Cientos de niños refugiados que viven en Suecia entran misteriosamente en coma. Con el tiempo se recuperan, pero los médicos no consiguen averiguar las causas de su extraño mal. El principal sospechoso: el miedo a regresar a sus países en guerra. Por Ixone Díaz Landaluce / Fotos: Magnus Wennman y Getty Images 

Jeneta lleva dos años y medio sin moverse y con los ojos cerrados, alimentándose gracias a una sonda nasogástrica. Ella y su familia viven en Suecia y han solicitado asilo político como refugiados kosovares. Durante el proceso burocrático, la niña -de 12 años- cayó enferma, en una especie de coma que la mantiene aislada del mundo. Cuando el permiso de residencia de la familia fue denegado y su hermana mayor, Ibadeta, escuchó la noticia, empezó a temblar y a llorar. Durante meses había acompañado a sus padres a las consultas médicas de su hermana y había traducido del romaní al sueco los diagnósticos y las recomendaciones de los facultativos. También había escuchado a los médicos decir que la residencia era la única cura conocida para ese tipo de casos. Al día siguiente, Ibadeta dejó de andar. Poco después yacía en la cama contigua a la de su hermana y se alimentaba con otra sonda. Sus ojos también estaban cerrados.

Los niños refugiados empiezan a mostrarse pasivos; luego dejan de hablar, de andar, de comer… y acaban cerrando los ojos, como sumidos en un coma, aunque no padezcan problemas físicos ni neurológicos

El año pasado, la periodista americana Rachel Aviv contó la historia de estas dos hermanas de etnia gitana procedentes de Kosovo en un reportaje para The New Yorker. La revista lo ilustró con una imagen del sueco Magnus Wennman. Aquella fotografía acaba de ganar el prestigioso World Press Photo en la categoría de Gente. Este premio y aquel reportaje han puesto el foco sobre una misteriosa enfermedad circunscrita a territorio sueco y que sólo afecta a los niños cuyas familias buscan asilo político en el país.

Lo llaman el ‘síndrome de resignación‘ y el primer caso se documentó en 1998. Desde entonces -no hay cifras oficiales-, algunos investigadores afirman que ha habido miles de casos. Entre 2003 y 2005 se registraron 400 y, aunque en los últimos años su incidencia se ha reducido, en 2015 y 2016 se registraron 169 diagnósticos más.

Un mal selectivo

Las víctimas suelen tener entre 7 y 19 años y pertenecen a familias solicitantes de asilo que provienen, principalmente, de países de la antigua Unión Soviética o de los Balcanes, aunque también hay niños gitanos y yazidíes afectados. Apenas se han registrado casos de asiáticos y ningún africano. La mayoría, además, llevan años viviendo en Suecia, están integrados en la cultura nórdica y hablan el idioma local con fluidez.

refugiados en sucia caen en coma

El detonante parece hallarse en los traumas sufridos por estos menores que huyen de la violencia. Son niñas como Maha, cuya familia huyó del ISIS hace dos años.

Los síntomas son progresivos. Los niños empiezan a mostrarse pasivos y a desinteresarse por los juegos. Luego dejan de hablar, de andar, de comer y acaban alimentados con una sonda. Finalmente cierran los ojos, como sumidos en un coma, aunque no padezcan problemas físicos ni neurológicos. «Son como Blancanieves. Simplemente se alejan del mundo. Es un mecanismo de autoprotección», cuenta Elisabeth Hultcrantz, otorrinolaringóloga sueca voluntaria de la ONG Médicos del Mundo, que ha tratado decenas de casos similares. Hultcrantz sostiene que estos niños refugiados ‘desconectan’ la parte consciente de su cerebro a consecuencia del sufrimiento psicológico y el trauma que han vivido.

En 2005, Göran Bodegård -director de psiquiatría infantil de Hospital Universitario Karolinska, en Estocolmo- publicó un artículo para tratar de explicar el fenómeno, en el cual describía así el estado de los pacientes: «Totalmente pasivos, inmóviles, carentes de tono, retraídos, mudos, incapaces de comer y beber, incontinentes y sin reacción ante los estímulos físicos o el dolor».

Ninguno de los afectados, en todo caso, ha muerto y todos terminan recuperándose, aunque algunos pasan hasta cuatro años en cama. La recuperación, por cierto, ocurre en el orden inverso al de su declive. Abren los ojos, miran a sus familiares y, después de varios meses, vuelven a hablar. En la mayoría de los casos se recuperan por completo. O casi. A menudo, el trance deja profundas secuelas psicológicas. La literatura médica documentó casos similares en los campos de concentración nazis, pero nada exactamente igual.

