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El ataque de las bombas 'dormidas': hasta 4600 podrían explotar hoy en Berlín

El explosivo legado de la Segunda Guerra Mundial

El ataque de las bombas 'dormidas': hasta 4600 podrían explotar hoy en Berlín

Cien mil bombas aliadas quedan todavía sin explotar en Alemania. Sólo en la ciudad de Berlín se han desactivado más de  1200 y hay, al menos, otras 4600 sin localizar. Su desactivación ya ha provocado varios incidentes mortales, y los expertos avisan: se están pudriendo y ese arsenal dormido se puede descontrolar.

Viernes, 22 de Diciembre 2023

Tiempo de lectura: 8 min

En España, si das un pisotón en el suelo, puedes encontrar un yacimiento arqueológico. Los albañiles alemanes están acostumbrados a otro tipo de sorpresas: bombas ‘dormidas’ de la Segunda Guerra Mundial. Hay tantas que ni siquiera es noticia cuando los bulldozers desentierran una. Se acordona la zona, se llama a los artificieros, se desactiva y... vuelta al tajo. La rutina habitual.

En toda Alemania se descubren e inutilizan cada año dos mil toneladas de bombas americanas y británicas que no estallaron en su momento, además de minas antitanque, granadas de mano, obuses y piezas de artillería rusas. Cada dos semanas hay que evacuar un barrio o cortar una carretera y esperar unas horas hasta que los especialistas, siempre y cuando consideren seguro su traslado, se llevan a la ‘criatura’, que puede llegar a pesar 900 kilos.

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Un país arrasado. Cuando la guerra llegaba a su fin, los bombardeos sobre ciudades como Nuremberg (en la foto) fueron especialmente intensos. Los aviones aliados lanzaron cerca de dos millones de toneladas de bombas sobre suelo germano. Entre el 10 y el 15 por ciento de las mismas no explotó.

Las bombas rescatadas son trasladadas a un lugar restringido en el bosque de Grunewald, cerca de Berlín, donde son custodiadas hasta que se procede a su detonación varias veces al año. Trasladar estos vetustos artefactos explosivos, sin embargo, no siempre es posible. Si el grado de deterioro así lo aconseja no queda otra que hacerlas explotar en el lugar del hallazgo.

El pasado julio apareció una bomba de 500 kilos en el distrito berlinés de Marzahn, en una zona con dos guarderías, tres colegios, un supermercado y numerosas paradas de metro y autobús durante unos trabajos de construcción. Como manda el protocolo para estos casos, fueron desalojadas más de 15.000 personas en un diámetro de 500 metros. Se trata de una rutina que, en Berlín, se sucede, de media, una o dos veces cada mes desde hace años. Y no sólo en la capital, en 2017,  60.000 personas fueron evacuadas por unas horas de sus hogares en Fráncfort para desactivar otro artefacto del pasado.

Cada vez que se halla una bomba se desaloja a la población en un diámetro de 500 metros. En Berlín, esto sucede, de media, una o dos veces al mes.

Las detonaciones mortales han sido infrecuentes en Alemania en los 78 años transcurridos desde la caída de Berlín en 1945, pero ocurren. En los 80, en el populoso barrio de Neukölln, una bomba estalló de repente junto a un colegio cuyos alumnos y profesores, por fortuna, estaban de vacaciones. Y en 1994, Berlín se estremeció por este inquietante legado de la Segunda Guerra Mundial, cuando una excavadora hizo explotar una bomba de media tonelada en el distrito de Friedrichshain. Fallecieron tres personas y la explosión hizo añicos la fachada de un edificio vecino.

El último episodio mortal se produjo en 2010, en Gotinga (Baja Sajonia), donde murieron tres artificieros y otras seis personas resultaron heridas. Los profesionales eran gente experta y concienzuda. Habían participado en unas 700 misiones. No hicieron nada mal, pero la bomba, lanzada por un avión B-24 Liberator, explotó igualmente. ¿Por qué?

Los desactivadores tienen suficiente trabajo para estar ocupados durante los próximos 120 años

La bomba, de fabricación estadounidense, llevaba la típica espoleta de retardo que los especialistas se conocen de memoria. La Policía todavía estaba colocando las bandas de «No pasar» cuando el proyectil estalló. La razón la explicaba entonces Andreas Heil, director de Tauber, una de las muchas empresas privadas de desactivación que proliferan en Alemania, en una entrevista a Der Spiegel: «El problema está en ese tipo concreto de espoletas. Su mecanismo las hace muy peligrosas».

