No somos aún del todo conscientes, pero estamos viviendo una transformación, en nuestro modo de vivir y ver el mundo y vernos a nosotros mismos. Se trata de una transformación verdadera, radical y universal, a diferencia de otras en las últimas décadas que gurús a sueldo nos vendían una y otra vez como el fundamento para invalidar las antiguas reglas de convivencia que a sus pagadores no les convenían o les estorbaban el negocio. El coronavirus ha dejado al aire la urdimbre frágil de nuestras sociedades y de esa globalización estupefacta por la que hasta su llegada nos dejábamos de mejor o peor gana arrastrar. Si somos conscientes de las advertencias que nos transmite, habrá cambios significativos en nuestra forma de pensar y actuar. Y como dice un lector, serán razonables.
LA CARTA DE LA SEMANA
Medicina basada en la esperanza
Contra el COVID-19, la situación es tal que ni podemos basarnos en la experiencia, solo hacer medicina basada en la esperanza: en la de que los fármacos que usamos funcionen, o al menos no dañen al paciente; en la de que el paciente que mejora no se descompense al salir del hospital y mañana siga vivo; en la de que nuestros pacientes no necesiten un respirador, que acaso no tengamos; en la de que, tras visitar a uno de ellos, no nos llevemos de paseo el virus, propagándolo más; en la de que el paciente comprenda que estará ingresado por un tiempo indeterminado y solo; en la de que no haya desabastecimiento de uno de los pocos tratamientos que tenemos; en la de que la sociedad comprenda la gravedad de todo y obedezca las instrucciones y no vaya a Urgencias para que la atiendan más rápido, le actualicen las recetas o le den una baja (para eso existe la Atención Primaria) ni atente contra la salud pública, solo porque se aburre. Esta es la medicina que nos toca ejercer, en la esperanza de que esta crisis sanitaria se convierta pronto en el recuerdo de una experiencia vital sin precedentes y nos deje el conocimiento de lo que ya era evidente: sin Sanidad Pública, no se puede sostener la sociedad. M. U. BarcelonaCambios razonables
Desde la autoridad que me confiere acabar de suspender Biología I en la UNED, he de decir que, independientemente de la naturaleza del bicho y de si la cobertura es lipídica o de aminoácidos, nuestra vida va a cambiar un poco, dentro de lo razonable. No contamos a los miles de familiares de víctimas, que en paz descansen, cuya vida sí ha cambiado para siempre. 1) Espurrear perdigones por medio de estornudos, toses o discusiones acaloradas como un surtidor de jardín del Leroy Merlin no es lo correcto, con virus o sin virus. Hay que cubrirse o al menos apuntar hacia el suelo. 2) Lavarse las manos antes y después de comer o miccionar no es una engorrosa medida debida a una epidemia mortífera. Es lo normal. No tengo por qué empuñar la manija de la puerta del baño detrás de un individuo que no toca el agua, no vaya a ser que sus manos pierdan la esencia de su ser. 3) Tumbarme sobre la persona que se sienta a mi lado en el transporte público no es adecuado. Las personas que convivimos con gente tenemos costumbre de esquivar trayectorias y de evitar el contacto innecesario. Atención a porteadores (y porteadoras) de mochilas y bolsos: no tienen por qué contactar con el resto de usuarios. Y si ello sucediere, lo conveniente es pedir perdón. 4) Tema aparte va a ser lo de usar mascarilla en lugares públicos. Vergonzosos sociales como somos, nos va a costar más, después de decenios cachondeándonos de las turistas japonesas. Pero «ye lo que hay», que dicen les asturianes. Stan Aryas, Collado Villalba (Madrid)De aquellos polvos...
