Triunfó de forma tardía en un Hollywood donde muchos productores preferían a actrices ‘más guapas’. A la chita callando, sin embargo, esta pelirroja de mirada profunda es hoy una de las grandes divas del cine. Por Celia Walden / Fotos: Jonas Unger, Getty Images y Cordon Press

¿Su secreto? Vida ordenada en casa y violencia en el plató. Así es Julianne Moore al natural.

Julianne Moore te enseña fotos de su marido y sus hijos en el móvil, te sirve agua, te hace preguntas personales…

Diferencia de la mayoría de las estrellas de Hollywood, disfruta con los giros inesperados en la conversación. En un momento, de hecho, muestra la sonriente cabeza de su esposo superpuesta a un plátano en Snapchat. «Me la ha enviado antes. Me muero de risa al verla -y a continuación explica que se trata de una broma privada entre los dos-. Todas las mañanas corta un plátano en dos mitades y deja una de ellas en la encimera. ¿Para qué? ¿Para que se la coma otro? ¡Me pone de los nervios!». La anécdota ilustra su forma de entender el matrimonio y lo que se requiere para que tenga éxito. «El humor -asegura-. Llegados a cierto punto, lo fundamental es reírse». Ese es, de hecho, el secreto de sus 21 años junto con el guionista y director Bart Freundlich.

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A sus 56 años, Moore hace gala del sereno encanto propio de una estrella del cine francés. Cierta vez, le digo, fue descrita como «lo más parecido a una actriz francesa en el mundo angloparlante». «¡Vaya! Pues qué bien. Me encanta», replica con una palmada entusiasta.

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Una mujer sin tierra: Hija de militar, de niña vivió en varios lugares de EE.UU. y Europa, y dice no sentirse de ningún lugar en particular. Una experiencia, por lo demás, muy útil para su profesión. «Aprendí a observar, a reinventarme, a adaptarme»

La actriz, nacida en Carolina del Norte, vivió en Europa durante la niñez. Hija de una psicóloga escocesa y de un militar norteamericano, Moore residió en 23 lugares del mundo. A los 16 conoció Alemania «y todo un nuevo mundo. Gran Bretaña, Francia, Italia… Cada país tenía una cultura muy marcada; al momento percibías las diferencias culturales, los comportamientos…».

Marcharse a la francesa

En la adolescencia disfrutó con las películas de Sam Peckinpah, Robert Altman -con quien trabajaría en Vidas cruzadas-, François Truffaut y Jean-Luc Godard. «Cierta película de Godard me fascinó en particular [se refiere a Détective, de 1985] Lo único que recuerdo es una escena en la que Nathalie Baye se levanta de la cama, se viste y se marcha por la puerta sin lavarse la cara ni cepillarse los dientes… ¡Estaba guapísima!, aunque yo soy todo lo contrario. No he dejado de ducharme un día en la vida, pero me dije: ‘¡Ojalá fuera como esa mujer de la película!’».

«He dejado atrás la parte más complicada de la vida, cuando tus hijos son pequeños y te abruman el cansancio y las emociones. Hoy, todo es más fácil y tranquilo»

Nada más lejos. Suele mencionar, de hecho, esta cita de Flaubert: «Sé constante y ordenado en tu vida para que puedas ser violento y original en tu trabajo». Un consejo que lleva años poniendo en práctica con rigor. «Me viene bien seguir rutinas porque mi trabajo es errático y emotivo. Al saber que ciertas cosas no van a cambiar -me levanto a la misma hora, hago yoga cada día y como las cosas que me gustan- puedo estructurar un poco mi vida».

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Con su hijo Caleb, de 19 años y Liv, de 15. Ambos son hijos de su matrimonio con el director y guionista Bart Freundlich y, como se puede ver, el gen Moore prevalece claramente

A Moore le gusta la vida hogareña, tranquila y ordenada, y se ha descrito a sí misma como una persona «obsesivo-compulsiva» a la que le encantan las servilletas y los salvamanteles. Cuando tenía treinta y pocos años y trabajaba en Tío Vania en un teatro abandonado de Broadway [lo que más tarde sería Vania en la calle 42, última película de Louis Malle], se acostumbró a desayunar de un modo muy preciso, del que no podía desviarse. «Hoy tengo la sensación de ejercer el control sobre mi vida -concluye-. No es mi vida la que ejerce el control sobre mí».

Pasar de los 50

Moore, que ha leído libros de autoayuda sobre la realización y la satisfacción personales de las mujeres que han pasado de los 50 años, se siente en una edad que, «sorprendentemente», le resulta muy satisfactoria. «Con la salvedad de que mi madre falleció hace relativamente poco [por un shock séptico, hace ocho años]», matiza con una expresión tensa, tratando de reprimir un dolor profundo. «Por lo demás, he dejado atrás la parte más complicada de la vida, cuando tus hijos son pequeños y te sientes abrumada por el cansancio físico y las emociones. A medida que se vuelven independientes, la vida es más fácil y tranquila».

«Cuando empecé, nadie me veía guapa. Lo que ocurre es que las personas que tienen éxito son vistas como más atractivas físicamente»

Esta creciente tranquilidad, siguiendo la máxima de Flaubert, parece traducirse en una mayor ‘violencia’ en pantalla, a juzgar por su último papel en Kingsman: The Golden Circle, en la que interpreta a la mala malísima de la película, una villana con querencia por el color rojo y las prendas a cuadros, nostálgica de los años cincuenta y sádicamente despiadada. Al leer el guion, Moore se acordó del primer Superman, con Gene Hackman en la piel del malvado Lex Luthor. «La vi muy joven, pero se me quedó grabada: el humor puede resultar chocante, pero te ríes».