Palos de ciego

La comunidad médica sueca cree que el trastorno se debe al trauma. Por un lado, al asociado con las situaciones de acoso, inseguridad y violencia que los pacientes sufrieron en sus países. Por otro, la perspectiva de regresar a ese escenario. Algunos especialistas explican el coma como una forma de somatizar el sufrimiento familiar. Un informe del Gobierno argumentó incluso que todo podía estar relacionado con la cultura holística de los lugares de origen y llegó a conclusiones aventuradas como que los niños se sacrificaban por sus familias perdiendo la conciencia de forma involuntaria. Sin embargo, tras enviar médicos y sociólogos a países como Kosovo o Kazajistán las autoridades no hallaron indicios que corroboraran esa tesis.

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Suecia es el país europeo que, en proporción, más solicitudes de asilo recibe. El Gobierno, sin embargo, ha endurecido su política migratoria, reduciendo las llegadas de 10.000 a 800 por semana.

Para muchos, la teoría del estrés postraumático no explica el fenómeno. Entre otras cosas, porque solo ocurre en Suecia. El neurólogo Karl Sallin sostiene que los niños interiorizan patrones de conducta del país de acogida, donde expresar traumas no está socialmente aceptado, y achacan la coincidencia a la llamada ‘psicogénesis cultural’. De hecho, para Sallin, atender estos casos podría estar dando lugar a que se reprodujeran. Pero todo son simples conjeturas, porque apenas se ha investigado y no se sigue de cerca la progresión de los pacientes.

Mientras tanto, los ‘niños apáticos’, como se los conoce en Suecia, son ya un gran problema político. Durante años, el país nórdico fue la tierra prometida de los refugiados políticos. De hecho, Suecia recibía más solicitantes per cápita que cualquier otro país europeo. Pero en los últimos años, y en especial tras la crisis de los refugiados, los suecos han empezado a plantearse los límites de su estado del bienestar y la necesidad de endurecer sus fronteras.

Más de 60.000 suecos han pedido detener las deportaciones de las familias afectadas; y cinco partidos, de los siete con representación parlamentaria, han solicitado una amnistía para ellos

El partido ultraderechista Demócratas de Suecia ha conquistado el 18 por ciento del voto apelando al miedo, con un discurso que advierte de los peligros de la inmigración. Además, en los últimos dos años, las restricciones para los solicitantes de asilo se han endurecido, sobre todo para quienes no huyen de países en guerra. Y eso no excluye a las familias de niños con síndrome de resignación.

Por eso, en el último año, más de 60.000 suecos han firmado una petición para detener las deportaciones de los afectados; y cinco partidos, de los siete con representación parlamentaria, han solicitado una amnistía para ellos. Por la misma razón, 42 psiquiatras dirigieron una carta al ministro de inmigración para denunciar que las nuevas restricciones y la demora del proceso burocrático estaban causando la enfermedad a cientos de niños. Acusaban al Gobierno de «abuso público y sistemático de menores».

La extraña enfermedad, sin embargo, también ha despertado muchas suspicacias. Se ha llegado a sugerir que los niños fingen o que los padres los drogan para posponer las deportaciones. Teorías que nunca han sido probadas. De hecho, muchas víctimas desconocen la existencia del síndrome antes de padecerlo y, según los médicos, los síntomas no pueden ser voluntarios ni fingidos.

La cura burocrática

La recuperación de los niños también es un tema espinoso, ya que para la mayoría de quienes los atienden el tratamiento más eficaz no tiene nada que ver con la medicina, sino con la obtención del permiso de residencia por parte de sus familias y la esperanza y seguridad que se deriva de ello. La propia Junta de Salud y Bienestar Público lo reconoció en un informe en 2013. «Un permiso de residencia permanente está considerado, de lejos, el ‘tratamiento’ más efectivo. El cambio se producirá meses después de que la familia lo reciba».

Pero eso también está sujeto a discusión. Para Sallin, una cosa es el trauma y otra, la condición de refugiado. De hecho, hay casos de niños que enferman cuando su familia ya cuenta con la residencia y otros que se recuperan pese a no tenerla. Según un reportaje de la BBC, algunos especialistas tratan de poner en práctica tratamientos alternativos, como el que desarrollan en Solsidan, un hogar para niños con problemas.

refugiados en coma

Jeneta e Ibadeta, dos hermanas gitanas de Kosovo residentes en Suecia, se han convertido en el símbolo de este síndrome. La primera llevaba dos años y medio inerte en su cama cuando a su familia le denegaron el asilo. Su hermana, entonces, cayó también en coma.

Su experiencia reafirma la idea de que el trauma, y no el estatus migratorio, está en el origen del problema. Por eso, su protocolo separa a los niños de sus padres, que son puntualmente informados de sus progresos. Los trabajadores sociales juegan ante ellos o despiertan sus sentidos sentándolos en la cocina para que huelan los aromas de la comida. Además, las conversaciones sobre el proceso burocrático del permiso de residencia están prohibidas en la habitación. Así, muchos se recuperan antes de que su situación legal se aclare. Mientras tanto, muchas otras familias en Suecia esperan ansiosas una resolución que garantice su estancia en el país y que, sobre todo, les devuelva por fin a sus hijos.

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