Martes, 15 de Diciembre 2020
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Mentir se ha convertido en una especie de deporte. Conoce ya tantas modalidades que cuesta hacer la lista. Afirmar lo que se ignora, lo que resulta incierto o lo que le consta a quien afirma que es falso. Prometer lo que se sabe que no podrá cumplirse. Desdecirse de lo que se dijo y quedó registrado sin admitir que uno se está desdiciendo. Faltar a lo comprometido y argumentar que esa es la mejor manera de honrar el compromiso. Dejar de hacer lo que se anunció, o hacer justo lo contrario, sin admitir incoherencia y presumiendo de seguir el único camino ajustado a la circunstancia. Recuerda una lectora que esas eran acciones que antes hacían sonrojarse a la gente. Hoy son tinte de astucia, de sutileza, hasta de sentido del Estado. En fin. LA CARTA DE LA SEMANA
Agradecida
A finales de marzo falleció mi padre. Tenía 77 años y era un hombre sano. Se contagió, no sabemos dónde, y murió en 10 días. La pena, la desorientación, el miedo... todos esos sentimientos se alternaban en mí y en mi familia. Lo despedimos como pudimos y seguimos confinados, en un duelo incrédulo y triste, muy solitario. Llegó mayo y empezó la desescalada. También el proceso burocrático que acompaña a la muerte. Durante tres meses viví entre papeles, citas previas, bancos, seguros de vida, certificados... Y aquí viene el motivo del título de mi carta. Quiero, y debo, agradecer a toda la gente que me ha acompañado. Funcionarios mondos y lirondos, empleados de banco y de la compañía de seguros, gente que me ha ayudado por teléfono. A veces oigo decir que el mundo no funciona, que la gente no es buena. No es así. Lo he comprobado en este trance. No conozco vuestras caras, la mascarilla lo impedía, y en algunos casos ni siquiera os he visto personalmente, pero os aseguro que debajo de la mía se ha serenado mi cara en muchas ocasiones. Gracias. María Traver. Benicássim (Castellón)Por qué la he premiado… Por la bella elección de expresar, en la desgracia, un sentimiento de gratitud.
Sacar los colores
Hace muchos años, cuando yo era una adolescente, si se pillaba a alguien en mentira se le sacaban los colores, es decir, la persona pillada se sentía tan avergonzada que su cara se ponía colorada. No era eso lo peor, porque esa persona perdía toda credibilidad y era excluida del grupo por mentirosa. Luego, con más edad, era difícil pillar a los mentirosos, porque habían adquirido destrezas para que sus mentiras pareciesen verdades. Hoy sí se pilla a los mentirosos, sobre todo porque hay hemerotecas, pero es totalmente imposible sacarles los colores, incluso aunque su mentira sea evidente en casi todos los medios de comunicación. El eco de su indigna actuación se apaga en unas horas y lo saben, hay otras noticias tapadera. ¿A nadie le importa? No comprendo la inmoralidad de estas actitudes. La decencia y la honorabilidad de una persona parecen carecer de importancia, me entristece que mis nietos vayan a vivir en una sociedad tan carente de estos valores que para muchas generaciones han sido la base de la convivencia. A. F. Miranda (Burgos)Prelectores
Esta semana paseábamos mi soledad y yo por la sección de librería de un centro comercial, buscando provisiones para futuros confinamientos y tardes de mal tiempo. A escasos metros un grupo de infantes de entre 5 y 8 años toqueteaban el expositor de tablets y teléfonos en una pequeña algarabía. A su lado, un padre empujaba un carro en el que llevaba a su hijo junto con provisiones de ropa. El niño devoraba su chupete y no perdía detalle del grupo del expositor de electrónica. Al girar su padre en el pasillo, su cabeza se gira hacia mí y veo un cambio en su expresión, sus ojos se abren y el chupete cae. Sus manos sueltan el manillar del carro, extendiéndose una hacia mí y la otra hacia su padre. «Mira, papá». Este se para y lo mira extrañado. El niño estira sus manos hacia la mesa de las últimas novedades bibliográficas y exclama «liiibros» con una sonrisa de admiración y sus dedos extendidos. El padre y yo nos miramos, sonreímos y él gira el carro hacia la sección de literatura infantil. Carlos Iglesias Díaz. Alqueidón. Brión (A Coruña)Admiración
