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EL BLOC DEL CARTERO

Inconsciencia

Lorenzo Silva

Lunes, 13 de Julio 2020

Tiempo de lectura: 6 min

La conciencia de peligro es siempre desigual. En primer lugar, porque hay peligros que amenazan más a unos que a otros. En segundo lugar, porque no todos dedican el mismo tiempo al análisis de riesgos. En tercer lugar, y aquí viene lo peor, porque no todos son capaces de sentir como propio el afán de evitar perjuicios a terceros. Sea por lo que fuere, en lo que llevamos de nueva normalidad se ha hecho evidente que hay entre nosotros quienes han elegido vivir en una dulce inconsciencia respecto de un mal que sigue ahí y podría volver a golpearnos de manera cruel. Hay quien propone que nos zarandeen con alguna campaña contundente. Hay quien lo asocia a la ligereza de la juventud, que se cree inmortal. Quizá lo que falta es inculcar que el bien o es común o no es. LA CARTA DE LA SEMANA

La educación, maltratada

Según Eurostat, tenemos la tasa más alta de fracaso de la UE. Como profesora, compruebo que las estadísticas no pueden reflejar la frustración de miles de alumnos que dejan la secundaria sin cultura o la acaban a trompicones y, ahora, con titulito regalado. En solo cuatro décadas tenemos siete leyes de educación, aprobadas no para mejorar la cualificación de los alumnos, sino para ideologizarlos. La derecha y la izquierda deben repartirse las culpas, aunque esta última es la que ha hecho y deshecho más tiempo y según su interés particular. El Gobierno actual está cavando la fosa del fracaso con la Ley Celáa. Con prisas, de espaldas a padres y sin diálogo con los agentes educativos. Celáa oculta su rechazo a la educación concertada, la libertad y la excelencia y vende su ley como muy social, pero solo frenará el ascenso de los menos pudientes; los más cultivados saldrán adelante aquí y en el extranjero. Y crecerá el abismo social. Esther Aparicio Ortega (Madrid)
Por qué la he premiado…  Por si mueve a reflexionar, para no repetir por octava vez el mismo error.

Más que mil palabras

No dudo de las inmensas dificultades que enfrentó el Gobierno durante la crisis de la COVID-19. No me gustaría haber estado en su pellejo. Han tenido que tomar decisiones complicadas en poco tiempo y estoy convencido de que lo han hecho con la mejor de las intenciones. Seguro que gracias a esas decisiones se ha podido atenuar el impacto del virus, pese a los dramáticos resultados en pérdidas humanas, y por eso me impresiona tanto ver lo fácilmente que algunos han olvidado lo que hemos y estamos pasando, puesto que el virus no ha desaparecido. Entiendo que los humanos somos seres sociales y necesitamos compartir momentos con otros, pero ¿por qué nos olvidamos tan pronto del horror? ¿Cómo no recordamos ya las pocas imágenes emitidas de las personas en las UCI? Quizá porque han sido pocas. Dicen que una imagen vale más que mil palabras. Acogiéndome a esta máxima me sorprende cómo hoy el Gobierno no ha invertido en una campaña televisiva sobre lo que implica ingresar en una UCI y las secuelas que, en muchos casos de por vida, parecen dejar tales ingresos por este virus. Señores gobernantes, no esperen más. Ya que «hechos son amores, que no buenas razones» y, viendo que el ser humano elige, a veces, aprender por sufrimiento más que por discernimiento, plantéense invertir en una buena campaña. No servirá para todos, pero con que sirva para algunos será suficiente. Óscar Flores, Algorta (Vizcaya)

20 años

Suena el despertador. Son las ocho. Sábado 27 de junio. Por fin vuelvo a la pachanguita futbolera de los fines de semana con la cuadrilla. Luego, unas 'birritas' antes de comer (como un marqués) en casita. Mi 'vieja' cocina que flipas. Y a la tarde, la 'peña'; hemos quedado en un parque para hacer unos litros con una cuadrilla de 'pavas'. Ya he dicho en casa que llegaré taaaaarde. A ver si 'mojo', que estoy a palo seco desde el rollo del virus… Trasladen (o mezclen) esta jerga a la de hace 10, 20, 30, 40 años. Modifiquen, acaso, la pachanguita futbolera por cualquier otra actividad física con los amigotes. ¿A que se acuerdan? Tengo 20 años y me siento inmortal. Patxi Rojo, (Bilbao)

Y, ahora, ¿qué?

