Fue uno de los grandes proyectos del Tercer Reich: un gran portaaviones con lo último en tecnología. A su botadura asistió el propio Hitler. Pero nunca entró en combate. Por Jan Puhl

Su historia es rocambolesca: lo hundieron dos veces, los nazis y los soviéticos.

El único portaaviones de Adolf Hitler, el Graf Zeppelin, no llegó a entrar en acción, pero sufrió todo tipo de vicisitudes. Lo hundieron dos veces. Primero lo echaron a pique los propios alemanes, después los soviéticos.

Este enorme amasijo de metal yace a 80 metros de profundidad en el mar Báltico. Durante mucho tiempo estuvo desaparecido, hasta 2006, cuando una empresa polaca dedicada a las prospecciones petrolíferas dio con él gracias a sus sistemas de sónar.

El Graf Zeppelin se ha conservado magníficamente. Se reconoce la enorme cubierta de vuelo, bajo la cual se encuentran los hangares para los Messerschmitt y Junkers que el portaaviones habría transportado. Los cañones no están en sus emplazamientos, los alemanes los desmontaron y los llevaron a Noruega.

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Un gran pecio en el Báltico: el Graf Zeppelin reposa en buenas condiciones a 80 metros de profundidad en el mar Báltico. El barco estuvo desaparecido hasta 2006. Lo encontró un buque polaco dedicado a prospecciones petrolíferas

Estos restos oxidados cuentan una historia de megalomanía, delirios y desmoronamiento final. En definitiva, la historia del Tercer Reich.

El Tratado de Versalles había impuesto a Alemania severos límites para rehacer su flota tras la Primera Guerra Mundial. Uno de los principales objetivos de Hitler era revisar lo que él llamaba «el dictado de Versalles». En 1935, el líder nazi anunció que Alemania volvía a «la plena soberanía militar». Este osado proceder no se tradujo en sanciones internacionales, al contrario, incluso fue recompensado: Gran Bretaña aceptó renegociar las condiciones. El acuerdo final, entre otros puntos, permitía a Alemania reconstruir un potencial equivalente al 35 por ciento de la Armada británica. El régimen nazi se embarcó en una carrera armamentística naval.

Con destino a Escocia

Dado que los británicos, y también los franceses, disponían de portaaviones, los alemanes no quisieron quedarse atrás. En 1935 se concedió el contrato para la construcción del portaaviones.

La idea era que protegiera una escuadra que patrullaría en torno a Escocia con la misión de interceptar los convoyes de suministros y así minar la resistencia británica.

Berlín presupuestó 93 millones de marcos para la construcción del portaaviones. El buque tendría 262,5 metros de largo y 36 metros de ancho. Con sus motores de 200.000 caballos de vapor, podría alcanzar una velocidad de 63 kilómetros por hora y transportar 40 aviones: bombarderos de ataque en picado, cazas, aviones de reconocimiento y torpederos Fi 167.

Como los británicos y franceses tenían portaaviones, los nazis no quisieron quedarse atrás

Para poder embarcar estas aeronaves, era necesario dotarlas con alas plegables. Además, se les colocó un gancho trasero que capturaría un cable de acero cruzado sobre la cubierta en el momento del aterrizaje. Lo que al principio no se tenía claro era cómo iban a despegar los aviones; los ingenieros ensayaron con catapultas accionadas por aire a presión.

Hitler asistió a la botadura de su nuevo y gigantesco barco en diciembre de 1938. Helene von Brandenstein-Zeppelin, hija del pionero de los dirigibles, fue la encargada de estrellar la botella de champán contra el casco del portaaviones, mientras que del discurso se encargó el jefe de la Luftwaffe, Hermann Göring.

En abril de 1945, ante el avance del Ejército Rojo, un comando alemán de explosivos hundió el barco

El vanidoso Göring exigió el mando sobre el personal de vuelo y sus aparatos. De esta manera, el buque y la artillería estaban a cargo de la Marina, mientras que era la Fuerza Aérea la que tenía la última palabra sobre la cubierta de vuelo, lo que resultaba rocambolesco. No hay que olvidar que los aviones no podían operar con independencia de un barco que, a su vez, tenía que amoldar sus maniobras a las necesidades de los despegues y aterrizajes.

