Martes, 15 de Septiembre 2020
Tiempo de lectura: 8 min
Resulta difícil llevarle la contraria al lector que esta semana afirma que hay entre nosotros una generación entregada a mantener ante todo el escaparate. Basta con darse un paseo no ya por las redes, sino por los medios y la vida de siempre, que se han convertido en buena medida en caja de resonancia de sus ingentes posados. Quizá quepa discutirle, si acaso, que los escaparatistas estén solo en una generación, cuando la actividad abarca desde niños que apenas andan –iniciados con afán por sus padres– hasta ciudadanos talluditos que no paran de sacarse el buen perfil. La esperanza frente a la amenaza que eso pueda representar para la supervivencia de la especie, como este lector indica, la tenemos, acaso, en la carta de la semana. Una expresión de vergüenza que honra. Mientras no acabemos de perderla.
LA CARTA DE LA SEMANA
Mirarlas a los ojos
La cuarentena me cogió en otra ciudad. Podría haber vuelto, pero estar en casa con discusiones diarias con la familia no era un plan. Yo disfrutaba de privacidad e Internet, creyendo que todo pasaría pronto. Al decretar el estado de alarma, habían ingresado a mi abuela en una residencia. Sus cuidadoras habían volado y mi madre, asfixiada de trabajo, tras años de abnegación, entendió que sola no podría. Yo no llamé a mi abuela, tal vez porque me dolería escuchar que no quería estar allí. Por entonces, el padre de una buena amiga enfermó de coronavirus y nos lo comunicó por WhatsApp. Una mañana devolví una perdida a mi madre y me dijo que la abuela había muerto. Allí, en la residencia. Sola. Poco después, el padre de mi amiga también murió. Al saberlo, pasé dos horas mirando la pantalla en negro del móvil. ¿Qué se dice? Hacía poco yo misma recibía condolencias y sabía que apenas ayudan. Envié un triste WhatsApp, segura de que quedaríamos y la abrazaría. Volví hace tres meses y aún no me atrevo a mirarla a los ojos. Fui de quienes tacharon esto de una gripe más. Tampoco he estado aún ante la tumba de mi abuela. Siento vergüenza, y ni cien féretros ajenos me habrían abierto los ojos cuando ni ponía las noticias. Angélica Yuste Mascarós, ValenciaPor qué la he premiado… Por conjugar, con franqueza y valor, el verbo más difícil por estos pagos.
Generación escaparate
Nos acercamos a los días más duros de esta crisis, y me pregunto si acaso importa. Vemos a diario a los vivos, a los ancianos temerosos yendo a la compra y seguimos disfrutando de nuestras vacaciones, porque nos las merecemos. Somos así. Nuestro individualismo es aterrador. El mayor peligro al que nos enfrentamos es nuestra cultura narcisista, del escaparate y espectáculo, y ya no como sociedad, sino como especie que pretenda perdurar. El nombre más apropiado para esta generación sería 'generación escaparate': lo único que importa es la fachada, tenga o no muebles o, peor, siquiera estructura. Somos gente que no entiende ni quiere entender. Porque no me interesa. Necesito publicar las fotos de mi verano, es algo sagrado. Aún no he leído a nadie que resuma el latir de esta generación como lo hace Sabina Urraca: «He nacido en el sistema capitalista. Quiero tenerlo todo, verlo todo, vivirlo todo. No puedo perderme nada». Así comienza el que es el mejor libro que he leído en estos últimos años, Las niñas prodigio. En ese párrafo retrata a esta sociedad que quiere una cosa y la contraria. Quiere ver los muertos y a la vez no verlos. Aplaudir a sanitarios, pero al día siguiente de abrir los bares... las terrazas llenas. Nos tienen que multar porque, si no, no somos capaces de entender que exhalarle el humo del tabaco en la cara al compañero de acera es de mala educación. Somos capaces de saber qué tiene que hacer el resto, pero yo haré lo que me dé la gana. Porque tengo la libertad de hacerlo. Quizá deberíamos hablar de libertades y no de tener, sino de poder, disfrutar momentáneamente: iría más acorde con la esencia pasajera de la vida. O quizá esta generación escaparate nos defina como sociedad y nos acerque al destino que siempre hemos merecido. Quizá ese sea el chiste y yo aún no lo he pillado. Jesús Ortuño Castillo, (Correo electrónico)
Los últimos… los primeros
Las noticias pasan por nuestras vidas casi sin darnos cuenta. En un periódico de hace unos días leo la noticia del entierro en Madrid de cincuenta y nueve fallecidos durante la pandemia a los que nadie reclamó. Vivir en soledad, morir en soledad, no puedo imaginar mayor tristeza, un camino de sombras, de vida de recuerdos. Nadie a quien contar anhelos, alegrías, penas. Cómo sería la vida de estos seres y cómo habrían llegado a tal punto de soledad. Personas que tuvieron una juventud, que fueron amados, puede que tuvieran hijos, hermanos, compañeros de trabajo, tal vez una vida difícil, o no… Sabemos que pasaron solos las vicisitudes de la enfermedad, nadie a quien llamar, contar sus temores, nadie con quien compartir. Tres meses… Sus cuerpos ya sin alma han sido los últimos en recibir descanso. Como aquel bonito pasaje de la liturgia cristiana, espero de corazón que los últimos sean los primeros y sus almas encuentren la luz. Nineta Villalonga Bagur, Es Castell (Menorca)Carta a mis vecinos de verano
