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Cómo un conejo se convirtió en hobbit, el ángel que le mostró el camino... Las 'revelaciones' que llevaron a Tolkien a la Tierra Media

Magos, enanos y dragones invadieron Inglaterra en 1937. Tras ellos, oculto entre la tinta y el papel, latía un complejo universo que Tolkien venía fraguando desde su adolescencia.

Lunes, 03 de Enero 2022

Tiempo de lectura: 8 min

Corregir exámenes es una de las tareas más soporíferas del mundo. En ella estaba el profesor John Ronald Reuel Tolkien un día de verano de 1928 cuando se encontró una hoja en blanco que había dejado un alumno. Decir que aquello cambió el curso de la historia puede ser algo exagerado. Que supuso un hito en la literatura del siglo XX y siguientes, quizá también. Que le alegró la vida a mucha gente, eso es indiscutible. En ese papel, sin saber muy bien por qué, el profesor de Oxford escribió: «En un agujero en el suelo vivía un hobbit». ¿Un qué? Tolkien fue el primero en preguntárselo. ¿Qué diablos era un hobbit? ¿Y por qué vivía en un agujero? Se inició entonces un lento efecto dominó que acabó con la publicación, en 1937, de El hobbit, «el mejor cuento para niños escrito en los últimos 50 años», según el poeta inglés W. H. Auden.

El autor no era un escritor al uso. Inventaba palabras, creaba idiomas y luego imaginaba los pueblos que los hablaban

Tolkien era filólogo, profesor de lengua inglesa, especialista en literatura medieval y en varios idiomas que desde hace tiempo no sirven para adornar un currículum, como el anglosajón, el gótico, el teutón, el noruego antiguo o el finés medieval. También era un estudioso de la mitología de medio mundo. Y, sobre todo, un inventor de lenguas. Llevaba toda su vida haciéndolo, desde que creó el animálico, el novbosh y el naffarin cuando tenía ocho o nueve años. Una palabra, un sonido, una raíz despertaban en él numerosas asociaciones. Quizá la palabra ‘hobbit’ se le vino a la cabeza por haberla leído en The Denham Tracts, unas narraciones folclóricas del siglo XIX. O quizá es que hobbit le sonó parecido a ‘rabbit’, conejo en inglés, que se traduce a ‘holbytla’ en anglosajón, «el que vive en un agujero». ¿Y cómo eran esos hobbits? Pues amantes de la naturaleza, tranquilos, amigables y hedonistas, como el propio Tolkien y muchos de los granjeros que conoció durante su infancia en Sharehole, un pequeño pueblo de esa campiña inglesa que se convirtió en La Comarca, el hogar de los hobbits, donde se alzaba la casa del más famoso de ellos, Bilbo Bolsón, dueño de Bolsón Cerrado (Bag End, en inglés), casualmente el nombre que daban los aldeanos a la granja de su tía Jane. En fin, un mundo imaginario trufado de detalles reales y ecos de sus lecturas. O viceversa, como su propia vida.

Cada Navidad, al buzón de su casa llegaban unas cartas adornadas con el sello del Correo Polar en las que Papá Noel contaba a los niños cómo era su vida en el lejano norte, sus problemas con su ayudante el oso blanco, sus aventuras recorriendo el mundo… Los sobres estaban decorados con esmero, las cartas incluían dibujos sencillos y su caligrafía era grande y temblorosa, como se supone que debe de ser la letra de un anciano que escribe rodeado de nieve. El autor de las cartas era, claro, el propio Tolkien. Con ellas creaba un hechizo que mantenía viva la ilusión de sus hijos. Esa misma magia funcionó después con los millones de personas que leyeron sus libros. «La fantasía es una actividad natural en el hombre, que no destruye ni agrede a la razón y a la verdad». Palabra de Tolkien.