¿Una profunda crisis y, luego, vuelta al consumo, al coste del medioambiente unido al cambio climático o viene algo nuevo, al menos el germen de una nueva corriente? Hasta ahora, el sistema económico vigente parece indomable. ¿Existe la posibilidad de que algún estado pueda llevar a cabo un desarrollo sostenible? ¿Cuál podría ser? Estados Unidos, el antiguo símbolo de la libertad y el progreso. China, la tierra del control estatal absoluto. Inglaterra, la democracia más antigua de la edad moderna. Francia, con su tradición revolucionaria. Alemania, a causa de su herencia histórica. La Unión Europea, con sus 27 Estados Unidos. O España, con frecuencia un campo para la experimentación a lo largo de la historia. ¿Adónde queremos ir en realidad? Ignorar los problemas o la búsqueda de una cabeza de turco tampoco ayudan. La esperanza de un Mesías tampoco está justificada. Cada uno debe darse la respuesta y transformar en hechos sus ideas. Ninguno de nosotros es inocente. También una repetición de los años treinta del último siglo parece posible, donde la democracia amenaza con naufragar. Klaus-Dieter Stangler (Málaga)

Teletrabajo y conciliación

Mi vecina Lucía, que no tiene pareja, el año pasado decidió adoptar un niño de tres años. Trabajaba en una oficina de empleo y ahora teletrabaja desde su portátil pequeño, que le está destrozando la vista. Atiende las muchas llamadas que recibe al día desde el mismo móvil que tenía en su despacho y que ahora ha trasladado a su casa. Mi vecina tiene un horario laboral de 8:30 a 14:30; entretanto, debe levantar a su hijo, hacer la cama, darle el desayuno, jugar con él, limpiar y preparar la comida. Ahora, la Administración le ha dado las instrucciones para teletrabajar y conciliar la vida familiar, que consisten en atender treinta y dos citas previas por día, a las que ella tiene que llamar en horario de 11 a 14 y de 17 a 19. Lucía tiene que dar de comer a su hijo, después come ella, ¡si tiene tiempo!, también debe recoger la cocina y preparar la merienda. Estas instrucciones tan conciliadoras de la vida familiar con el trabajo están firmadas con el acuerdo de los sindicatos. ¡Que el Señor nos coja confesados! En este caso: ¡conciliados! José A. García Cabello (Correo electrónico)

Medicina empática

Hace poco leí un libro del doctor Alfred Sonnenfeld que me dio pie a este homenaje a nuestros sanitarios. Lo que decimos a un paciente puede desarrollar los mismos, o mejores, efectos que un medicamento, siempre y cuando el poder de la palabra se use adecuadamente. Todos disponemos de sistemas de sanación propios, como el sistema inmune o el estado de ánimo que influye  psicosomáticamente restaurando la armonía. Así, una buena relación médico/sanitario-paciente –creando un ambiente de serenidad, actuando con empatía– atenúa el temor, la ansiedad, la indefensión e incertidumbre que hacen vulnerables a los enfermos. El buen médico/sanitario contribuye al bienestar del paciente en su totalidad. Concibe la salud como la armonía adecuada, y el restablecimiento de esta su tarea, para que la propia naturaleza del paciente lo acabe sanando. Juan J. Lerones González (Correo electrónico)

Conducir o ser conducido

Decía Cicerón que, si cerca de una biblioteca tenéis un jardín, ya nada os falta. A muchos, durante el anormal confinamiento, nos ha faltado el jardín y, por tanto, algo tan fundamental como el aire, la luz y el sol. Gracias a Dios, hemos tenido los libros. Con ellos vivimos la vida de los demás, ensanchamos el tiempo y el espacio y nos enriquecemos mental y espiritualmente. También leemos para saber que no estamos solos. Un abolicionista americano dijo que «una vez que aprendas a leer, serás libre para siempre», pero pensamos que no bastará con eso: será imprescindible ejercitar lo aprendido, incluso adquirir el sano vicio de la lectura. Los libros liberan y agudizan el espíritu crítico. Santa Teresa, muy culta y rebelde, tenía un lema sabio: «Lee y conducirás, no leas y serás conducido». En el encierro de la pandemia, me acordaba siempre de Cervantes, que dijo aquello de que «el que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho». Era un consuelo mientras leía mucho y paseaba únicamente por el pasillo de mi casa. José Fuentes Miranda (Badajoz)