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EL BLOC DEL CARTERO

Coronavirus

Lorenzo Silva

Domingo, 15 de Marzo 2020

Tiempo de lectura: 8 min

Sostiene nuestra carta de la semana que una epidemia como la que nos ha tocado en suerte gracias al coronavirus COVID-19 es una buena ocasión para replantearnos nuestra existencia y nuestro modo de vida. Es sin duda ante una situación de crisis cuando más quedan al descubierto los aspectos superfluos o excesivos de nuestra cotidianidad y cuando más claramente se aprecia lo que es sustancial de veras. Hay en esta epidemia, para los españoles, algún motivo para la esperanza. Quienes suelen acaparar las portadas han hecho gala de una rara prudencia y han dejado el criterio y el escenario a los profesionales, que han demostrado su solvencia y, de paso, que disponemos de un sistema de salud que es quizá nuestro mayor logro como sociedad. Merece la pena defenderlo de quienes intentan devaluarlo. LA CARTA DE LA SEMANA

Imperfectos

El filósofo Albert Camus escribió la novela La peste hace setenta y tres años; ando leyéndola y no puedo evitar hacer un paralelismo de lo que está ocurriendo en nuestras sociedades, ya sea por la emergencia climática, el terrorismo yihadista o el nuevo coronavirus. En el libro, Camus retrata un mundo enfermo que después de una tragedia vuelve a rehumanizarse: es lo que tienen las catástrofes, que nos hacen ser compasivos con el otro y aprendemos a mirarnos por dentro para comprender, ya que el otro también somos nosotros… Los seres humanos podemos llegar a ser muy destructivos, indolentes e indiferentes, pero también solidarios. Como en todo, estamos llenos de matices. Según pasan los días, nos vamos habituando a este tipo de situaciones y a comprender que esta clase de vivencias nos hace replantearnos nuestra existencia y también nuestro modo de vida. Somos seres imperfectos y, aunque estemos ya en el siglo XXI, siempre estaremos envueltos en todo tipo de amenazas, ahora más globales que nunca, muy a nuestro pesar. La fábula de Camus nos invita a pensarnos y a removernos la moral; la mía se decanta cada vez más por una vida más austera, evitando lo superfluo. Silvia Berenz (Barcelona)

La eutanasia en Holanda

Desde que Holanda legalizó la eutanasia en 2002, las muertes por esta causa han aumentado cada año, registrándose un alza preocupante de casos al margen de la legalidad. Ya hace años, según la Fiscalía General, menos de la mitad de las eutanasias realizadas se comunicaban a la autoridad competente; en un 40 por ciento de los casos se practicaban a enfermos incapaces y en un 15 por ciento, a enfermos capaces sin su consentimiento. No es de extrañar por ello que muchos enfermos y personas mayores, desconfiando de los médicos, y hasta de sus familias, se hayan trasladado a países vecinos. El Gobierno holandés se ha visto paralizado al descubrir con horror que, una vez legalizada, la denominada 'muerte asistida' resulta incontrolable. Theo Boer, impulsor decidido de la eutanasia en Holanda y miembro de la Comisión para su control, ha dado marcha atrás, declarando: «No cometan nuestros errores… estábamos terriblemente equivocados». Boer explica que la ley consideraba la eutanasia como algo extraordinario, pero ha terminado aplicándose a personas deprimidas por estar solas o por haber enviudado. Y advierte que, «una vez que el genio está fuera de la botella, no es probable que se le pueda volver a meter». Luis Somarriba (Santander)

Los tuve de la mano

Este médico jubilado fue partícipe en 1966 del uso de los primeros respiradores mecánicos en la UCI del Hospital Universitario de Oxford. Alimentados por sonda y ventilados por máquinas, los ingresados se convirtieron en una carga tan estresante como inútil y cara. Un tratamiento de UCI costaba lo mismo que un Jaguar MK2, 1200 libras, 20.000 euros ahora. En las historias clínicas de los pacientes, considerados no recuperables por el profesor M., se pegaba un dot (punto) rojo para que no se les aplicara medidas de reanimación. Bastantes años más tarde, cuando, espaciadamente en los ochenta, mis padres entraron en situación crítica por fallo multiorgánico, los tuve de la mano e instruí a mis colegas para que no se les administrara otra cosa que analgésicos o sedantes. El mismo día de sus fallecimientos fui a misa y a comulgar en la capilla del hospital sin confesarme. José Antonio de Apraiz (Vitoria)

