Borrar
EL BLOC DEL CARTERO

Consideración

Lorenzo Silva

Martes, 14 de Abril 2020

Tiempo de lectura: 7 min

La pandemia de 2020 nos va a dejar unas cuantas lecciones. Entre ellas, no será la menor la de darles a ciertas cosas su justo valor frente a otras. Hemos descubierto que algunos asuntos que captaban de manera desorbitada nuestra atención, y con ella los recursos de que disponemos, llegado el momento de la verdad carecen por completo de importancia. Por el contrario, nos hemos dado cuenta de que teníamos desatendidos o clamorosamente infradotados servicios vitales para la supervivencia y la dignidad de las personas, y que a quienes los sostienen no les hemos dado, ni de lejos, la consideración que merece su labor. Tal vez convertirlos a toda prisa en héroes sea, en cierto modo, un gesto de mala conciencia. Conviene leer la carta de la semana, de una médico que pide que no la aplaudamos. Para meditar. LA CARTA DE LA SEMANA

Yo no necesito aplausos

Prefiero que me trates con respeto cada vez que te atiendo en la consulta. De verdad, no necesito ese aplauso. Necesito que no pongas en duda mi criterio médico porque has leído en Internet un blog en el que se dice algo distinto. No quiero que salgas a aplaudir a las 20.00 si no cuidas de la sanidad pública cada día. Quiero que pienses un momento en todo el tiempo que he dedicado para estar preparada para cuidarte y ofrecerte la mejor solución a tu problema. Y, si no eres consciente de ello, no salgas a tu ventana a aplaudir. Quiero que cada día hagas un buen uso de la sanidad, que la trates como el bien preciado y limitado que es. Quiero que no utilices la urgencia si no tienes un problema urgente porque gastas recursos y tiempo que necesita otro paciente. No quiero que me llames «niña», «bonita», «señorita»... Soy tu médico y merezco el respeto y el lugar que me he ganado con mi esfuerzo. Y, si después de todo esto que te cuento, quieres salir a aplaudir, hazlo, pero solo si estás convencido de cuidarme mejor a partir de ahora. Cuídanos cada día como nosotros estamos dispuestos a cuidarte. Ahora y siempre. Ana Astorga Zambrana (Málaga)
Por qué  la he premiado… Por la llamada a la conciencia, y porque nunca es tarde para recobrarla.

Carta a mis alumnos

Tercer día de la segunda semana de clases no presenciales. Poco a poco vamos consolidando hábitos de trabajo autónomo, poco a poco nos vamos adaptando a esta nueva situación. Y todo ello, solo es posible con vuestra fuerza de voluntad, con vuestra implicación. Estáis viviendo un momento histórico que los medios de comunicación han comparado con una guerra; me imagino que ya estáis empezando a ser conscientes de ello, pero la guerra más importante es la que cada uno de vosotros, cada uno de nosotros entablamos con nosotros mismos. Por eso, este momento es fundamental para dar un paso adelante, para demostrarte a ti mismo y a los demás que tú puedes tomar las riendas de tus obligaciones, que ya no te tienen que recordar que tienes que estudiar o hacer las tareas, recoger tu habitación o ayudar a tu hermano pequeño. Es la hora de los valientes y yo sé que no me vas a defraudar, que no vas a defraudar a tus padres ni a tus familiares ni amigos, pero lo más importante, que no te vas a defraudar a ti mismo, porque es tu hora. Suerte y mucho ánimo en estos tiempos tan difíciles. Alberto Q. Martínez (Santander)

Y ahora qué

Conozco la naturaleza, no soy biólogo ni ecologista, pero sé buscar hinojo, tomillo y orégano, distinguir una cama de liebre de una madriguera de conejo y una cagada de zorra de una de jabalí, cagada, sí, no excremento. Durante los últimos cuarenta años he visto desaparecer muchas especies del ecosistema donde habito, otras han disminuido a la mitad o un tercio. He sido testigo de cómo sufrían las hormigas, las abejas, las aves… Salí a pasear con mi perro los cinco minutos que están permitidos y tuve la suerte de encontrarme con un bando de jilgueros. Iban unos diez, se ven pocos; ahora un bando así es de los grandes. Pasé a su lado y cantaban. Tuve la sensación de que se dirigían a mí y me decían: «Ahora qué, ¿eh? Ahora qué». Luis Alberto Grima Serrano, Calatayud (Zaragoza)

