Borrar
EL BLOC DEL CARTERO

¿Mejores?

Lorenzo Silva

Martes, 26 de Mayo 2020

Tiempo de lectura: 7 min

¿Saldremos de esta mejores o sólo con más anticuerpos? La pregunta se la hace una de nuestras lectoras y se muestra escéptica respecto de que la pandemia vaya a servir para que dejemos atrás algunos de nuestros malos hábitos; en especial los que tocan a nuestra capacidad de comprometernos con los asuntos comunes y el bienestar de los demás. Hay quien en cambio cree, como la autora de nuestra carta de esta semana, que nos hará bien, porque nos ayudará a ser más conscientes de lo que ignoramos y de dónde están los villanos y dónde los virtuosos. Si atendemos a los clásicos y su relato de las pestes de la Antigüedad –por ejemplo el de Procopio de Cesarea sobre la de Bizancio del siglo VI–, los buenos propósitos no duraron más allá de lo que duró el miedo. Eso sí: no estamos obligados a repetirlo.

LA CARTA DE LA SEMANA

Antihéroes, ignorantes y... villanos

Antihéroes son todos los que cada día ponen un poco de orden a este caos. Héroes imperfectos, con los defectos de la gente común, que no buscan aplausos ni titulares. 'Casi héroes' que hacen realidad lo que antes parecía imposible. Médicos que atienden consultas por teléfono, administrativos que teletrabajan sin horario mientras sus críos pululan a sus espaldas, vendedores que llegan a nuestra casa de todas las formas posibles. Ignorantes somos todos: padres, alumnos, profesores, políticos, jefes, clientes, enfermos, médicos… Todos buscamos salir adelante, aprendiendo nuevas técnicas, herramientas y modos de seguir haciendo lo que sabíamos. A veces nos equivocamos, rectificamos y, si es posible, comenzamos de nuevo. Por ello, me resisto a dar la razón a los que dicen que la pandemia nos hará peores. Yo solo veo héroes y aprendices. Pero es cierto. Muy de vez en cuando salen voces que aprovechan esta situación para echar leña y buscar culpables (que no merecen ni su sueldo) a una crisis que por desconocida y grave nos tiene a todos perdidos, desanimados y, a veces, desamparados. Pero claro, todos los héroes y antihéroes tienen sus villanos. Carmen Revuelta Fernández (Burgos)
Por qué la he premiado… Para que lo sepan, los antihéroes como los villanos: que se les está viendo.

Problema de la gente

Me daba la risa entonces y aún me la da: «Saldremos siendo mejores». ¿Eran estas declaraciones sobre una evolución de nuestros sistemas inmunes? Madrid no pasa la fase cero y solo veo quedadas de adolescentes, familias bien con niños aglomerados en plazas, policías charlando sin más ante lo que pasa. ¿Es este el progreso? ¿Qué podemos esperar de gente que, ni viendo en riesgo su propia salud, es capaz de respetar unas normas? ¿De verdad esta gente va a ser más solidaria y colaborativa tras la pandemia? Tal vez sea hora de cambiar el lema de «Todo saldrá bien» por «Espero que todo salga bien». Siento que, en lo que algunos llaman la sociedad 'del progreso' y 'del conocimiento', asistimos a una sociedad egoísta y olvidada de términos como 'comunidad', 'solidaridad', 'bien común' o 'prójimo'. Mientras culpamos al virus, a la falta de previsión de los responsables, a las aglomeraciones del 8-M, al material defectuoso y a un sinfín de etcéteras, deberíamos empezar a valorar que hay cuestiones que hace tiempo dejaron de ser problema del Gobierno para ser problema de la gente. Ana Belén Menéndez García (Madrid)

Por un café

Dirijo una pequeña empresa y cada día procuraba hacer un paréntesis para relajarme, leer algún artículo del periódico. Lo hacía en un lugar agradable, pequeño pero grande en atención: situado en un jardín, junto a un convento, dispone de una carpa al aire libre, sol. Con un gesto Isa me entendía, a veces preguntaba: «¿Hoy te vas a dar un festival?» para referirse a si tomaría un croissant. Lugar de tertulia, donde nos damos cita una serie variopinta de personajes, cada uno con nuestras historias, miserias e ilusiones. Dios, cómo lo echaba de menos. Sirvan estas líneas de homenaje a las personas que trabajan en este sector y que, por el precio de un café, te dan una sonrisa, tertulia, lectura, amabilidad, ilusión, sosiego. Bartolomé Molino, Totana (Murcia)

