleo -lo denunciaron varios deportistas- por trapichear con esteroides junto con su hermana, que acabó encarcelada por tráfico de drogas. Él esperaba correr la misma suerte. Sumido en una depresión, incluso se cortó las venas. Cuando al fin las autoridades lo contactaron, lejos de detenerlo, le encomendaron una misión de alto nivel: devolver el honor a la patria. Rusia acababa de ser ‘humillada’ en los Juegos de Invierno de Vancouver 2010, tras finalizar sexta en el medallero. Los siguientes se celebraban en Sochi (Rusia) en 2014. Y semejante fracaso no entraba en los planes del presidente Vladimir Putin. Rodchenkov acababa de ser reclutado por el Servicio Federal de Inteligencia (FSB), sucesora del KGB.

Objetivo Sochi

Rusia lideró esos Juegos y Rodchenkov fue condecorado por Putin. El héroe, sin embargo, desertó poco después y huyó a Estados Unidos en 2015. Putin dice ahora de él que «es un tipo de escandalosa reputación», pero gracias a su confesión la Agencia Mundial Antidopaje (AMA) ha destapado el mayor escándalo en la historia del olimpismo. Rodchenkov ‘canta’ a regañadientes y movido por el pánico que le entró después de que dos de sus colegas -Nikita Kamaev y Vyacheslav Sinev, directivos de Rusada- murieran en circunstancias sospechosas en febrero pasado. La AMA, en todo caso, también actúa a regañadientes, así como el Comité Olímpico Internacional (COI). Uno de sus miembros, Gian-Franco Kasper, declaró a The New York Times. «Debemos dejar de fingir que el deporte está limpio. Es un principio loable, ¿pero en la práctica? Es entretenimiento. Es drama».

Tras la debacle rusa en los Juegos de invierno de Vancouver 2010, al químico Grigory Rodchenkov le encargaron devolver el honor a la patria. Repetir el fracaso en 2014 no entraba en lo planes de Putin

Pero ya no se puede hacer la vista gorda. Las revelaciones de Rodchenkvo y otros implicados están sacando a la luz una trama «sin precedentes», un dopaje de Estado que salpica a más de mil deportistas y que ha obligado a unos 30 de los que subieron al podio a devolver sus medallas. Y eso que solo se han revisado unas pocas citas olímpicas. De Sochi ya se han destapado los casos de cuatro medallas de oro cuyas muestras tenían niveles de sal imposibles en un ser humano, la orina de dos deportistas femeninas era masculina y las muestras de 12 medallistas habían sido adulteradas. Más atrás de Turín 2006 no se puede investigar, pues la orina solo se guarda durante una década.

La AMA encargó un informe a Richard McLaren, un abogado canadiense que publicó la primera parte antes de los Juegos de Río. El COI no se atrevió a excluir a Rusia y solo vetó a algunos atletas. Pero la segunda parte, recién publicada, es tan demoledora que, aunque solo abarca de momento el periodo 2011-2015, podría cambiar la historia del olimpismo. «El encubrimiento fue sistemático. Un ocultamiento que evolucionó del caos a una conspiración institucional y disciplinada para ganar medallas -afirma McLaren-. Durante años, las competiciones internacionales han sido secuestradas por los rusos. Entrenadores y atletas rivales han jugado en un escenario desigual. Los aficionados han sido engañados y es hora de que esto pare».

Hace unas semanas, y después de desmentidos reiterados, Rusia ha reconocido oficialmente su culpa por boca de su actual directora Antidopaje, Anna Anzeliowitsch, que habla también de una «conspiración institucional», aunque la limita a la agencia y sigue negando que hubiese altos funcionarios del Gobierno involucrados.

Tradición de esteroides

El tinglado que montó la FSB es delirante. Con antelación a cada gran evento, los técnicos identificaban a los deportistas con más posibilidades de ganar un metal para incluirlos en sus planes de dopaje. Esteroides, sobre todo, de los que hay una larga tradición en Rusia desde los tiempos de la Unión Soviética. De hecho, se ha identificado como pieza clave del esquema actual a Sergei Portugalov, un oscuro científico que ya participó en el dopaje generalizado de Moscú 1980 y Los Ángeles 1984 (aunque al final hubo boicot de los países del bloque comunista) y que fue repescado para Sochi. Por entonces, los métodos de detección eran mucho menos precisos que los actuales y todos se fueron de rositas. «Desde siempre, los preparadores rusos confían más en las ayudas químicas que en los entrenamientos en altura», confiesa la corredora Yuliya Stepanova.

El plan ruso

El método, según las revelaciones de Rodchenkov, tenía dos fases. La primera neutralizaba los controles por sorpresa fuera de competición: los atletas no debían preocuparse, se les decía, pues en el laboratorio de Moscú ya sabrían qué hacer cuando llegara la orina. La segunda, en pleno evento deportivo, era más compleja, pues no dependía solo de las autoridades rusas, ya que los inspectores de la AMA supervisaban. Durante los Juegos de Sochi, el KGB construyó un edificio junto al laboratorio, ajeno al control internacional. Estaba comunicado mediante un pequeño butrón, del tamaño de una ratonera, con el cuarto donde Rodchenkov realizaba -durante el día- el reparto de la orina en los dos frascos reglamentarios, uno para el análisis y otro de respaldo. A y B. Por la noche, Rodchenkov regresaba a escondidas y pasaba los frascos de la muestra para analizar a través del agujero a un agente de la FSB. Aunque los frascos solo se identificaban por un código, Rodchenkov sabía de quiénes eran, pues los deportistas habían tomado secretamente fotos con el móvil al rellenarlos y se las habían enviado por WhatsApp.

