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EL BLOC DEL CARTERO

Grullas

Lorenzo Silva

Martes, 13 de Noviembre 2018

Tiempo de lectura: 4 min

Una bandada de grullas sobrevolando los campos riojanos con rumbo sur sirve a uno de nuestros lectores para echar de menos, entre quienes llevamos en la cartera un DNI español, esa unión que a ellas las hace fuertes y capaces de completar una y otra vez, desde tiempo inmemorial, un viaje de miles de kilómetros. Son estas aves un símbolo poderoso, una imagen rotunda de solidaridad por un objetivo que se persigue en común. Los rusos tienen una bella canción –titulada así, Grullas– que ve en ellas las almas de los soldados muertos por defender la tierra de todos. Triste es que esa imagen evoque una realidad entre nosotros inexistente. Triste es que haya, a diestro y siniestro, quienes ponen todos sus afanes, energías y astucias en separarnos y dividirnos cada vez más. Triste es que les dejemos. LA CARTA DE LA SEMANA

Con el morro por la parva

La frase, como tantas, se la debo a mi madre, que la adquirió de sus antepasados en una época en la que en su pueblo, como en tantos de aquella España rural y pobre, se administraba la miseria arrancándole a la tierra lo poco que daba para comer. Cuando se trillaba con un trillo de pedernal tirado por un animal de carga, este intentaba alcanzar del suelo algún bocado de mies, y si quien trillaba se descuidaba, la bestia empezaba a llevar el morro por la parva. Lo mismo hacían las personas: si se daban a los dispendios sin mirar si alcanzaba o no, si llevaban el morro por la parva con frecuencia, la ruina estaba asegurada. Pero, con el tiempo, una cierta bonanza económica, la publicidad y los derechos de todos a aprovechar el estado del bienestar, esta sociedad ya no calibra los límites hasta los que puede llegar y, hala, todo dios con el morro por la parva. Unos se entrampan o se arruinan y otros, los sinvergüenzas, meten las manos en las cajas de todos. Tal vez necesitaríamos que alguien nos pusiera lo que el trillador precavido a las bestias: un buen bozal para no coger lo que no debemos. Antonio Valero Gracia (Correo electrónico)
Por qué la he premiado… Por devolvernos esa sabrosa expresión de nuestros ancestros que tanto conviene a lo que describe.

La unión hace la fuerza

Desde lo alto del monte Laturce observo los campos riojanos donde tuvo lugar la batalla de Clavijo. Hago un esfuerzo e imagino el movimiento de las tropas cristianas del rey Ramiro I, que con ayuda del apóstol Santiago derrotaron a los musulmanes en el lejano año 844. Mucho ha cambiado nuestra tierra desde entonces. Aunque esta batalla y otras tantas que vinieron después hicieron que la España de hoy sea la que conozcamos. La tarde declina y levanto la vista hacia los lejanísimos Pirineos cuando veo aproximarse una bandada de grullas, que, puntuales como todos los años, incluso como aquel 844, cruzan la Península. Me fascina verlas volar agrupadas, sabiendo que el esfuerzo conjunto de todas ellas las hará retornar en primavera en dirección norte. «La unión hace la fuerza», pienso mientras oscurece.  Ojalá aprendamos algo, aquí en nuestro país, de lo que la naturaleza nos muestra allí arriba, a apenas unos centenares de metros del suelo. La oscuridad es total cuando entro en el coche y en la emisora Robe canta esa nana que dice: «Duérmete, que ya se ha ido el sol. Que tenía que hacer, dijo, y se marchó. Y prometió volver al amanecer….». Pablo Barrasa Foncea, Fuenmayor (La Rioja)

Nápoles también es Europa

Basura, muerte, amianto, plomo, residuos radiactivos, cáncer, no bebas o mueres, mi sangre está envenenada, me he quedado estéril, aquí se bebe el uranio, zona catastrófica, limpiar: misión imposible, un médico desesperado, camorra, Nápoles, Italia... Esto es el siglo XXI de la Europa del Primer Mundo, de la Europa tecnológica y vanguardista, de la Europa solidaria, de la Europa civilizada, de la Europa dialogante, de la Italia culta, de la Italia de las mil culturas, de la Italia de las mil obras artísticas, de la Italia donde todo es imagen y diseño, de la Italia más innovadora. Daría igual que sustituyéramos el nombre de Italia por cualquiera de los otros países de la vieja Europa, porque en todos tenemos nuestras propias camorras, nuestros propios basureros, nuestras propias miserias, nuestras propias aguas envenenadas, nuestras propias contradicciones sociales, económicas y políticas. Nápoles es uno de los mejores espolones de nuestra cultura errática, injusta, antisocial y contradictoria, donde se conjugan de forma perfecta la riqueza y la miseria, el orden y la camorra, el último diseño vanguardista de un vehículo y el pozo más putrefacto del mundo. La basura y la contaminación se mueven tan tranquilamen-te por sus calles, por nuestras calles, que ya no le damos la menor importancia a nada, estamos curados e inmunes ante cualquier problema social, por muy grande que este sea. Jesús López Flor, Castellón

Redistribución de la renta

Parece ser que la renta por persona de España en 2017 fue de 38.286 dólares. A una unidad familiar de tres miembros –un matrimonio con un hijo– le hubiera correspondido una renta del triple de dicha cantidad: 114.858 dólares para todo 2017. Es evidente que en España existieron recursos económicos con los cuales afrontar la vida cotidiana sin demasiadas dificultades. ¿Por qué no fue entonces así? Definitivamente, por una redistribución de la riqueza realizada de un modo inapropiado. Si se asignase la sexta parte de los 114.858 dólares que se disponían para una familia de tres miembros, esta hubiera podido sobrevivir dignamente. Sumando más miembros a la unidad familiar, el dinero disponible hubiese sido equivalente e incluso más rentable, ya que los gastos de la vivienda son, hasta cierto punto, similares cuando el número familiares aumenta. El sistema de redistribución de la renta es crucial en el instante de tratar de encontrar la solución al problema de la sostenibilidad de las pensiones y a la crisis demográfica y económica. Todo intento de minimizar la importancia de la redistribución de la riqueza, de forma equitativa, terminará en un deterioro del tejido social, en su conjunto, inevitablemente. Alberto Jesús Lereu Sanchis, Catarroja (Valencia)