Su hogar estaba habitado por personajes fantásticos, protagonistas de los cuentos que J. R. R. contaba a sus cuatro retoños para entretenerlos y que los niños retomaban, agrandaban y devolvían a su padre. Todo iba a parar a un enorme caldero de ideas, palabras y personajes. De él surgieron el cuento Roverandom, cuando el pequeño Michael perdió su perro; el entrañable Tom Bombadil, que era un muñeco de madera de su hija Priscilla, y El hobbit, un compendio de muchas de esas narraciones, deformadas y ensambladas para formar un libro; en suma, para hacerlas publicables.

‘El hobbit’ es un compendio de las historias que Tolkien ideaba para entretener a sus cuatro hijos

Y ésa es otra parte importante del Tolkien escritor… si es que se le puede llamar así. Porque no era un escritor al uso, y mucho menos en aquellos primeros años. No se sentaba delante de su máquina de escribir con una idea determinada y con el éxito editorial como objetivo. Era, sencillamente, un aplicado profesor con una forma muy peculiar de llenar su tiempo libre: inventaba palabras, creaba lenguas enteras a partir de ellas y después imaginaba a los pueblos que las hablaban, dotándolos de historia, de carácter, de una mitología propia. Ese trasfondo se filtra en El hobbit, y deja entrever que tras las correrías de Bilbo hay un territorio complejo y adulto. Es el mundo de la Tierra Media, creado por Ilúvatar, habitado por elfos inmortales y hombres mortales en guerra constante contra el mal encarnado en Melkor, el ángel caído, con reinos que florecen y desaparecen, con héroes cuyas hazañas se cantan miles de años después… y que Tolkien leía y compartía con colegas.

Esas lecturas y tertulias marcaron la diferencia. En ellas se hablaba de literatura, se recitaban poemas y se compartían ideas. Fueron sus colegas de tertulia en Oxford quienes lo animaron a intentar publicar El hobbit, a darle ese toque paternalista de los cuentos infantiles que le abriría las puertas del éxito. Pero Tolkien no estaba convencido. Le aterrorizaba que su obra se viera como un cuento infantil. Al final cedió y, tras varios intentos, la editorial George Allen & Unwin se atrevió a publicarlo. El hobbit se vendió tan bien que Stanley Unwin le pidió una secuela. J. R. R. tiró de archivo y le envió algunos de los relatos que llevaban años dando vueltas por su escritorio, fragmentos del mundo mitológico de la Tierra Media. A Unwin no le gustaron. Eran demasiado oscuros, muy poco ‘hobbit’. Quería una continuación. Así que Tolkien tuvo que bucear en ese material hasta hallar una nueva idea. Y ya sabemos cuál fue: destruir el anillo con el que Bilbo se había topado y salvar a la Tierra Media de la amenaza de Sauron. Lo que no imaginaba Tolkien es cuánto se complicaría su historia, cuántos cientos de páginas irían pidiendo pasos, cuántos personajes y pueblos saldrían de su caldero y acabarían, 12 años después, formando parte de su trilogía mágica.

El éxito de El hobbit fue inesperado, pero el de El señor de los anillos superó cualquier expectativa. El libro fue dividido en tres partes. La inicial empezó a venderse muy bien en 1954. Luego vino la segunda. Y el público exigió a gritos la tercera. Las reediciones eran constantes. Y Tolkien, que siempre había vivido con apuros, se hizo rico. Se jubiló y se fue a vivir a una casa grande y con calefacción, pero siguió disfrutando de esos placeres sencillos que tanto le agradaban.

El caldero de J.R.R. Tolkien

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01. Las lenguas

Le entusiasmaron desde pequeño y marcaron su futuro académico como filólogo en Oxford. Pero más que las lenguas clásicas, las más importantes para su obra fueron las que inventó, como las élficas, sonidos hermosos inspirados por un concepto real o abstracto, y en las que hay influencias del latín, el galés y el finés. Luego vinieron el numenoreaneo, y las lenguas de Mordor, Rohan y del resto de pueblos imaginados de sus narraciones.