Directo al corazón

Cuando David Gistau empezó a escribir en XLSemanal, comencé a leerlo con cierta prevención porque pronto sentí que no podía con él, que él ganaba siempre. Cada artículo suyo iba envolviendo al lector, haciéndole bajar defensas, para dirigirle un directo al corazón, al estómago o a la cabeza. Al principio de la lectura apenas notabas los golpes, repetidos y constantes. Y, cuando ya pensabas que tenías todo bajo control, que eran toques soportables y que el propio Gistau era quien se estaba exponiendo demasiado, entonces te pillaba desprevenido, te tiraba a la lona, con la intensidad aumentada, la precisa para dejarte ahí, tocado, el tiempo de rigor. Había que coger aire y fuerzas para enfrentarse a los certeros puños verbales de Gistau. Buscar un momento de valor emocional. La vida ya da bastantes bofetadas, pero los golpes de David te animaban a volver al ring. El día que murió, tras dos meses de esperanza, mi jornada fue bastante desapacible: los médicos me dieron alguna noticia típica de ellos, mi hermano eligió ese día como el de desahogo de esos traumas que nos acompañan desde la infancia y a mi marido le pilló un ERE. Ninguno de esos toques me hizo llorar. Pero cuando, repasando las noticias, vi la foto de Gistau y me alegré pensando «ya está, ha salido» y al segundo siguiente leo «muere el columnista David Gistau», lloré por ese directo inesperado, por lo injusto de que se fuera él, porque había perdido a mi boxeador favorito, el que me derribaba con todo su cariño, porque él escribía con la palabra inquieta, siempre en movimiento como las piernas del boxeador, sin perder de vista al adversario, sin olvidar que un mal golpe pone fin al combate. La caída ha sido dura, pero todos sabemos, sus hijos también, que David Gistau, en todo lo que hizo, nunca tiró los guantes, siempre será campeón. Teresa Rivera, Urduliz (Vizcaya)

Reducir la jornada laboral

Las empresas están descubriendo que, si se reducen las jornadas de trabajo, aumenta la productividad. Mismo sueldo, mismas responsabilidades y menos horas hacen que la gente trabaje más a gusto y mejor. La semana de cuatro días laborables y 32 horas se está imponiendo porque la gente se refresca y llega mejor y con más ganas al tajo. A lo mejor esa sería también una buena solución para los políticos. No es que trabaje mucho la mayoría, pero están enganchados las 24 horas al momio. Que se lo digan a Ábalos con sus paseos de medianoche por el aeropuerto. Se entiende así que luego no dé pie con bola cuando llega al despacho y los periodistas le ven las ojeras. También los ciudadanos estaríamos menos estresados con la política, sin tener que estar pendientes de las rectificaciones sobre si la mesa sí, la mesa no, ahora o más tarde. Quizá si los políticos dedicaran más tiempo a otra cosa que no sea pillar y pillar, sino descansar y relajarse, se equivocarían menos en sus ocurrencias. Lo malo es que estén reventados pero tengan siempre a mano el botoncico del poder que les da tantos disgustos con la improvisación. Valentín Abelenda Carrillo, Salt (Girona)