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Desde que cumplió los 40, Julianne Moore ha interpretado algunos de los papeles más interesantes de su carrera. «He tenido mucha suerte -dice, casi disculpándose-. Pero no quiero repetir eso de que hay pocos buenos papeles para las mujeres, porque tengo la impresión de que cuanto más lo dices, más se da este fenómeno». La suya, agrega, es una profesión que también resulta difícil para los varones que tienen sus añitos.

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Mezclando amor y trabajo: Moore y su segundo marido, el director Bart Freundlich, se conocieron en el rodaje de ‘Volviendo a casa’ (1997). Se casaron cinco años después. «Gozamos de una vida familiar muy sólida. Es lo más satisfactorio que me ha pasado en la vida»

Más tajante se muestra sobre la cuestión de la igualdad de salarios. «Lo que está haciendo Jennifer Lawrence es muy interesante. Si una joven actriz con tantos éxitos es capaz de plantarse y decir que ella es la figura de la película, y en consecuencia ha de cobrar lo mismo, quizá las cosas cambien. Es ridículo que no nos paguen igual por nuestro trabajo, en una industria o en otra».

Ese lenguaje…

Se irrita también al repasar cierta terminología aplicada con asiduidad a las mujeres. Por ejemplo, no soporta que de una mujer mayor de 30 años se digan cosas como. «Sigue siendo fabulosa». «O sea, que eres un vejestorio, pero te las arreglas para conservarte -ilustra, y al momento añade-. tampoco me gusta cuando dicen ‘tal actriz interpreta a una mujer que está envejeciendo y…’. ¡Un momento! Todos envejecemos por igual. No me gustan esas connotaciones peyorativas».

Moore recuerda también sus inicios, cuando su representante siempre le decía «trata de ponerte guapa» antes de acudir a unas pruebas. «Es posible que a estas alturas me vean de otra manera, porque las personas que tienen éxito son vistas como más atractivas físicamente, pero por aquel entonces algún productor llegó a preguntar si sería posible hacer que apareciese más guapa en pantalla».

Nada, en todo caso, que le impidiera obtener el papel de Elena en Tío Vania. Es decir, no una mujer hermosa, sino la más hermosa que Vania había visto en la vida. «Yo me decía que aquello me superaba, que no era tan guapa, y mi representante cortó por lo sano. ‘No hace falta que seas la más guapa del mundo. Basta con que seas la más guapa en la sala’».

«Tengo claro que otras mujeres se sacrificaron para que pueda disfrutar de la vida que llevo. Nunca creo merecer nada ‘porque yo lo valgo’

«Hoy, las chicas son muchísimo más conscientes de su imagen y hay una constante comparación con otras personas -reflexiona Moore, madre de una chica de 15 años, Liv (su hijo varón, Caleb, tiene 19)-. En nuestros tiempos solo te comparabas con otras chicas del colegio o del barrio, pero ahora la situación ha cambiado. Hay bastantes más presiones».

La actriz ha inculcado a sus hijos la importancia del estudio. Así lo hicieron sus padres con ella al permitirle hacer arte dramático solo tras completar el bachillerato. «Por si más tarde quería ingresar en la universidad -explica-. Mi madre terminó la carrera cuando yo tenía 14. No se esperaba de ella que fuera a la universidad, por ser mujer, así que hizo un curso de enfermera, tuvo tres hijos y después fue sacándose las asignaturas una a una. Siempre me recordaba lo difícil que las mujeres lo tuvieron en su época, que el control de natalidad no fue legal en Estados Unidos hasta 1965… Tengo claro que otras mujeres se sacrificaron para que pueda disfrutar de la vida que llevo. Nunca doy nada por sentado ni creo merecer nada ‘porque yo lo valgo’».

Y, así, Moore regresa a la cuestión de la igualdad. «Del mismo modo que no todas las películas son iguales, no hay razón para esperar que todo tenga que ser lo mismo. Hay que hacer salvedades con todo el mundo -ya hablemos de hombres o de mujeres- porque todos somos diferentes». En su opinión, no es conveniente decirle a la gente cómo ha de comportarse en lo referente al matrimonio y la pareja. «Si te gusta comprarle los calcetines a
tu marido, pues hazlo. Al fin y al cabo, el matrimonio es una asociación, y es estupendo depender el uno del otro y hacer cosas por tu pareja». De pronto se acuerda de la foto con el plátano, mira la pantalla del móvil y concluye. «Así es como te irán bien las cosas».

El lado salvaje de Julianne

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Amanda Seyfried y Moore viven una noche de amor en Chloe, cinta de 2009

Las interpretaciones de Julianne Moore poseen una ‘violencia’ que define su trabajo como actriz. El ejemplo más claro -y el más repetido- es Vidas cruzadas, dirigida por Robert Altman en 1993, con un monólogo antológico ante Matthew Modine, su marido en la cinta, desnuda de cintura para abajo. Además, Moore ha encarnado como nadie a amas de casa reprimidas en películas como Safe o Chloe, donde acaba en brazos de Amanda Seyfried (en la foto), o en Lejos del cielo, en la que Moore lidia con
la homosexualidad clandestina de su marido mientras se embarca en una escandalosa aventura con el jardinero negro de su familia en la Connecticut de los años cincuenta. Lo cierto es que, como espectador, siempre estás a la espera de que Julianne Moore se dispare. Porque pocos intérpretes se disparan con tanta precisión como ella lo hace.

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