Soy profesora jubilada, explícitamente doliente, desde que los sucesivos planes de enseñanza fueron bajando el nivel y los saberes. Los libros de texto, en escandalosa sucesión, se amenizaron con infinitos dibujos que en vez de optimizar, corroboraban la atomización de las materias. Quince asignaturas inanes y múltiples grupúsculos en cambiantes siglas destinados a repartir aprobaditos, sin digerir bocado. Alumnos partidos de risa al recoger sus notas. Y grabada a fuego esta queja en confesión de alumnos brillantes: «No nos enseñan para saber, sino para aprobar». De igual modo, siguió la escalada hacia la Universidad. Cantidades ingentes en másteres de lo más variopinto. Entre tanto, profesionales de la medicina en desperdicio, rompiéndose los cascos por mor de unas competencias lingüísticas que han incrementado el pecunio de sus tinglados. Un coronavirus sin piedad ha puesto en evidencia ese desprecio por la Ciencia. Nuestros estudiantes confinados se merecen toda la ayuda, el respeto y los medios virtuales, toda oportunidad esforzada, antes que matar su estímulo repartiendo la indignante limosna de un aprobado general. Mercedes Piñón Cotanda, Onda (Castellón)Ojalá fuera un perrito
Llevo muchos días explicándole a mi hijo pequeño por qué no puede ver a sus amigos ni ir al parque ni salir a la calle. Le explico que es para proteger a los abuelitos. Él cada día me pide salir, aunque sea un ratito, me dice. Le digo que no puede ser; que el 'bicho' está aún fuerte. Él ve la tele, el comportamiento de algunos degenerados que no respetan la cuarentena y me pregunta por qué ellos salen. Le digo que porque son gente mala. Ayer se puso a mirar por la ventana y me preguntó: «Papá, ¿los perros son malos también?». «No, ¿por qué?». Él sigue: «Entonces ¿por qué salen?». «Porque tienen permiso y sólo un ratito». Él dice: «Papi, es eso lo que yo pido, sólo un ratito, ojalá fuera un perrito». Y qué le contesto yo, cuando un perro tiene más derechos que los niños. Un aplauso a todos esos niños que, sin acabar de entender esto, lo soportan y respetan. Arturo José García López (A Coruña)¿Por qué?
Novecientos muertos en un accidente de avión y, según de dónde sea, ¡ay!, se para el mundo; novecientos muertos por un tsunami y, ¡ah!, según dónde sea, se para el mundo; novecientos muertos por un atentado y... más de lo mismo. Número indeterminado de fallecidos en un poderoso país vecino y ¡se 'inundan' las redes de banderas! Todos transmiten sus condolencias, intentando ser parte de ese pueblo marcado por la tragedia. Ochocientos cuarenta y nueve muertos el lunes, ochocientos sesenta y cuatro el martes, novecientos cincuenta el miércoles, novecientos treinta y dos el jueves... Y tengo que disfrazarme, coger la guitarra, salir a bailar. ¿De dónde somos? De España. ¿Dónde ha ocurrido? En España. ¿Dónde están las banderas apoyando a todas esas familias que han perdido a un ser querido y ni siquiera han podido despedirlo? No lo entiendo y me duele. Yo no pongo banderas, nunca lo he hecho, y no por eso deja de dolerme cualquier tragedia. María Mayo Castro. Outes (A Coruña)Mi madre
Mi madre no sabe de pandemias ni de estados de alarma. Vive en su confinamiento particular, del que a veces sale, rescatada por una mirada, una sonrisa o una caricia. Pocas veces sirve una palabra. Ya el verbo hace tiempo que no la atrapa. Mi madre a veces tiene miedo y llora, desconsolada, con mi impotencia como testigo por no ser capaz de calmar su angustia.Me confunde con quién sabe quien, peguntándome dónde estoy yo misma o interesándose por los hijos que no tengo. A veces se rebela contra quienes la cuidamos por percibirnos carceleros. Mi madre no es consciente de lo afortunada que es por permanecer en su casa, tal como ella quería. Reclama la presencia de sus hijos sin saber que ellos viven su propio confinamiento. Victoria Rubio Tomás (Valencia)Experiencias de un capellán
Lo que estaba temiendo de un momento a otro llegó para mí a media mañana del lunes: me avisaron de la Urgencia para que administrara la Unción de los Enfermos a una persona de 94 años, con patología previa, confirmada de coronavirus. Administré el sacramento piadosamente, con tranquilidad y respeto, a la par que adoptando todas las medidas previstas por el protocolo sanitario, contando en todo momento con la ayuda inestimable del personal de enfermería. El paciente, confortado espiritualmente, me consta que también se sintió anímicamente reconfortado. A esa actuación fueron sucediéndose y con cierta periodicidad otras similares, procurando seguir la disciplina establecida y esforzándome siempre en infundir en la persona postrada un trato personal, sosegado y apaciguador. Acompaño esas urgencias reforzando los momentos de oración ante el Sagrario para que el Señor me asista y auxilie con su paz, para así yo asistir y auxiliar a aquellos a los que la atención hospitalaria me va confiando. En cualquier caso, procuro un espacio suficiente para pedir perdón por aquellas ocasiones durante estas semanas (seguro que las hubo, haya sido o no yo consciente) en las cuales no he obrado con la serenidad requerida por las circunstancias, permitiendo que aflorasen muestras de vacilación, de angustia y de miedo. Julián Esteban Serrano. Capellán del H.C.D. Gómez Ulla (Madrid)-
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