Patologías sociales

Hoy, en las noticias me informan de que el Gobierno tomará medidas fiscales y restrictivas más duras sobre el tabaco. Soy un fumador empedernido, consecuencia de la permisividad, la publicidad y los beneficios económicos que aportaban los fumadores a los anteriores gobiernos; tengo muchos años cumplidos y hasta hace poco nadie calculó el riesgo/beneficio. Esto mismo le ha pasado a las bebidas alcohólicas. Solución: impuestos brutales, publicidad cero, restricciones sociales, marginación. Tabaquismo y alcoholismo son 'patologías sociales' no rentables. Ludopatía, otra 'patología social', ahora de moda. Pero las medidas que se toman no tienen el mismo tratamiento que las otras, excepto en lo fiscal. Publicidad, restricción y marginación no se contemplan. La ruina de esta 'patología social' solo arruina al individuo, a su familia y a su entorno más próximo. Estoy cansado de ver famosillos, 'deportistas' y otros… haciendo publicidad consentida de esa porquería. Y el Estado ganando siempre con coste cero. Sigo fumando y bebiendo con mi consentimiento y lo pago con creces; mi salud y mi bolsillo lo costean. Creo que de los ludópatas se tendrían que preocupar mucho más. Jesús Márquez Ruiz (Correo electrónico)

Lenta cicatrización

«Me estás haciendo bullying» dice uno de mis compañeros a otro entre risas. Y a mí me da una punzada en el corazón. Por suerte, ninguno de ellos ha pasado por lo que yo sí. ¿Por qué gran parte de nuestra sociedad utiliza las palabras sin pensar en su significado? ¿Cambiaría algo si escucharan de primera mano lo que es ser acosado en tu trabajo? Lo desconozco, porque solo sé que, tres años después de abandonar mi anterior puesto, tras luchar contra los acosos laborales de una compañera de menor rango, aún no tengo fuerzas para hacerlo. La principal razón, las víctimas somos las estigmatizadas. Mis conocidos se preguntan cómo pude abandonar una carrera de prestigio, labrada durante 20 años de esfuerzo y dedicación, cuando ya empezaba a recoger sus frutos. Sí, a mis 40 tuve que reinventarme, y ahora, cobrando cinco veces menos en un trabajo sin estabilidad, disfruto de una nueva vocación y no tengo taquicardias cada mañana. A mí no me ayudaron mi jefe (el acosador suele estar entre sus favoritos) ni mis compañeros (que te aíslan y solo tarde se dan cuenta de que podrían haber abierto la boca) ni Recursos Humanos (que trata a la víctima y al acosador al mismo nivel). Sí me ayudaron mi familia y la organización workplacebullying.org. En su web, te recuerdan que tu salud mental y física es lo primero y que no eres el responsable de lo que te pasa; y que, a diferencia del acoso escolar, donde la víctima suele ser el más vulnerable, en el acoso profesional, esta suele ser de los más cualificados y trabajadores de su grupo, independiente, honesto e insobornable, a la vez que empático y con buenas habilidades sociales. Sí, hay salida, pero también mucho daño evitable. Isabel B. (Correo electrónico)

Imperfectos

El filósofo Albert Camus escribió la novela La peste hace setenta y tres años; ando leyéndola y no puedo evitar hacer un paralelismo de lo que está ocurriendo en nuestras sociedades, ya sea por la emergencia climática, el terrorismo yihadista o el nuevo coronavirus. En el libro, Camus retrata un mundo enfermo que después de una tragedia vuelve a rehumanizarse: es lo que tienen las catástrofes, que nos hacen ser compasivos con el otro y aprendemos a mirarnos por dentro para comprender, ya que el otro también somos nosotros… Los seres humanos podemos llegar a ser muy destructivos, indolentes e indiferentes, pero también solidarios. Como en todo, estamos llenos de matices. Según pasan los días, nos vamos habituando a este tipo de situaciones y a comprender que esta clase de vivencias nos hace replantearnos nuestra existencia y también nuestro modo de vida. Somos seres imperfectos y, aunque estemos ya en el siglo XXI, siempre estaremos envueltos en todo tipo de amenazas, ahora más globales que nunca, muy a nuestro pesar. La fábula de Camus nos invita a pensarnos y a removernos la moral; la mía se decanta cada vez más por una vida más austera, evitando lo superfluo. Silvia Berenz (Barcelona)