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EL BLOC DEL CARTERO

'On-line'

Lorenzo Silva

Martes, 30 de Junio 2020

Tiempo de lectura: 7 min

La vida se ha vuelto on-line en muchas de sus facetas. Nos guste o no, nos toca acostumbrarnos, cada cual como mejor puede y hay aspectos en los que más o menos vamos saliendo airosos. Descubrimos que las reuniones se pueden mantener por videoconferencia, incluso que así son a veces más eficientes y ahorran viajes, costes y pérdidas de tiempo. Sin embargo, en otras cuestiones la solución on-line no es tan exitosa ni resulta tan fácil nuestra adaptación. Quizá el aspecto que más inquieta sea la educación. Puede que un adulto que se forme pueda hacerlo sin mucha merma a distancia, pero como nos dicen un par de docentes, es dudoso que la instrucción por pantalla de quienes empiezan a vivir la estemos resolviendo bien. Depende de los padres, del niño, de tantas cosas. LA CARTA DE LA SEMANA

Ellos tampoco podían respirar

Se habla de las bondades que dejará la pandemia, pero lo que se ha revalorizado es el egoísmo hacia nuestros mayores. La llegada de la senectud no puede ser motivo de relegarlos y desatenderlos a merced de un ser divino. No se puede pensar que han cumplido su 'etapa'. Según datos oficiales de las CC.AA., la COVID-19 ha matado a más de 19.175 ancianos, y  siete de cada diez muertes fueron en residencias, convertidas en desoladores mataderos. Se ha llegado a saber que murieron hacinados, sin asistencia. Solo espero que les resarza la Fiscalía, que ha abierto ya 361 investigaciones. Toca pedir explicaciones a los implicados: Ministerio de Sanidad y Consejerías de Salud autonómicas. Esto no puede quedar impune. Ya que se debate el Plan de Reconstrucción que palie tanto dolor, esperemos que esto no quede como en el poema de Góngora: en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada. Sergio Martínez Gonzalo, Ogíjares (Granada)
Por qué la he premiado… Porque nunca será suficiente la autocrítica ante este, nuestro mayor fracaso reciente.

La educación telemática

Un día cualquiera de un año cualquiera. Clase de Primaria. Niños/as de 8 años. Se acerca Aitor y me enseña en su brazo un puntito rojo mientras me dice preocupado: «Seño, mira lo que me ha salido». Miro el puntito y lo miro a él, que añade antes de que yo diga nada: «Me duele mucho». «¿Te duele mucho?».  Aitor asiente con la cabeza. «Entonces –digo– habrá que ponerte una tirita para que no roce con nada, ¿no te parece?». Aitor, con una seriedad solemne, asiente de nuevo. Puesto el apósito, se va tranquilo a centrarse en su tarea. Al cabo de un minuto, hay seis enseñándome viejas postillitas, un granito, un pequeño rasguño, una manchita bajo la piel… quieren su tirita y yo se las pongo sabiendo que lo que me enseñan no es el granito, la postillita, ni la rozadura y que la tirita tampoco es ese trozo de tela adhesiva, sino la sonrisa, el momento de atención exclusiva, el cuidado humano y cariñoso. Y entonces miro el ordenador con sus múltiples plataformas educativas, valiosas sin duda, y pienso que aún está muy lejos de sustituirnos. María Del Río Pérez (Correo electrónico)


¿Y si...?

¿Y si aquel día, en vez de «Ningún alumno perderá el curso escolar por la COVID-19», la Ministra de Educación hubiese declarado: «A ningún alumno se le regalará el curso escolar por el COVID-19»? Quizá, en vez de proteger a los alumnos ante la dificultad del momento, hubiese sido una buena oportunidad para educarlos en el esfuerzo y en la exigencia, para ayudarles a comprender que lo que en la escuela se enseña es algo serio y para conseguir ciudadanos con una buena formación académica. ¿Y si hubiese manifestado que ante la situación excepcional a la que nos enfrentábamos no se toleraría la copia en los exámenes y que serían ellos, los alumnos, los que ante cambios sospechosos en sus calificaciones tendrían que sonrojarse y demostrar sus conocimientos? Quizá, algunos alumnos en vez de jactarse de copiar, hubiesen sentido vergüenza de que se les pillara, de mentir, de defraudar. Al pasar del 2 al 10 hubiesen tenido que ser ellos los que dieran explicaciones al profesor y no el profesor el que necesitara pruebas evidentes de fraude y justificar con un informe de cinco folios cada suspenso.  ¿Y si hubiese dicho que volver a las aulas cuando las condiciones sanitarias así lo permitiesen sería una prioridad? Quizá habría contribuido a que alumnos y familias entendiesen que, además de poder salir a pasear con los amigos, sentarse en una terraza o hacer botellón, también se puede acudir al colegio a hacer un examen de forma puntual, manteniendo protocolos de seguridad y sin poner en riesgo la salud de nadie.  Quizá, unas declaraciones así hubiesen contribuido a dignificar la educación. Serían propias de un sistema educativo exigente. Habrían ayudado a entender que la educación es algo serio, que lo que en la escuela se enseña es esencial para ayudar a abrir el apetito intelectual. Todo lo demás solo sirve para disfrazar y maquillar el fracaso escolar bajo la propuesta de «no dejar a ningún alumno atrás». Aitziber Landa Serrano (Correo electrónico)