La semana pasada se me pinchó una rueda del coche cuando circulaba por la calle. Eché un vistazo para tratar de aparcar y llamar a la grúa, pero no había sitio. Entonces un sudamericano educado y cortés, de pie junto a su coche, me dice: «¡Qué faena…! ¿Le dejo mi aparcamiento?». «¿Y usted?». «Yo estoy esperando a mi mujer, no pasa nada, me quedo en doble fila, ya lo moveré si molesta». «Vale, muchas gracias». Pero él siguió: «¿No va a cambiar la rueda para ir al taller?». «¡Si tú me ayudas!». Y la cambiamos. Creo que el caballero era ecuatoriano. Tengo 88 años y he observado varias veces cómo los sudamericanos tienen un trato reverente con los ancianos. Juan José Osácar Flaquer (Zaragoza)'Miedo ambiente'
«Saldremos mejores de esto» ha sido una de las proclamas más reiteradas desde que un ignoto invasor vírico nos allanó el organismo. Acaso mejores, ¿pero buenos? Dudo que una situación de 'miedo ambiente' como en la que nos vemos inmersos propicie mayor generosidad y compañerismo. Más bien nos ha individualizado, ovillándonos en nuestros temores particulares, en nuestros vértigos cotidianos, generando más solipsismo. Como persona poco ambiciosa, no albergo pretensiones de ser mejor. Me conformaría con ser bueno. Jon Arza Pérez. Pasai Antxo (Gipuzkoa)Trapiello y Madrid
Andrés Trapiello acaba de publicar Madrid, biografía literaria de la capital de España. Existe un tono Baroja y un tono Galdós, formas magistrales de escribir que ya han creado escuelas y muchos discípulos; Trapiello ha sido un aventajado alumno convertido ya en maestro indiscutible. En este libro se cita o se habla de Galdós y sus obras en más de cien páginas, por lo que, además de un minucioso retrato de Madrid, es un homenaje al gran escritor, canario de nacimiento y 'gato' de adopción y vocación. Trapiello, con este libro, también parece constatar lo que dijo Cela de la capital de España, que es un poblachón manchego, mezcla de Navalcarnero y Kansas City. Ahora bien, de lo que no cabe duda es de que Madrid es una ciudad acogedora, en donde a nadie se le pregunta de dónde es, y esto es un gratificante ejemplo en esta España desnortada y dividida y que, después de más de cinco siglos, se sigue buscando a sí misma. José Fuentes Miranda (Badajoz)Las otras feministas
Nacieron antes de nuestra guerra civil, pero algunas, de una naturaleza resistente que no ha necesitado vacunas, aún viven o, al menos, vivían antes de la pandemia. No tuvieron acceso a estudios académicos (en 1930 la tasa de analfabetismo femenino superaba el 44 por ciento) ni de realizarse laboralmente en condiciones dignas. Consiguieron el acceso al sufragio en 1931, pese a que muchos dudaban de su madurez para asumir un derecho que resultó de alcance efímero. Apoyaron a sus figuras masculinas durante el conflicto bélico y posguerra. En el largo desierto del franquismo, sus vidas estuvieron condicionadas por la ideología oficial que se reflejaba en el mensaje publicado en la revista Consigna, órgano de la Sección Femenina: «El niño mirará el mundo, la niña mirará al hogar». Vivieron entregadas a la familia, muchas cuidaron de padres y maridos hasta su fallecimiento (hay diez veces más mujeres que hombres cobrando pensiones de viudedad). Después, aún desconcertadas ante el nuevo escenario de soledad, vino el hachazo a la pensión (casi el 50 de los hogares unipersonales están ocupados por viudas con pensiones medias de 600 euros). Su derecho a una vejez económicamente digna ha sido ignorado durante más de 40 años de democracia. Nunca merecen elogiosos obituarios cuando, longevas, se van extenuadas de un mundo que no las ha tratado bien, en el que incluso se las ha etiquetado de pusilánimes de vida cómoda y substrato del machismo. Pero han sido ellas con sus vidas de renuncia y esfuerzo silencioso, esos altos hombros, en los que las generaciones posteriores se han elevado para ver más lejos y vivir de forma más libre y confortable. Ellas, nuestras abuelas y madres de vida anónima del convulso siglo XX, han sido las otras feministas, soportes invisibles e inestimados del inacabado camino hacia una sociedad más justa. Joaquín Villalba Garcés (Valencia)-
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