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EL BLOC DEL CARTERO

Liliputienses

Lorenzo Silva

Martes, 21 de Enero 2020

Tiempo de lectura: 8 min

Halla un lector una manera literaria de caracterizar el espectáculo de ruido y furia vivido en la carrera de San Jerónimo en torno al debate de investidura. Se refiere a sus protagonistas como liliputienses, tanto por razones de estatura política como de destemplanza y vociferación, las mismas que observó el náufrago Lemuel Gulliver en aquel reino de habitantes diminutos. Este intercambio dialéctico que se compone sobre todo de improperios, sazonado con ajustes de cuentas lejanas y subrayado por la nota de color oscuro que ponen quienes hablan de progreso sin renegar de una violencia aún demasiado próxima, o sin importarles un comino el gobierno de la sociedad en la que viven, plantea un problema de talla, que no solo atañe a lo político. Alcanza a lo moral, y es cosa de todos. LA CARTA DE LA SEMANA

Una heladería frente al mar

Camino por calles abarrotadas, convertidas, un año más, en escenarios de luces brillantes y personajes que corren de tienda en tienda cargados de bolsas. Y yo, paseando con mi hermana y disfrutando de la conversación de una madre que este 2019 amenazó con arrebatarme, sonrío al ver que la heladería frente a la playa, tan arraigada a mi infancia, sigue igual. Con sus ventanas azules y su anticuado suelo de baldosas, permanece inalterable a pesar de la incansable marcha del tiempo, velando por la bahía que la vio nacer. Y yo, quieta entre gente que corre desesperada, a este año nuevo le pediría que mi vida se convirtiese en esa pequeña heladería, para proteger a mis seres queridos entre sus cuatro paredes, para evitar que el tiempo corrompa con su paso todo lo que me rodea. Así, no tendríamos que poner un cubierto menos en Nochebuena, ni guardar las sillas que antes ocupaban familiares y amigos cuya ausencia resulta tan dolorosa en estas fechas. Y, así, quizá acabaríamos con nuestras ansias desenfrenadas por lo inmediato y valoraríamos más las cosas que permanecen y que nos recuerdan de dónde venimos y lo que somos. Ojalá la vida fuese una heladería frente al mar. Sofía Meana Mateo, Pozuelo de Alarcón (Madrid)
Por qué la he premiado...Por la sencillez y la emoción de la imagen, por el ojo para el detalle, donde está todo.

¿Una o varias bolsas?

Ministros, economistas, periodistas y analistas hablan estos días de las pensiones y la bolsa de las pensiones. Soy jubilada payesa y autónoma, coticé 34 años, empecé a cobrar al cumplir los 65, y ahora cobro 677 euros. La bolsa de las pensiones ¿es una o varias? ¿Y las pensiones que cobran los expresidentes del Gobierno y de las comunidades autónomas? Tanto si han trabajado 4 o 24 años, tengan la edad que tengan, ¿salen de esta bolsa? Expolíticos, exmilitares, maestros, banqueros, etc. ¿También salen de esta bolsa o hay otras? Porque lo que cobra toda esta gente es veinte o más veces que todos nosotros. Hace unos días, la ministra de Empleo hizo unos comentarios (una complicación de cifras) y no entendí nada. Dicen que las leyes son para todos igual, yo no lo veo así: es una injusticia y también una tomadura de pelo. Repito, ¿salen todas las pensiones de la misma bolsa? ¿Me lo puede aclarar alguien? Si salen de la misma no me preocupa, pero si hay diferentes bolsas que Dios nos pille confesados. Maria del Carme Simó Secall, Bellmunt del Priorat (Tarragona)

Política liliputiense

En Los viajes de Gulliver, de Jonathan Swift, el protagonista naufraga, nada hasta la extenuación y despierta en la playa de un país imaginario (Liliput), atado por nativos diminutos (liliputienses). Escribo esto mientras sigo la sesión de investidura. Ni mis ojos ni oídos dan crédito a tanto disparate. Insultos personales gravísimos, denuestos al Jefe del Estado, amenazas, interrupciones, gestos soeces, desacatos a la presidencia de la Cámara, falacias... La correcta definición de lo ocurrido es 'política liliputiense'. Política de bajo perfil. Política de burdel portuario. Un bochorno sin precedentes. La Constitución, instituciones y patria no pertenecen a nadie, sino a quienes tengan voluntad de recibirlas. Nadie ni nada obliga a aceptar, pero sí a respetar y acatar las reglas del juego democrático. Alentar el transfuguismo es vil y tabernario, pero las bancadas opositoras no se frenan ante escollos éticos. Se gana y se pierde, guste o no guste a los agoreros del apocalipsis. Urge retornar la política con mayúsculas al eje central de este país. ¿Afrontarán los independentistas que su único recurso para avanzar, dado el obstáculo de la unilateralidad, es trabajar con España y no contra España? Paciencia, Meritxell. Deplorable. Alberto Fdez. Araújo, Barakaldo (Vizcaya)