Amnistía a los deudores

En mis 72 años de vida, he visto y he vivido muchas cosas; entre ellas, una fuerte crisis económica. Hace ya diez años se llevó mis ahorros, mi casa, mis dos coches y casi mi salud. Ahora, ya jubilada, vivo de mi pequeña pensión que conseguí salvar a duras penas. Veo con estupor cómo algo invisible vuelve a provocar la ruina de mucha gente. Me duele la gran cantidad de muertos y enfermos. Parece que este Gobierno se preocupa de que todo el mundo obtenga, de una forma u otra, un mínimo dinero para poder comer. Pero se han perdido muchos puestos de trabajo. Debería plantearse cómo crear más trabajo para todos. Estamos atravesando una difícil situación, en la que otros muchos empresarios perderán cuanto tenían. Y mañana se sentirán como me siento yo; despojada hasta del derecho a tener una cuenta bancaria, a comprar nada a crédito, ni tan siquiera a poder contratar un seguro de coche. Me quedé con deuda a la Administración y no sé si vencerá nunca. Por ello quería pedir una amnistía económica para los que perdimos todo, tratando de salvar la empresa y los puestos de trabajo de nuestros empleados. Sería volver a sentirme 'persona'; recuperar algo de mi dignidad social. Realmente  lo necesito. Antonia Pons Salom, Mahón (Baleares)

Fútbol con vencejos

Ha vuelto el fútbol –o, cuando menos, la Liga–. Pero sin público (o solamente con público virtual). En la primera retransmisión de partidos, entre las peculiaridades de la 'nueva normalidad', algunos reconocimos las estridentes voces de los vencejos que sobrevolaban los estadios –por ejemplo, el sevillano y sevillista Sánchez Pizjuán–, como únicos espectadores habilitados para asistir a tan ansiado evento: se escuchaban perfectamente mientras pasaban por las vacías gradas del campo. Aunque siempre habían estado ahí, no hemos podido (o no hemos querido) oírlos hasta que la nueva pandemia, a un alto coste, nos ha hecho afinar algo los sentidos, embotados por décadas de una 'normalidad' de la que habíamos desterrado en todo lo posible a la naturaleza. Acaso deberíamos haberles prestado la misma atención que los mineros a los canarios o a los ratones que llevaban a las galerías con el objeto de indicarles la presencia de gases letales e invisibles: como los coronavirus. Pero hemos preferido ignorarlos en nuestra carrera hacia la autodestrucción, hipotecando el mañana para poder disfrutar de un ahora –por ejemplo– con limpias playas barridas cada día por maquinaria pesada que convierte lo que debería ser un rico ecosistema en un arenal yermo para disfrute de un único primate… que habrá de pedir cita previa para acceder al que debería ser el más universal de los bienes y derechos: el medio ambiente. Ojalá estos pequeños detalles nos ayuden a comprender lo anormal que ha sido pretender un crecimiento exponencial, matemática y ecológicamente insostenible, en ámbitos como el económico a costa de todos los demás. Damián Porto Rico, A Estrada (Pontevedra)

También por ellos

Intento hacer las cosas bien para proteger incluso a aquellos que se empeñan en complicarnos la existencia. Me pongo mascarilla, guardo distancias, cumplo las normas para que aquellos que no lo hacen tengan sitio en los hospitales si caen enfermos. Vacuno a mis hijos y nietos para proteger también a aquellos que no lo hacen y ponen en riesgo a toda la población. Defiendo la ciencia para que terraplanistas y chamanes puedan servirse de ella cuando vengan mal dadas. Lucho por una sanidad pública para que los buitres que sacan dinero a costa de nuestra salud o de nuestros ancianos puedan ser atendidos por ella cuando sus vidas peligren. Creo en la igualdad y en los derechos incluso de aquellos que se creen superiores. Sigo votando a pesar del bochornoso espectáculo que últimamente nos han dado casi todos los políticos, aunque considero buen momento para incluir de una vez las listas abiertas en las papeletas que introducimos en las urnas, para que así desaparezcan los que medran como lo hacen ahora. Confío en que saldremos adelante y en la naturaleza del ser humano y, sobre todo, en los valores que transmiten mis hijos a los suyos. José Ignacio Gil (Correo electrónico)