Al poco de comenzar la guerra, tanto la Luftwaffe como la Marina comprobaron que el Tercer Reich estaba obligado a estirar al máximo sus recursos. Utilizaron las unidades aéreas pensadas para servir en el Graf Zeppelin para rellenar los huecos de las Fuerzas Aéreas. En la primavera de 1940 se desmontaron los cañones antiaéreos del barco, que todavía se encontraba en fase de equipamiento. Sus piezas de artillería se necesitaban en otros lugares. Poco después llegó la propuesta de suspender totalmente los trabajos en el Graf Zeppelin, y Hitler se mostró de acuerdo.

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Herman Göring, ambicioso comandante en jefe de la Luftwaffe, exigió el mando sobre el personal de vuelo y los aviones del Graf Zeppelin, mientras que el buque y la artillería quedaban bajo el mando de la Marina

En julio remolcaron el barco hacia el este por temor a que fuese víctima de los bombarderos aliados si seguía en los astilleros de Kiel. En mayo de 1941, biplanos británicos torpedearon el acorazado alemán Bismarck. Los aparatos habían despegado desde portaaviones en altamar. Este éxito británico hizo que los mandos de la Kriegsmarine fuesen conscientes de que el futuro era de los portaaviones.

Cambio de puerto

Se decidió retomar los trabajos en el Graf Zeppelin. Las excavadoras abrieron una dársena para alojar el coloso en el puerto de Bremerhaven. En enero de 1943, el tema de la ampliación de la flota se debatió en la Guarida del Lobo, el cuartel general de Hitler en Prusia Oriental. Unos días antes, los alemanes habían perdido un destructor. Hitler puso en duda la utilidad militar de las «unidades de superficie pesadas». Acorazados y destructores eran objetivos fáciles para los británicos, señaló. Cancelaron todos los proyectos de construcción, incluido el del Graf Zeppelin.
El casco volvió a ser remolcado al este y anclado en Stettin. Diseñado para engrandecer el prestigio del régimen, acabó usado como almacén de repuestos. Finalmente, la Marina ordenó desmontar las estructuras metálicas aprovechables.

El Ejército Rojo lo reflotó. Pasó a llamarse PB10. Lo usaron como diana de prácticas de tiro

A finales de abril de 1945, cuando el Ejército Rojo avanzaba sobre Stettin, un comando alemán de explosivos hundió el barco. Dos años más tarde, especialistas de la Armada soviética hicieron reflotar el casco; en sus manos habían caído planos y bocetos del portaaviones, que fueron enviados a Moscú para valorar su posible utilidad. Tras la caída del régimen comunista, muchos documentos fueron devueltos a Alemania.

Humillante final

Durante un tiempo, el Ejército Rojo utilizó su botín de guerra como residencia flotante, con el nombre tan fríamente soviético de PB10. Por último, el rey de los mares acabó degradado a diana para las prácticas de tiro; fue torpedeado hasta hundirse a unos 50 kilómetros al norte de la localidad polaca de Wladylawowo.

Expertos militares como el historiador Ulrich Israel creen que este portaaviones no habría supuesto ninguna diferencia en el desenlace de la guerra. En su opinión, incluso fue positivo que no llegara a entrar en servicio: los más de 1700 hombres que debían haber servido a bordo del Graf Zeppelin habrían sido enviados a una muerte cierta. Ulrich Israel está convencido de que «los británicos habrían declarado su hundimiento una cuestión de prestigio nacional y lo habrían localizado y echado a pique con total seguridad».

UN COLOSO CON TECNOLOGÍA PUNTERA

Proyecto fallido

El portaaviones Graf Zeppelin nunca entró en combate. Diseñado para engrandecer el prestigio nazi, acabó usado como almacén de repuestos.

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Longitud: 262,5 metros.
Anchura: 36 metros.
Peso: 31.400 toneladas.
Calado: 7 metros.
Años de construcción: de 1935 a 1943.
Tripulación: más de 1700 hombres.
Coste: en torno a 93 millones de reichsmarks (equivalente a unos 400 millones de euros actuales).


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