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EL BLOC DEL CARTERO

Amor

Lorenzo Silva

Martes, 09 de Febrero 2021

Tiempo de lectura: 8 min

Dos lectores nos invitan, desde perspectivas diferentes, a volver la mirada a ese sentimiento que es algo más: el cemento que mantiene unidos los días, el cimiento que sostiene muchos empeños y la simiente que engendra esperanza y futuro. Nos hemos acostumbrado a ideas compuestas, a veces abstrusas, que manejamos con una soltura sospechosa: resiliencia, regeneración, transformación, cogobernanza… Cuánto mejor nos iría tal vez si volviéramos a los conceptos más elementales, como este, el del amor, que se pone o no se pone y marca la diferencia. Se nota cuando el amor está presente: en el plato de un cocinero, el cuidado de un médico, el texto de un poeta o un narrador, la acción de un gobernante. Y se nota también, y de qué modo, cuando falta. En la obra misma. En lo que aporta a los demás. LA CARTA DE LA SEMANA

Volviendo al amor

Te quiero y te echo de menos, facha de mierda, y es que a tu lado pasé los mejores momentos de mi vida, maldito bolchevique. Cuando solo había que leer, nos queríamos más porque nadie leía. Cuando piensas que has leído, porque han leído por ti, te unes a la cruzada hacia un Jerusalén sin GPS, en base a dos frases y un meme. Al final, el siglo XII nunca estuvo tan de moda. No hay nadie al volante, eso está claro hace tiempo, porque tú o yo, que somos nadie y no sabemos nada... sabíamos que pasaría esto. Lo sabíamos. Sin estadísticas ni curvas, solo con el sentido común que tan desnudo se ha quedado en estos tiempos. El cambio y la diferencia empiezan por ti, y tú sabes bien qué es lo que tienes que hacer ahora. No hagas nada. Aguanta tus ganas porque la historia no te necesita ni va a recordarte, William Wallace de sofá. Solo piensa en ti hace quince años, cuando no había fachas, ni rojos, ni cuñados. Cuando vivías y abrazabas y discutías cara a cara mientras brindabas y volvías a abrazarte. Maldita sea, maldito sea lo que sea que nos ha hecho llegar a ser tan poco. Hay un orden por encima de nosotros que nos pone en nuestro sitio, luches contra él o no. Hay una ciencia que avanza para mejorar tu vida incluso aunque te tapes los ojos. Hay una fe que nos hace mejores incluso aunque te cubras los oídos. Y hay un futuro mejor esperando simplemente que cierres la boca. No saldremos mejores, eso es obvio. Pero saldremos de esto de la mano o de los puños, y ahí es donde tú decides algo. Es hora de silencio, de asumir tu miseria, de reconocer que ignoras y de hacer ese poco que significará tanto. Hazlo y calla. Pablo Garrido Ledo. Ourense
Por qué  la he premiado… Porque a veces lo que necesita decirse exige zarandear, incluso sacudir.

Descubrir a fuerza de amor

Estoy en las últimas. 88 años. Siento que en cualquier momento mi corazón se parará sin avisar. Tengo ganas de despedirme de todos los conocidos. Nadie cercano a mí lo ha hecho nunca. Quizá porque era complicado. Pero ahora es facilísimo con el correo electrónico. No les diré solo que me voy. Aprovecharé la ocasión para decirles lo mucho que ahora los quiero. Para bastantes de ellos, más de lo que los quise antes. Porque ahora me esfuerzo por desarrollar más cariño hacia todos. Creo que es lo que objetivamente se merecen. Vivimos para descubrir a fuerza de amor lo importantísima que es cada persona. Pablo Osés Azcona. Fuengirola (Málaga)


En el vacío

Como se está en el vacío es cayendo. Y cayendo están infinidad de negocios y empresas por un incorrecto ámbito de gestión en la política sanitaria respecto a la fiscal. De sobra es conocido que no existe una base de datos centralizada supraautonómica que permita un eventual traslado de historial médico de un trabajador que cambia su residencia de una autonomía a otra. También es conocido que no existe un organismo estatal que coordine el traslado de pacientes de UCI entre hospitales de unas autonomías a otras. Pero lo grave del asunto es que cada autonomía regula de forma independiente qué tipos de restricciones y horarios se han de aplicar a negocios 'de interacción humana'. Aun siendo un galimatías, puede parecer a priori razonable: para afecciones del virus asimétricas, soluciones territoriales ad hoc. El problema reside en dejar en un limbo la cuantía de la merma a la que ascienden tales restricciones y según el tipo de negocio. Porque al contrario que el Bundesregierung alemán, país federal y asimétrico como el nuestro, que garantiza el 75 por ciento del nivel de facturación mensual a las empresas afectadas, el Estado español no garantiza a estas nada (más allá de los llamados ERTE ¡al trabajador!), pues la 'política de cierres y restricciones' es llevada a cabo por las autonomías en ese remedo llamado 'cogobernanza'. Pero resulta que las autonomías no tienen músculo financiero: recordemos que la principal fuente de ingresos del Estado es el impuesto de sociedades y el IRPF de los trabajadores, que curiosamente, salvo en el caso de las insolidarias comunidades forales, va directamente a la caja común del Estado. Si el ámbito de gestión de la política de restricciones no es el mismo que el fiscal, mal vamos. Y mientras tanto suben los infectados y bajan las empresas abiertas. Adónde vas, manzanas traigo. Jaime Francisco Palomares. Bremen (Alemania)