Soy un escocés que vive en Blanes desde hace 15 años. Dos cosas marcan el cambio de cada temporada de verano. La primera: la llegada de vencejos y golondrinas, que hacen sus nidos en la fachada del hotel junto a nuestro apartamento. La segunda: la llegada de la familia de Barcelona que pasa el verano en su segunda casa frente a la nuestra. Este año ha sido diferente, las golondrinas llegaron a tiempo, pero los demás, tarde, me imagino que gracias a la COVID-19. Cada verano, nuestra paz se rompe para compartir la vida de los de al lado, como la llegada de un nuevo nieto cada año. La vida en su terraza se lleva a cabo a todo volumen... televisión de basura al máximo todo el día, juegos en la piscina, cenas familiares donde el volumen aumenta con cada botella de cava. Debates llevados con pasión sin importar si se trata de Juan Carlos y su dinero, la familia Pujol, el Barça o cómo hacer la perfecta tortilla de patata. Las golondrinas ya se han ido a sus hogares de invierno y nuestras golondrinas humanas partirán en breve. Echaré de menos a nuestros visitantes, pese al silencio roto. Les deseo un viaje seguro y espero que el próximo año ambos grupos lleguen a tiempo y sanos. Hasta que vuelvan los tiempos normales. Neil Halley, Blanes (Girona)Preguntas ante la COVID-19
¿Por qué algunos creen que se debería confinar a los mayores de 65 años, cuando somos quienes mejor cumplimos las normas? ¿No sería mejor que los de 15 a 40 se queden en sus casas y así habría menos contagios? ¿Por qué no se suprimen las celebraciones causantes, en muchos casos, de los nuevos brotes? ¿Por qué los bares y restaurantes están llenos y los cines y teatros, vacíos? Se me ocurre que los empresarios de restauración son más beligerantes que los actores. Creo que hoy más que nunca la cultura debe estar más presente y que en los cines y teatros las medidas son mucho más seguras que en los bares y restaurantes. María Ángeles Cuadrado, LogroñoDiscapacitados
Algunas personas ignoran que la Constitución de 1978, en su artículo 49, promueve la integración de las personas con discapacidad física y psíquica. Para su cumplimiento, se aprobó la Ley 13/82 (la LISMI), que en su artículo 3 establece que las personas con discapacidad tendrán derecho a la integración laboral. Para facilitarla, ordena que las empresas con más de 50 trabajadores cuenten con un 2 por ciento de los puestos ocupados por personas con discapacidad. El porcentaje no se cumple, pero existen ejemplos loables. Las consejerías de la Junta de Extremadura acuden a las bolsas de trabajo con regularidad. El problema que origina este desconocimiento es que, cuando se incorporan a un puesto concreto, estas personas son recibidas con hostilidad por algunos trabajadores, lo que provoca que lo pasen muy mal, pues suelen tener una especial sensibilidad y no esperan que otros los rechacen. Deben escuchar frases como: «¿Para qué has venido?», «¡La que nos ha caído!» o «¡Vamos, espabila, que eres muy lento!». Esto ya el primer día en trabajos no exentos de complicaciones: al ya estar todo mecanizado, lo que antes se hacía manualmente hoy se hace en ordenador. Lo único que pediría a quienes así reciben a estas personas es que se informaran y tuvieran un poco de paciencia, pues, aunque tardan algo más en ponerse al día, luego son más entusiastas, formales, trabajadores, con espíritu de superación y no se 'escaquean', como otros, con diferentes disculpas. Son los primeros en llegar, antes de la hora y, si es necesario, no tienen prisa por marcharse. Si para todos es importante encontrar trabajo, para ellos es la alegría de su vida. A quienes deben compartir tarea con una persona con discapacidad solo les pido un poco de humanidad, que nadie es perfecto, aunque lo crea… Antonio Bueno Flores (Cáceres)Ilusión e incertidumbre
Vamos a empezar el curso, el saludo será sin abrazos: o codo o meet. Un inicio de curso especial con las ganas de encontrarnos, acentuadas por tanta ausencia. Ilusión, muchas ganas y, haciéndoles sombra, la incertidumbre. Ilusión porque creo en mi trabajo, confío en mis compañeros que me han demostrado a lo largo de muchos cursos a concretar día a día vocación educativa en aulas y pasillos. Porque no nos asustan los retos y porque sabemos que vamos a aprender a cuidarnos. De hecho, durante este verano los equipos directivos y el profesorado han invertido mucho tiempo en organizar centros seguros, creando grupos y espacios donde aprender y seguir compartiendo la vida con los mínimos riesgos posibles. La seguridad es clave. Esta misma seguridad, confianza y comunicación entre los centros y las familias también será fundamental para superar las dificultades que surjan. Por otra parte, el miedo es difícil quitárselo pese a que, paradójicamente, en vacaciones, en playas y terrazas hayamos estado mucho más expuestos. La comunidad educativa lo afrontará como siempre, organizándose autónomamente desde la dirección al profesorado, administrativos, conserjes y equipo de limpieza. Este miedo y esta incertidumbre la superaremos porque somos muchos y queremos y sabemos hacerlo bien. Esperemos que los gestores de las administraciones estén a la altura. Por eso, igual que hemos aprendido alumnos, profes y padres a trabajar con el classroom, tokapp, mail, drive, sin volvernos locos, seremos capaces de avanzar en el curso con mascarilla y las mismas ganas de enseñar y aprender que la vida es compleja y, por eso, maravillosa. Buen inicio de curso a todos. Lola Giménez Banzo, Huesca-
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