«En Sochi escuchábamos las celebraciones por las victorias mientras trabajamos en el laboratorio. Yo analizaba las muestras y, cuando encontraba un positivo, llamaba al viceministro ruso de Deportes, Yuri Nagornykh. Le decía. ‘Fulanito ha dado positivo’. Si él me decía ‘salva’, convertíamos el positivo en negativo. Si decía ‘cuarentena’, no hacíamos nada», relata Rodchenkov. La cadena de mando llegaba, según la investigación, hasta las más altas instancias. el viceministro reportaba ante el titular de Deportes, Vitaly Mutkó, que fue ascendido en octubre y ahora, como vice primer ministro, es uno de los pesos pesados de Putin y preside el comité organizador del Mundial de Fútbol de Rusia 2018.

La FSB diseñó una herramienta parecida a un bisturí de dentista para abrir los tapones sellados de las muestras sin dejar señales. Hizo falta un microscopio para descubrirlo. Una vez abiertos, el compinche de Rodchenkov daba el cambiazo por orina limpia que cada deportista había guardado refrigerada durante meses en tarros de potitos. Y por el agujero le devolvía la muestra a Rodchenkov, que utilizaba sal y Nescafé para homogeneizar el color y la densidad de la orina legítima y la falsificada, aunque a veces se le iba la mano.

‘Gargantas profundas’

Como en toda novela de espionaje, la traición y el amor van juntos. Rodchenkov jamás hubiera destapado nada si uno de sus empleados, un joven ingenuo que creía en los valores del juego limpio llamado Vitaly Stepanov, no se hubiera enamorado de una corredora de 800 metros con la que acabaría casándose, Yuliya Stepanova. Hoy, ambos están escondidos en Estados Unidos y temen por su vida. Hackers rusos accedieron al servidor de la AMA y a datos sobre su lugar de residencia. Desde entonces cambian de paradero con frecuencia.

«Cuando encontraba un positivo, llamaba al viceministro de Deportes. Si me decía ‘salva’, convertíamos el positivo en negativo. Si decía ‘cuarentena’ no hacíamos nada, relata Rodchenkov

Yuliya Stepanova se dopaba. «Mi entrenador me dijo que todos lo hacían. Después de cada pinchazo, los esteroides me provocaban tanta rigidez que me costaba caminar. Cuando me seleccionaron para el equipo de atletismo, me enviaron con el doctor Portugalov (artífice del dopaje de los años ochenta). Me dijo que durmiese tranquila. Que si me hacían un control le enviase el código de la muestra y que él lo arreglaba».

Cuando la atleta conoció a su marido, Vitaly Stepanov, empleado de la Rusada, se burló de él. Le dijo que la agencia servía en realidad para encubrir a los tramposos. Él no podía creerlo y habló con su jefe, Rodchenkov. La respuesta fue: «No te metas». No le hizo caso. Empezó a atar cabos y, durante tres años, envió a la AMA 200 correos electrónico y 50 cartas en las que relataba lo que iba descubriendo. Incluso grabó a escondidas 15 horas de conversaciones con Rodchenkov. Nadie le hizo caso. Hasta que todo salió a la luz en un documental de la televisión alemana ARD en 2014 en el que también participa su mujer y la maratoniana Liliya Shobukhova, que confiesa que pagó 450.000 euros por convertir un positivo en negativo. A los deportistas rusos no les salía gratis el dopaje. Se les descontaba un cinco por ciento de sus ingresos, una especie de impuesto secreto. Y la AMA no tuvo entonces más remedio que encargar el informe al abogado McLaren. «No soy una traidora. Conté una verdad vergonzosa que nuestro país no quiere afrontar», declaró Stepanova.

Rusia ha reconocido su culpa. La directora de la agencia ‘antidoping’ admite el dopaje de los atletas, pero niega que hubiese funcionarios del Gobierno involucrados

Esa verdad está cambiando las cosas, aunque para algunos ya sea tarde. A los tramposos se les pide que devuelvan la medalla, que se entrega por correo a los damnificados. Chaunté Lowe, saltadora de altura que se enteró por Facebook de que tres de sus rivales habían dado positivo en Londres 2008, espera recibir su bronce ocho años después. Sin ceremonia ni himno ni banderas… «Yo era una joven promesa, pero sin medalla no hay patrocinadores. Mi marido perdió su empleo. No fui a Pekín, no pudimos pagar la hipoteca y nos desahuciaron».

Órdenes de arriba

Rusia arrasó en los Juegos de Sochi 2014. Un éxito cuya raíz fue un sistema de dopaje dirigido, según la AMA, desde Moscú.

Artífice y Delator Grigory Rodchenkov fue el brazo ejecutor del dopaje ruso desde 2013. Tras el éxito de Sochi 2014, Putin le impuso la Orden de la Amistad. Un año después, al saltar el escándalo, huyó a Estados Unidos y admitió su implicación. Putin dice ahora que es un «hombre de escandalosa reputación».

Traidores a Rusia

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Vitaly Stepanov y su esposa, Yuliya, destaparon el escándalo. Él trabajaba en el laboratorio donde se manipulaban los análisis. Ella era una atleta que llevaba años dopándose. Al conocerse, Vitaly -que confiaba en el sistema- empezó a reunir pruebas… y hasta llegó a grabar, en secreto, 15 horas de conversaciones con Rodchenkov, su jefe, base del documental que destapó el escándalo. Hoy viven en Estados Unidos, con su hijo, bajo protección.

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