Ni ángel ni demonio

La pasada semana dimitió José Luis Sabas como gerente del hospital Santa Marina en Bilbao. Parece ser que tanto él como su equipo directivo se pusieron la vacuna contra el coronavirus sin estar planificado, utilizando la famosa dosis de reserva que se incluye en los frasquitos. Sabas alega que eran vacunas que se iban a desperdiciar, que su equipo sufrió contagios en la primera ola y que él en persona informó previamente de su intención a la consejera de salud del Gobierno vasco. Ahora su partido, el PNV, le sugiere que cierre la puerta al salir. Esto me ha hecho recordar que hace unos meses le escribí al señor Sabas solicitando acceder, con la pertinente autorización, al historial médico de un familiar que había estado ingresado en su hospital hacía muchísimos años; más de medio siglo. Petición sencillamente imposible... hasta que tras unos días recibí el historial. Un manuscrito de 1954 con información tan dura como precisa de lo que fue un largo tratamiento de los de aquellos años. Información que no pudo impedir que este familiar nos dejara poco después, pero que nos ayudó a escribir una parte importante de su vida. No seré yo quien se atreva a decir si el episodio de la vacuna merece o no la quema en la hoguera del señor Sabas, pero como creo que nadie somos enteramente ángeles ni demonios me he permitido recordar, y agradecerle, la profesionalidad y humanidad con la que trató este otro caso. José Pérez Larrazabal. Portugalete (Vizcaya)

Palos en la rueda

Regentamos una cafetería en una pequeña localidad, 771 habitantes, del norte de Burgos. Las medidas adoptadas para controlar la pandemia han ido mermando nuestra clientela hasta un límite inimaginable no hace mucho tiempo. La puntilla ha sido la exigencia de trabajar solo con una pequeña terraza en un clima, digamos, poco benigno. Aun así, unos pocos valientes nos han acompañado tomándose un café a siete grados bajo cero mientras la espumita se les congelaba en la comisura de los labios, pidiendo un pincho que tomaba vida propia y salía volando a ochenta kilómetros por hora o deleitándose con un vinito de la tierra mientras caía el diluvio universal a unos agradables tres graditos… A todos estos ciudadanos y otros que son conscientes de que todos formamos parte de una misma rueda, y en vez de hacer un clic en el ordenador bajan a la tienda de la esquina y se compran unos vaqueros, o se acercan a la librería del barrio… gracias. Gracias por entender que, si se rompe un radio, la rueda puede seguir girando; si se rompen dos, se resiente; pero si se siguen rompiendo, la rueda deja de girar. Y eso nos afectaría absolutamente a todos: ancianos, adultos, jóvenes y niños. Así que seamos empáticos y no pongamos palos en la rueda, que bastante resentida está ya. A los que engrasan la rueda, incluso haciendo a veces un encomiable esfuerzo, de nuevo, gracias de todo corazón. Inmaculada María López-Quintana García. Medina de Pomar (Burgos)

Tras la fiesta, la resaca

La gran nevada llegó a Madrid y yo, como tantos, la celebré. En la calle, la gente comentaba «estamos en Narnia», y desde luego lo parecía al atardecer, cuando se encendían las farolas en los parques, rodeadas del blanco de la nieve densa, esponjosa, impoluta… ¡tan bonita! Días después, en la calle, la gente comenta «estamos en la Edad del Hielo». Ya no es Narnia, porque ya no es bonito el paisaje. Ahora la nieve helada es una enemiga, resbalones, caídas, fracturas  (de huesos y de árboles), destrozos naturales, basuras apiladas, servicios paralizados y montañas y montañas de nieve helada ¡negra! Y pienso en este entorno extraño en el que últimamente vivimos. La seguridad se desarma y lo insólito se normaliza. Me preocupa cómo lo normalizamos, nos adaptamos y nos acostumbramos, pero ¿aprendemos? ¿Qué más necesitamos para reflexionar? Tengo la extraña sensación de que este caos que ahora nos rodea, ya sea en forma de pandemia o de fenómeno natural, se va a quedar y va a romper todas nuestras ideas preconcebidas. Y me acuerdo de Eduardo Punset, quien decía que cada edad vive mejor que la anterior, aunque no nos lo parezca. Me quedaré con ese pensamiento optimista, espero que así siga siendo, que sigamos alcanzando nuevos logros y superando todas estas crisis, y que lo hagamos con conciencia. Dolores Santayana. Alcobendas (Madrid)

Acercando generaciones

En plena cresta de la tercera ola mantuve una conversación informal en el trabajo, a través de soporte digital, con todos mis compañeros. Un miembro del equipo, baby boomer por los pelos, compartió con los demás, una mayo-ría abrumadora de millennials, una reflexión sobre dos sentimientos que, a su modo de ver, debemos aprender a gestionar para resistir a la pandemia: la frustración y la incertidumbre.  Generosamente, también compartió su hartazgo sobre cuánto se repetían en sus conversaciones entre amigos y allegados las quejas sobre la imposibilidad de hacer planes o las restricciones impuestas a los pocos encuentros entre ellos y que es tan contagiosa la amargura como cualquier virus. No parece que una pandemia nos vaya a volver mágicamente más cívicos, mejores observadores de las normas, mejores compatriotas o que se vaya a esfumar la picaresca española, si es que es solo española. Sí deduje de esa conversación que cada generación tiene sus propios retos y que seguramente el aprendizaje de esos dos sentimientos acercará la generación de la ambición a la de la frustración. Alicia Trueba Betancourt. Bilbao