Se trata de detonadores que, con el tiempo, se hacen cada vez más inestables. Hans-Jürgen Weise, uno de los artificieros más experimentados del país, relata un incidente que pone los pelos de punta. «Extrajimos tres espoletas y, mientras las transportábamos a un lugar seguro para desactivarlas, una de ellos comenzó a hacer un sonido sibilante: fissssss... Una pequeña vibración y explotaba. Un día, esas bombas serán tan sensibles que nadie podrá manejarlas». Si Weise tiene razón, habrá que detonarlas in situ, estén donde estén.

En esencia, se trata de un ingenioso detonador acoplado a un muelle. Si el muelle salta, un fusible libera una descarga eléctrica y hace estallar la bomba. Ese muelle está retenido por una endeble pieza de celuloide que actúa como seguro. Y después de 78 años enterrado y húmedo, el celuloide puede estar muy deteriorado.

Diluvio de bombas

Sobre el suelo de la capital del Tercer Reich, donde se concentraban buena parte de las fábricas de armamento y se libró la batalla final, tuvieron lugar, oficialmente, 378 ataques aéreos aliados, que dejaron caer más de 45.000 toneladas de explosivos. Es imposible saber cuántas quedan sin explotar, pero se calcula en unas cien mil las bombas aliadas que hoy continúan 'adormecidas' bajo el suelo germano. Y cada vez son más difíciles de desactivar porque, literalmente, se están pudriendo.

«El riesgo es mayor si el nivel freático fluctúa y los detonadores se humedecen y se secan unas cuantas veces a lo largo de los años. El celuloide que los bloquea se corrompe, pero los fusibles son de gran calidad: de latón, los ingleses, y de excelentes aleaciones de aluminio, los americanos. Ingeniería de alta precisión. Esos detonadores siguen funcionando», añade Heil. Y seguirán funcionando durante décadas. Los desactivadores tienen suficiente trabajo para estar ocupados durante los próximos 120 años.

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Estallido mortal. Cráter de la bomba que estalló en Gotinga en 2010 y que mató a tres artificieros e hirió a otras seis personas. Los profesionales fallecidos habían participado en unas 700 recuperaciones de ese tipo, pero la bomba, lanzada por un avión B-24 Liberator, explotó igualmente.

Y están por todas partes en las zonas que fueron castigadas por la aviación. Berlín y sus alrededores soportaron una lluvia de medio millón de toneladas, especialmente en la ciudad de Oranienburg, 35 km al norte de la capital, donde se sospechaba que los nazis desarrollaban su programa atómico. Sólo en el área metropolitana berlinesa se han desactivado cerca de 1300 bombas ‘dormidas’ y se estima que quedan, al menos, otras 3.000.

Víctima de guerra... 60 años después

Fráncfort, Hamburgo, Colonia, Dresde, la industria siderúrgica de la cuenca del Ruhr... Los incidentes se suceden con regularidad, pero en raras ocasiones las consecuencias son dramáticas. A las tres muertes de 1994 y las otras tres de 2010 en Gotinga hay que añadir la de un operario que trabajaba en la construcción de una autopista cerca de Aschaffenburg en 2006.

La desactivación de bombas ha generado toda una industria en Alemania. Hay materia prima de sobra. De los dos millones de toneladas que lanzaron los bombarderos de la RAF y las fortalezas volantes norteamericanas, entre el cinco y el quince por ciento no explotaron. La mayoría, de espoleta retardada. Estas bombas estaban diseñadas para explotar entre dos y 146 horas después del impacto con el fin de aterrorizar a la población y sembrar el caos. Paradójicamente, los primeros que las utilizaron fueron los alemanes de la Legión Cóndor en la Guerra Civil española. Londres y Varsovia también sufrieron los bombardeos de la Luftwaffe y todavía se encuentran proyectiles germanos en estas ciudades.

