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El último espía soviético Oleg Gordievsky y su increíble fuga de la URSS «No siento la menor nostalgia de Rusia»

Este espía de la KGB pasó información a los británicos durante más de una década. La suya es una historia de espionaje, traición y valor que cambió el curso de la Guerra Fría. Casi 40 años después de su espectacular fuga de la Unión Soviética, él mismo repasa su increíble aventura.

Lunes, 14 de Noviembre 2022, 16:54h

Tiempo de lectura: 9 min

Una calurosa tarde de julio de 1985, un hombre de mediana edad esperaba en la acera de Kutuzovsky Prospekt –una avenida en el centro de Moscú– con una bolsa de plástico en la mano. Vestido con traje gris, su aspecto era el de cualquier ciudadano soviético. Lo único llamativo era la bolsa. Llevaba el logotipo de Safeway, la cadena británica de supermercados. El hombre era un espía.

Alto funcionario de la KGB, llevaba más de un decenio suministrando a los británicos secretos del mismo centro de la maquinaria soviética de inteligencia. Ningún otro espía había perjudicado tanto a la KGB. La acera en la que se hallaba era un punto que el MI6 británico llevaba años controlando visualmente a la espera de que llegase este momento. La bolsa de Safeway significaba que había sido descubierto y que era preciso activar el plan de fuga antes de que la KGB le echara el guante.

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Hasta aquel día de 1985, Gordievsky era el prototipo de agente soviético: hijo de un oficial de la KGB, tan inteligente como ambicioso, en 1963 hizo como su hermano mayor e ingresó también en los servicios secretos. Todo indicaba que era un eficiente y convencido servidor del régimen.

Un hombre más joven y en mangas de camisa pasó entonces caminando. En una mano llevaba una bolsa de los almacenes londinenses Harrods; en la otra, una chocolatina Mars Bars. Mordisqueó la chocolatina, y los dos hombres establecieron un contacto visual momentáneo. El joven era un funcionario del MI6. La chocolatina era la respuesta: hemos visto su anuncio, activamos el plan de fuga y dentro de cuatro días trataremos de sacarlo del país. Así comenzó uno de los episodios más audaces y extraordinarios en la historia de los servicios secretos. Desde el inicio de la Guerra Fría, nadie había conseguido sacar a un agente de Rusia.

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Agente de paisano. Gordievsky en 1991, seis años después de haber huido de la Unión Soviética, delante del Parlamento inglés. En esa época todavía iba disfrazado, con peluca y perilla.

Oleg Antonovich Gordievsky, hoy de 84 años, recuerda en el comedor de su casa –una anodina vivienda en un tranquilo barrio inglés de las afueras– lo sucedido aquella noche. «No había un plan alternativo», explica.

En los sesenta, destinado en Dinamarca por la KGB, descubrió la libertad. «Comprendí que la vida en mi país no era normal»

En 1966, recién casado y en ascenso en las filas de la inteligencia soviética, Gordievsky fue asignado a Dinamarca, donde trabajaría, bajo cobertura diplomática, organizando la red de espías en aquel país al servicio de la KGB. En Copenhague disfrutó, entre otras cosas, de la literatura y la música prohibidas en la Unión Soviética. La libertad era embriagadora. «Empecé a aprender la verdad sobre el mundo, sobre Europa, sobre la Unión Soviética... Comprendí que la vida en mi país no era una vida normal. Siempre nos habían dicho que vivíamos en la mejor de las sociedades, pero la pobreza y la ignorancia eran enormes. Me volví muy idealista».

Despertar en Praga

El momento de la verdad llegó en agosto de 1968, cuando los carros de combate soviéticos invadieron Checoslovaquia para aplastar la Primavera de Praga. «Cada vez me sentía más alejado del sistema comunista, y estas medidas tan brutales tomadas contra personas inocentes me llevaron a detestarlo directamente», dice.

Pero pasaron todavía cinco años antes de que hubiese contacto con ningún servicio occidental. Tras un nuevo período de servicio en la central moscovita de la KGB, en 1972 volvió a ser destinado a Copenhague. El PET, el servicio danés de seguridad, sugirió al MI6 que Gordievsky podía estar dispuesto a cambiar de bando. En noviembre de 1973, el MI6 tomó la iniciativa. Tras varios sutiles acercamientos durante meses se estableció la colaboración. A lo largo de los tres años siguientes, Gordievsky proporcionó un extraordinario cúmulo de información de inteligencia, tan única y valiosa que las posibles dudas sobre su buena fe no tardaron en evaporarse por completo.