02. La mitología

Su interés por las lenguas antiguas lo llevó a la literatura medieval y al mundo de las mitologías. Estudió noruego antiguo e islandés para leer las Eddas escandinavas, y finés para acercarse al poema épico Kalevala. También conocía a la perfección las mitologías celta, griega, hindú y judeocristiana. Tolkien incorporó elementos de todas ellas a su universo: el mago Gandalf, una especie de Odín errante; el simbolismo de los anillos; el concepto de la Tierra Media, a medio camino entre el mundo superior de los dioses y el inferior de los demonios; los elfos…

03. Los detalles

Para él eran una obligación. Interiormente, cada idea o palabra le exigían una explicación exhaustiva, una razón de ser. Al mismo tiempo, consideraba que los mitos que narraba, para ser verosímiles, debían tener una gran riqueza de detalles. Por eso se explayaba en las descripciones, trazaba mapas, inventaba nombres, imbricaba historias, retomaba personajes, intercalaba canciones o construía genealogías completas, para que cada pieza del relato encajase a la perfección.

04. La naturaleza

Tolkien era un amante de la naturaleza y conocía bien la vida de la Inglaterra rural por haber vivido allí de pequeño. Sus bosques y campiñas fueron la base para crear La Comarca, el país de los hobbits. «Piense en el poder de un bosque marchando», le comentó una vez a un amigo mientras paseaban. Esos árboles marcharían más tarde en su imaginación para destruir Isengard, la fortaleza del mago Saruman.

05. El conservadurismo

Es una de las críticas a su obra. Tolkien era un católico fervoroso, más tradicionalista que conservador, pero sobre todo era ecologista y una especie de precursor de la antiglobalización que defendía una visión espiritual del mundo. Esas ideas no lo llevaron a escribir sus libros, pero sí se reflejaron en ellos en forma de admiración por el universo y gratitud por la creación.

06. La guerra

Cuando estalló la Primera Guerra Mundial, sus amigos corrieron a alistarse, pero él esperó a obtener su graduación. Su destino fue Francia, adonde llegó en junio de 1916 para combatir en la batalla del Somme. En aquel infierno de bombas y barro. Tolkien perdió a muchos amigos, pero descubrió la lealtad, la camaradería y el sacrificio. La guerra se convirtió para él en un compendio de los males de la modernidad, una idea que ronda por toda su obra.

07. Su esposa

Edith fue también su musa. La conoció cuando tenía 16 años y ella, 19. Vivían en la misma pensión, se enamoraron y se hicieron inseparables. Pero el padre Morgan, su tutor, le prohibió volver a verla hasta que cumpliese 21 años. Él esperó, pero ella ya se había comprometido con otro hombre, aunque accedió a romper el compromiso para casarse con él. Este tema del amor prohibido y la lucha contra toda esperanza aparece en las relaciones que Tolkien construyó entre hombres mortales y elfas inmortales.

08. Los amigos

Tolkien siempre tuvo un pequeño grupo de amigos que compartían sus gustos y aficiones. Los primeros fueron tres alumnos de la escuela King Edward, en Birmingham, con los que charlaba de poesía y literatura medieval. Más tarde, ya en Oxford, se incorporó a uno de esos clubes tan habituales en el mundo universitario anglosajón, los Inklings (“nociones” o “ideas vagas” en inglés). Este grupo, formado por una quincena de profesores, fue el que lo animó a publicar sus obras.

09. La alegoría y el escapismo

Pese a que se ha apuntado miles de veces, El señor de los anillos no es un canto contra la guerra ni una alegoría sobre los males del nazismo o el régimen soviético ni una defensa del cristianismo. El mismo Tolkien lo negó reiteradamente. También le molestaba que tacharan su obra de escapista, un término tradicionalmente asociado a la literatura fantástica.

10. La semilla

El universo de Tolkien nació gracias a unos versos. En 1913, mientras leía el poema Crist, de un escritor anglosajón del siglo VIII, se detuvo ante las siguientes palabras: «Salve, Earendel, el más brillante de los ángeles, enviado a los hombres sobre la Tierra Media». Aquello le abrió los ojos y un nuevo camino. «Detrás de aquellas palabras había algo muy remoto, raro y hermoso… si lograba asirlo», escribió.

Etiquetas: Escritores