Datos para reflexionar

Estamos todos muy preocupados con esta crisis. Ahora nos damos cuenta de la importancia del gasto en sanidad. Tenemos que plantearnos en qué se gastan los recursos económicos. Voy a reseñar algunos datos que posiblemente te harán reflexionar. Estamos pagando a las figuras del deporte unas cantidades desorbitantes. Por ejemplo: Leo Messi cobra lo mismo que 1700 médicos. Cristiano Ronaldo lo que 1420, Roger Federer lo que 1120, Rafa Nadal lo que 455. Más datos: con lo que la sociedad 'paga' a Messi, se puede financiar un hospital con una plantilla de 850 médicos, 1250 enfermeras, 400 auxiliares de enfermería y 200 de oficios varios. ¿A cuántos contagiados se podría atender en este hospital? Francisco Iriarte Cortés (Zaragoza)

Todo lo que un guantazo implica

Contemplo horrorizado cómo algún amigo mío defiende e incluso jalea la actuación de un policía que abofetea a un ciudadano mientras está siendo detenido por incumplir el confinamiento. Cuando alguien se salta la ley, debe caer todo el peso de la misma sobre él, más aun en una situación tan complicada como la que nos está tocando vivir actualmente, pero no se puede tolerar que los encargados de hacerla respetar caigan en conductas macarras y barriobajeras. No renunciamos hace miles de años al derecho individual que supone el ejercicio de la violencia, ni se lo entregamos al Estado para que lo ejerciera en exclusividad por el bien comunitario –lo que nos permitió pasar de una sociedad tribal a una sociedad civilizada– para que ahora una persona que se hace llamar 'agente del orden' recurra a ella de una manera totalmente innecesaria y gratuita. Sin embargo, lo que me aterra es que mis propios conciudadanos, mis iguales, mis semejantes, justifiquen tamaña acción y la vitoreen. Soy consciente de que de aquí al autoritarismo más deleznable no hay un paso, de acuerdo, hay varios. Pero si los que deberíamos oponernos a ese avance contribuimos a recorrer el camino, mi esperanza de alcanzar algún día una sociedad libre y responsable, capaz de hacer uso de sus derechos individuales respetando al prójimo, se ve reducida a cenizas, a utopía, con la misma rapidez con la que la mano del agente cae sobre el rostro del insensato delincuente para propinarle un severo guantazo. Alejandro Bagán Fuster, Alcañiz (Teruel)

Otra forma de ver el aislamiento

Una oportunidad para apagar la televisión y escuchar los Nocturnos de Chopin. Una oportunidad para apagar la radio y volver a leer Las aventuras de Tom Sawyer. Una oportunidad para mirar a los ojos de tu madre, sonreír y darle las gracias por todo lo que hizo por ti. Una oportunidad para percibir lo que necesitas y lo que no. Una oportunidad para lanzarte a la alfombra y jugar con tus hijos. Una oportunidad para llamar a tu primera novia y preguntarle qué tal está. Una oportunidad para averiguar por qué antes no te fijabas en los vecinos y ahora te fijas más. Una oportunidad para valorar un viaje por el descansillo. Una oportunidad para darte cuenta de que es más gratificante el bar donde desayunas que el Perito Moreno de la Patagonia. Una oportunidad para presionar la mano transparente de los abuelos. Una oportunidad para abrir la ventana a las ocho de la tarde y dejar que vuelen las toxinas de la memoria. Una oportunidad para tener presente que una cosa así puede volver a pasar. Una oportunidad para descorchar cualquier noche un Viña Albali y compartirlo mientras preparas un arroz con salchichas y judías verdes. Una oportunidad para descubrir el verbo 'compartir'. Una oportunidad para que, ¡ojalá!, lo que estamos reflexionando estos días nos dure algo más de lo que nos duraban los ejercicios espirituales. Tomás García Yebra, Las Navas del Marqués (Ávila)

Mi tío Ernesto

El pasado 21 de marzo, sábado, falleció un hombre bueno, se llamaba Ernesto y era mi tío. Se crio sin padre durante la dura posguerra española en un pueblo pobre y perdido de Castilla, de esos que no figuran en los mapas. Con esfuerzo y tesón, estudió Medicina y fue de los mejores de su promoción, hoy ya casi todos muertos. Ejerció de médico rural durante más de cuarenta años, sin faltar ni un solo día a su consulta, sanando con la ciencia y con la palabra, a falta de otros medios, que hoy, al parecer, tampoco abundan. A lo largo de su vida, vio morir a su hija con 28 años, a su nieto con apenas 18, y a su madre, esta ya mayor. Pero a pesar de su desdicha, jamás lo oí quejarse de nada ni maldecir su destino, aceptándolo con resignación cristiana. Y cuando nacieron mis hijos, Alejandro y Martín, siempre me atendió con una sonrisa, fuera la hora que fuera, ante mis desvelos de padre hipocondriaco. No lo he visto morir, como tampoco nadie de su familia, pero sé que murió en silencio, quedo y sin molestar, de la misma manera que había vivido, rezando por quienes aquí quedamos. Alberto Antón González (Madrid)