«Cuando trabajas con una bomba en una ciudad, todo es extrañamente silencioso. Incluso los pájaros dejan de cantar»

En teoría, cuando la bomba impactaba contra el suelo, se rompía una ampolla que liberaba un reactivo químico (acetona). Éste iba quemando poco a poco el celuloide, hasta que liberaba el seguro y... ¡pum! Pero la ampolla no siempre se rompía. Y aunque lo hiciese, si la bomba penetraba en suelo blando, rebotaba en el lecho de gravilla y quedaba con la cabeza apuntando hacia arriba, el vial de acetona quedaba por debajo del disco de celuloide y el líquido no se derramaba sobre él. El vapor de acetona, aunque es un disolvente poderoso, no suele bastar para provocar la combustión. La bomba dormirá entonces el sueño de los justos hasta que, por alguna razón, despierte.

El negocio está servido. No sólo para las empresas de artificieros que subcontrata el Estado, porque los de la Policía no dan abasto; también para los investigadores que se dedican a buscar dónde puede haber una bomba enterrada. Por cada bomba localizada, una compañía privada factura unos 25.000 euros.

Cazadores de bombas

Del mismo modo que hay buscadores de tesoros que peregrinan al Archivo General de Indias para rastrear la localización de los galeones españoles hundidos, los buscadores de bombas acuden al Archivo de la Fuerza Aérea del fuerte Maxwell en Alabama, Estados Unidos. Allí se cotejan las viejas fotos aéreas con imágenes actuales tomadas por satélite para identificar lugares sospechosos.

Los expertos no buscan cráteres. Un cráter es tranquilizador: indica que hubo explosión. La búsqueda es más compleja porque hay que localizar pequeños puntos oscuros sobre el terreno, lugares donde pudo penetrar una bomba. Cuando se encuentran, el siguiente paso es comprobar en las bases de datos si hubo alguna misión aérea sobre ese lugar. Lo normal es que no hubiese una, sino decenas; por eso, las constructoras no se conforman con una sola foto, necesitan todas las que puedan obtener.

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Sembrar el miedo. Un avión americano se aleja tras bombardear una fábrica en Marienburg en 1943. Destruir la industria alemana y desmoralizar a la población eran los principales objetivos de las campañas aéreas aliadas.

Y hay decenas de miles. En mayo de 1945, los pilotos estadounidenses se embarcaron en misiones de reconocimiento con los mismos bombarderos con los que habían arrasado Alemania. Su misión: documentar la destrucción. La guerra acababa de terminar y, durante seis días, 2.013 aviones, todos llevando a un fotógrafo entre los tripulantes, realizaron una topografía exhaustiva de la devastación. Fue la operación Trolley.

Otra fuente preciosa son las víctimas. Las familias alemanas documentaban los daños en sus propiedades. La razón es que Hitler había prometido indemnizarles hasta el último marco cuando terminase la guerra.

Encontrar y desactivar artefactos 'dormidos' es un gran negocio. Por localizar uno, se pagan 25.000 euros

Una vez se detecta un punto oscuro, las empresas de artificieros peinan la zona con detectores de metal, radares de suelo y aparatos de sonar. En ocasiones, los bombarderos no alcanzaban sus objetivos y entonces los pilotos seleccionaban objetivos oportunistas antes de regresar a sus bases, a veces al buen tuntún. Nadie quiere aterrizar con bombas en su avión. Por eso terminaban a veces en los lugares más insospechados.

Encontrada la bomba, llega el turno de los artificieros. Hans-Jürgen Weise reconoce que tiene suerte de estar vivo desde que, en 1983, obtuvo su diploma en desactivación. «Cuando estás trabajando con una bomba en mitad de una ciudad, todo se vuelve extrañamente silencioso. A veces incluso los pájaros dejan de cantar. En esos momentos notas de verdad la presión y te preguntas por qué no trabajas en una oficina. Un poco de miedo no viene mal, te mantiene alerta, pero el miedo también te puede descontrolar». Weise, que nació durante un bombardeo aéreo, considera que su trabajo tiene una resonancia simbólica. Es una manera de poner de una vez el punto. final a una guerra que terminó hace 78 años, pero que hoy puede seguir matando.

El propio canciller alemán, Olaf Scholz, habló del problema hace unos meses cuando recordó que, además de las urbes, también los campos de sus país  siguen plagados de bombas, una situación de riesgo extremo ante, por ejemplo, un incendio.