Al volver a Moscú, se casó por segunda vez y tuvo dos hijas. «A ellas no podía decirles la verdad. Era demasiado peligroso»

En 1978, la etapa de Gordievsky en Dinamarca empezaba a llegar a su final. Y lo mismo estaba pasando con su matrimonio. Él se había enamorado de una joven llamada Leila Aliyeva, cuyos padres también trabajaban para la KGB. Se casaron poco después de regresar a Moscú y tuvieron dos hijas. Oleg se decía que un día revelaría su doble vida a Leila, pero de momento era demasiado peligroso para los dos. Gordievsky y el MI6 acordaron suspender todo contacto a partir de su regreso a Rusia. La vigilancia de la KGB en Moscú era demasiado rígida. Oleg seguiría 'dormido' hasta que fuera trasladado a otro destino en el extranjero. Eso sí, fueron trazados dos planes de emergencia: uno que permitiría a Gordievsky transmitir información urgente a Londres en caso de necesidad, y otro para facilitar su fuga de Rusia si su vida corría peligro. Este último era el que incluía la bolsa de los supermercados Safeway.

«Es usted un hombre muy soberbio, camarada», amenazaban sus interrogadores. Pero lo dejaron ir para usarlo como cebo.

Durante tres años no volvieron a oír hablar directamente del espía ruso. Pero en enero de 1982, para el asombro y júbilo del MI6, a Londres llegó la solicitud de un visado para Oleg Gordievsky. Iba a ser un nuevo consejero en la Embajada soviética. En realidad, Oleg había sido designado responsable del reclutamiento de agentes en suelo británico. Él y su familia llegaron a Gran Bretaña el 28 de junio de 1982.

La calidad y cantidad de información aportada por Gordievsky no tenía precedentes y aportaba nueva luz sobre las actividades de la KGB en Gran Bretaña y sobre los planes del Kremlin.

Al borde de la guerra atómica

A principios de los ochenta, los dirigentes soviéticos habían llegado al convencimiento de que Occidente estaba planeando un ataque nuclear por sorpresa contra la URSS, temor que se veía alimentado por la retórica sobre «el imperio del mal» de Ronald Reagan. En noviembre de 1983, unas maniobras de la OTAN fueron interpretadas por algunos líderes soviéticos como el prólogo a un ataque atómico. Como consecuencia, la paz mundial se vio amenazada de una forma nunca vista desde la crisis de los misiles de Cuba.

La información de Gordievsky fue decisiva para que Reagan se convenciese de acabar con la Guerra Fría

La información suministrada por Gordievsky dejó claro que no se trataba de un simple arrebato pasajero de paranoia, sino de un temor que llevó al Kremlin a estar a punto de recurrir a todas sus opciones militares. La tensión se disparó y el doble agente ruso aportó pruebas del riesgo.

De acuerdo con Robert Gates, por entonces subdirector de la CIA, la inteligencia aportada por Gordievsky reforzó la convicción de Reagan de que había que hacer todo lo necesario no ya para reducir la tensión, sino para acabar con la Guerra Fría.

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Duelo de espías en Londres. Gordievsky ayudó a los británicos no solo a identificar espías de la KGB y revelar los planes del Kremlin, sino a detectar filtraciones en sus propias filas. El caso más relevante fue el de Michael Bettaney (en la foto) un agente británico que en 1983 intentó pasarse al bando soviético. Alertados por Gordievsky, los servicios británicos detuvieron a Bettaney, que terminó por confesar. Acusado de lesa traición, fue juzgado y condenado a 23 años de cárcel. Gordievsky había salvado a la inteligencia británica de un peligroso topo que hubiera podido incluso comprometerlo a él mismo.

A todo esto, la carrera profesional de Gordievsky en la KGB estaba en su momento álgido... con la ayuda del MI6. Su superior inmediato fue expulsado de Gran Bretaña, y Oleg no tardó en ocupar el puesto vacante, lo que mejoró su capacidad de acceso a la información confidencial.