Competencia digital

Este año pondré a todos los alumnos que se han conectado un 4, lo máximo, en competencia digital. Para el trabajo intelectual, el teletrabajo puede tener su cosa, pero en términos globales llega a ser alienante. En el espacio educativo casi no es posible. Los profesores intentamos ahora no dejar atrás a ningún alumno y transmitir algo de nuestras materias o consolidar lo aprendido. Pero para el aprendizaje, hay que tener a los alumnos delante. Para la evaluación del progreso es fundamental. Es la transmisión de las ideas. Hay momentos únicos en ese proceso. Hace falta tiempo para hablar tras una clase. Alguien hace una pregunta y notas que algo ha conectado en su cerebro con la vida. Estamos sometidos a las pantallas, quizá hoy ya son vitales, pero no reemplazan a la auténtica vida. El teletrabajo en la educación es una muleta. Una muleta es útil, pero más lo es la pierna. Miguel Perdigón (Burgos)

La necesidad de despedirse de un ser querido

Quien deja a un padre, hermano o amigo sin despedida no se merece escuchar la comunicación 'victoriosa' de la cifra de muertos diaria. No se merece escuchar una sucesión de canciones que ya no suman fuerza ni firmeza. No se merece escuchar el nuevo folclore de los aplausos que ha sustituido a ferias anuladas. Se merece un tiempo para el luto y el respeto, un reconocimiento humilde y arrepentido de lo que nos ha traído la falta de previsión. Se merece una correcta despedida para poder empezar un nuevo camino. «El desasosiego no lo produce la muerte, para la gente acostumbrada al riesgo, lo produce no tener cuerpo que enterrar», Así le explicaba el inspector Leo Caldas en Ojos de agua a su ayudante aragonés el significado de un epitafio en que una mujer agradecía al mar haberle devuelto el cuerpo de su marido para que ella pudiera darle correcta sepultura, evitando que se convirtiera en una viuda blanca que mira al mar cada mañana preguntando por los suyos cuando un barco se hunde. A falta de esas necesarias despedidas, ¿cuántos quedan ahora con heridas abiertas? Las cicatrices serán imborrables, pero las heridas abiertas son incurables, y si algo necesitamos ahora son curados, curados de cuerpo y de alma. Angela Sacarrera (A Coruña)


Sidi, Mandaloriano, mineros de Chernóbil

Sidi, Mandaloriano y los mineros de Chernóbil con los que paso el confinamiento tienen tres cosas en común: lealtad, sentido del deber y orgullo. El Cid es desterrado por su rey, pero incluso así aparta un quinto de sus botines de guerra en el destierro para él. El Mandaloriano es leal a su pueblo y cumple con el deber de no quitarse jamás la armadura ni el casco delante de otra persona: «es el camino», afirma. Y los mineros de Chernóbil cavaron un túnel debajo del reactor nuclear incendiado, simplemente porque era lo que debían hacer. El Cid es un guerrero orgulloso de la estirpe a la que pertenece y no la critica, a pesar de ser separado de su familia. El Mandaloriano se siente orgulloso de su pueblo, aunque desapareció hace tiempo, quedan pocos de ellos y viven apartados. Los mineros de Chernóbil despre-cian el aparato gubernamental soviético, pero están orgullosos de ser mineros. Mis padres me enseñaron a ser leal y a cumplir con mi deber, y al hacerlo sentirme también orgulloso de ello. Y lo mismo enseñé a mis hijos. Pero cada vez resulta más difícil encontrar a gente que sea así, solo aparecen en libros, en teleseries y en mi propio dormitorio. Roberto Rodríguez Vesga (Bilbao)

No quiero volver a la normalidad

No quiero volver a la normalidad. Lo siento. A pesar de todo, he disfrutado de un tiempo muy reparador. Para mí ha sido un regalo. Y ahora… no, no es atractivo volver a caminar por las calles llenas de gente, dejar de escuchar el sonido de los pájaros, no tener tiempo para sentarme en el banco del patio y tomar el sol, pintar, leer, escuchar música, ver cine… Tengo mono de tranquilidad y no me apetece el mundo de antes, aunque esté lleno de reclamos y todos lo alaben. Dejadme, por favor, en mi soledad, solo, en el monasterio de mi casa, pasear por el claustro de mi espacio interior donde se oyen mis pasos; dejadme, por favor, ponerme la capucha del silencio y no tener ni reloj ni calendario. Ya... No me voy a hacer ilusiones ilusas. La realidad es la que es. Volveré a poner cada noche el despertador y a despertar dormido, a caminar deprisa, a escuchar mil conversaciones, a sentirme empujado, arrastrado, manipulado por mil obligaciones cotidianas y, poco a poco, mi pulso se irá acostumbrando nuevamente a un latido más dinámico. Me engañará el mundo con sus juegos de magia y hasta creeré montarme en una divertida noria que me sube y me baja sin sentir el gran mareo que me produce por dentro. Pero una cosa sí ha cambiado para siempre, porque he conocido otro espacio y es un lugar posible para mí. Hay un rincón al ras del suelo donde sentarme cara al sol y mirar las nubes pasar, o cerrar los ojos y escuchar el mar. De vez en cuando me he prometido volver. Allí hay un cachito de mi felicidad. Antonio José García Gómez, Villafranca de los Barros (Badajoz)