Reflexión de Nochevieja

Me despedí de mi familia con todo preparado para la cena de Nochevieja. Me correspondía el turno de noche y tomaría las uvas entre rejas. Tras el recuento de internos asumí la custodia de casi doscientos reclusos. Los días navideños son complicados en prisión. Se palpa la ansiedad y tensión entre los internos. En mi soledad dentro del búnker, me vinieron a la cabeza esos reportajes televisivos sobre profesionales apartados de sus familias en esta fecha tan señalada. Inocentemente pensé que, algún día, los protagonistas podríamos ser nosotros. Pero nadie se identifica con los funcionarios de prisiones. Somos invisibles. Nuestra existencia, como la libertad de los internos, está delimitada por muros infranqueables. No obstante, aquellos reclusos con los que se trabaja en prisión volverán un día a las calles de las ciudades. Y el ciudadano que se cruce con ellos se preguntará si se hizo todo lo posible para que no sean una amenaza. Después de trabajar en muchos centros, no me cabe duda de que, de no ser por su potencial humano, el sistema penitenciario español hubiera colapsado hace tiempo. Pacientemente esperé al final de mi jornada. No era una noche cualquiera. Pese a que no haya visos de cambio, la fecha incitaba al optimismo. Con el relevo empezaba un nuevo día. Un nuevo año. Jorge Álvarez (A Coruña)

Valores

Quería agradecer la carta enviada por Kepa, donde aborda el cinismo ambiental. Creo (en la humilde opinión de un urbanita) que una de las grandes causas del cambio climático y de otros problemas globales es que hay una profunda crisis de valores. Me refiero a valorar las cosas, a valorar unos vaqueros por un precio justo para el productor. A valorar que para que podamos tener muchos productos de la tecnología actual hay guerras, explotación infantil y un sinfín de ejemplos más. Algunos dirán que es demagogia, igual también podemos utilizar otra palabra para definirlo, no la recuerdo muy bien. ¡Ah, sí! ¡Justicia! Somos egoístas a más no poder, miramos para otro lado. No sé, igual esto del cambio climático nos trae algo positivo, y es darnos cuenta de que todos pertenecemos a esta Tierra, y no al revés, esperemos percatarnos antes de que nuestra madre se convierta en juez. David Moro Varas (Salamanca)

Reinventando la rueda

Tengo 40 años. Soy ingeniera de Telecomunicaciones y pienso: «Tengo formación y creatividad, seguro que hay algo que puedo hacer para construir un mundo menos sucio». Reciclo la basura, y ya. Eso es todo. Recuerdo con claridad que, cuando era pequeña, las señoras y señores iban a la compra con una bolsa de tela con asas de metal. La fruta y las verduras se metían en unas mallas reutilizables. Los refrescos, cervezas y caseras se vendían en envases de cristal y, cuando completabas la caja comprada con los recipientes usados, se devolvían al bar o la tienda. Con los restos de comida se hacían croquetas y con la fruta madura, mermelada. Se compraba ropa dos veces al año, y solo lo que se necesitaba. El resto se recosía, y al chándal y los pantalones usados se les ponían rodilleras y coderas para ocultar los agujeros fruto de los juegos en la calle. Y lo que se quedaba pequeño pasaba al armario de tu hermano. Teníamos un par de zapatos y otro de zapatillas. Y ya. Y, si nos remontamos a los años sesenta, todo lo anterior era incluso más agresivo. De esto no hace tanto tiempo. Y ahora nos preguntamos qué podemos hacer para frenar el cambio climático. Los científicos discuten e investigan grandes propuestas, necesarias, pero los demás: ¿por qué reinventar la rueda? Nuestros mayores son muy sabios. ¿Y si les copiamos alguna idea? Elena Ortega (Madrid)

El poder de las pantallas

Vivimos pegados a una pantalla 'dedoseada'. Hace tiempo que el PC quedó obsoleto. Nos enteramos al instante de los correos del trabajo, del recorrido de la paquetería, de los altibajos de nuestras cuentas. Ese artilugio diabólico es tan poderoso que puede transformarse en el juguete perfecto con el que se garantizan todas las miradas. Ahí están Facebook, Twitter, Instagram cual tótems generacionales. La política y hasta las casas reales vienen avaladas por su último tuit. La vida de mis abuelos es ya del Paleolítico. Este año, todo ese poder controvertido de las pantallas ha contribuido a la globalización de un grito unánime que nació en Chile: el de Un violador en tu camino. Contemplar las concentraciones en diferentes ciudades del mundo me ha puesto la piel de gallina. Quiero pensar que también ha interesado a padres, hermanos, novios y que la situación de las mujeres aquí y en países como la India va a mejorar. Es uno de mis deseos para el año nuevo. Mercedes Vidorreta Pérez (La Rioja)

Nuevos propósitos

Todos querríamos mejorar algún aspecto de nuestra vida, pero a veces no sabemos cuál. Yo me atrevo a proponer un avance importante y práctico: dominar la lengua para no arrepentirnos de lo que decimos. La Biblia reconoce lo difícil que nos resulta controlar nuestras palabras. Leemos en la carta de Santiago que, «si alguno no cae hablando, es un hombre perfecto» y que podemos domar a los animales, pero «ningún hombre ha podido domar su lengua». Dice el refrán: «Por la boca muere el pez». Y ¡cuántas veces decimos cosas inconvenientes! Pero lo peor es la crítica destructiva. A todos nos encanta despellejar a un semejante en compañía de otros 'despellejadores'. Como todo vicio, practicarlo es un placer, pero lo que no queramos para nosotros no lo queramos para los demás. Lo procedente sería no echar más leña al fuego y apagarlo sacando a relucir lo bueno del criticado ausente. ¡Ay, si en vez de tanta maledicencia existiera más 'benedicencia'! El mundo sería más habitable y todos, mucho más felices. Juan Gil Aguilar, Cuéllar (Segovia)