Delatado por los suyos

Todos los espías viven con el miedo a ser descubiertos. A Gordievsky no lo descubrieron sus enemigos en Moscú, sino los amigos del bando que había escogido. Los estadounidenses llevaban recibiendo desde 1974 muestras del filón de inteligencia de los británicos, que nunca dieron pistas sobre la identidad de su fuente. La CIA concluyó que contaban con un topo de gran envergadura en la KGB. ¿Quién estaba proporcionando este impagable flujo de datos? Aldrich Ames, director de contrainteligencia de la CIA, recibió el encargo de averiguarlo. Y lo hizo.

Pero Ames, un prototípico funcionario de la CIA, estaba a punto de convertirse en espía de los soviéticos. Ames necesitaba dinero. Tenía muchos gastos tras su divorcio, y su nueva esposa era propensa a los caprichos costosos. El 16 de abril de 1985 contactó con un funcionario soviético y ofreció vender secretos. La KGB le pagó 4,6 millones durante los siguientes años a cambio, entre otras cosas, de revelar los nombres de los espías soviéticos al servicio de la CIA. Hay pocas dudas de que Ames traicionó a Gordievsky.

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Desde las altas esferas. Carta de Margaret Thatcher de 1985 en la que le decía que intercedería para sacar a su familia de la URSS.

El 16 de mayo, Gordievsky recibió un mensaje de Moscú: «A fin de confirmar su nombramiento, por favor, vuelva a Moscú urgentemente durante los próximos dos días, pues es necesario hablar de ciertas cuestiones importantes». Gordievsky creyó percibir que algo marchaba mal desde que aterrizó en Moscú el 19 de mayo. Su angustia se convirtió en pánico al llegar al apartamento de la familia. Alguien había entrado en el piso usando una ganzúa y, al salir, había cerrado de forma cuidadosa en exceso. La KGB sospechaba de él.

El interrogatorio

Una semana después, su jefe de departamento le dijo: «Hay unas personas que quieren hablar con usted sobre las filtraciones entre los agentes en el Reino Unido». Lo llevaron a un bungaló y aparecieron dos desconocidos. Alguien sirvió coñac. Gordievsky, de pronto, sintió que la cabeza le daba vueltas.

A la mañana siguiente se despertó solo vestido con una camiseta, unos calzoncillos y un recuerdo vago de lo sucedido. Habían estado interrogándolo con la ayuda de alguna droga psicotrópica. «Ha sido muy grosero con nosotros, camarada Gordievsky», le dijeron. «Es usted un hombre muy soberbio». Medio atontado, empezó a recordar las anteriores cinco horas de interrogatorio. «Confiese. Ya lo ha hecho, así que hágalo una vez más».

La CIA quería saber quién facilitaba tan buena información a los británicos. El espía que lo averiguó acabó 'vendiendo' a Gordievsky

La KGB esperaba que Gordievsky tratara de contactar con el MI6 y atrapar con las manos en la masa tanto al espía como a sus contactos británicos. Eso sería un triunfo doblemente importante en el plano propagandístico. Gordievsky sería juzgado y ejecutado.

Oleg tenía que escapar. A su mujer le contó que había perdido el empleo en Londres por intrigas internas e hizo que la familia se marchara de vacaciones al mar Caspio, donde les prometió que se reuniría con ellas después, a sabiendas de que era posible que nunca más volviera a verlas. «¿Cómo podía contárselo a Leila? –apunta hoy–. No podía. Era demasiado peligroso».

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Misión cumplida. Con su mujer y sus hijas en 1991, cuando lograron reunirse en Londres.

El 16 de julio de 1985, Gordievsky echó mano a la bolsa de los supermercados Safeway y salió del apartamento. Cuatro días después logró huir del país con ayuda de agentes británicos.

Un británico más

La mujer y las hijas de Gordievsky siguieron retenidas en la Unión Soviética seis años más. Cuando se reunieron en Gran Bretaña, el matrimonio pronto se fue a pique. Oleg nunca volvió a ver a sus padres ni a su hermana. En Moscú fue juzgado y condenado a muerte por un crimen de lesa patria. Dicha condena nunca ha sido revocada.

En Inglaterra escribió numerosos libros sobre la KGB y el mundo de la inteligencia y trabajó como asesor del Gobierno británico. «A estas alturas soy un británico más. No siento la menor nostalgia de Rusia —dice—. Soy británico desde el mismo día en que tomé la decisión de convertirme en agente de los servicios secretos británicos». Eso sí, reconoce, sin ira ni autocompasión: «Me sentí muy solo. ¡Ya lo creo que me sentí solo!».


© Ben McIntyre (The Times/News Syndication)