El Hermitage, un conjunto imponente de edificios palaciegos cuya historia comienza con Catalina la Grande -la fundadora del museo- pasando por Napoleón, sobreviviendo a una revolución y al avance de Hitler. Tres siglos de historia han pasado por sus muros.  Por Carlos Manuel Sánchez/ Fotos: Cordon Press

Catalina la Grande, una sagaz mujer de negocios

Cuando llueve en San Petersburgo, el Hermitage «llora». En 1941 Alemania invadió la Unión Soviética. Leningrado (nombre dado a San Petersburgo durante el régimen comunista) fue sitiado por las tropas nazis. El museo se había preparado para la evacuación. Dos trenes con piezas artísticas embaladas se enviaron a los montes Urales. Un tercer tren no tuvo tiempo de salir. Los objetos que contenía fueron devueltos al Hermitage y se guardaron en sótanos reforzados. Un equipo de bomberos luchaba contra los incendios provocados por los bombardeos. A los soldados del frente se los llevaba a recorrer las salas vacías y les contaban historias sobre los cuadros que habían ocupado las paredes. «Por las noches se daban clases unos a otros para no perder ese preciado conocimiento. El Hermitage sobrevivió. Hoy, cuando hace mal tiempo, los primeros en «llorar» son los lugares que sufrieron los impactos de los proyectiles.

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El Hermitage es un conjunto imponente de edificios palaciegos a orillas del Neva; entre ellos, el Palacio de Invierno, la residencia de los zares. Es un museo enciclopédico, descomunal. Sus colecciones abarcan el Egipto de los faraones, las culturas siberianas, el mundo grecorromano y llegan hasta el arte renacentista y las vanguardias: tres millones de piezas. Un visitante que le dedicara un minuto a cada obra, durante las 24 horas del día, necesitaría casi seis años para verlas todas.

El museo ruso es descomunal: tres millones de piezas. Un visitante que dedicara un minuto a acada obra necesitaría seis años para verlas todas

Su historia comienza con Pedro I el Grande, aunque fue Catalina II (Catalina, la Grande) -su sucesora- quien creó el museo. Pedro I fundó la ciudad de San Petersburgo. Reunió objetos de todo el mundo y compró el primero de la increíble colección de cuadros de Rembrandt que atesora el Hermitage. Amaba la vida sencilla: comer, beber, bailar y pelearse. Por contra, la emperatriz Catalina era un espíritu refinado. La zarina adquirió la primera gran colección de cuadros en 1764. Fue casi una victoria militar. El comerciante alemán Gotzkowsky compraba lienzos para Federico II, rey de Prusia. Empobrecido por sus campañas militares, este renunció a sus adquisiciones. Entretanto, Gotzkowsky, un oportunista nato, había acaparado grano para alimentar a las tropas rusas durante una larga guerra. Pero la contienda fue corta, el precio del cereal se desplomó y Gotzkowsky se arruinó. Ofreció pagar en especie con unos 200 cuadros que había comprado para el rey prusiano. Catalina aceptó.

El Hermitage, e fundado por Catalina la Grande, un excepcional testigo de la historia

Catalina la Grande

La emperatriz Catalina la Grande vivía en un ala del palacio cuyas habitaciones estaban decoradas con motivos orientales. Jugaba a las cartas y sentía por las gemas una atracción casi enfermiza. Adquirió El regreso del hijo pródigo, de Rembrandt -obra considerada como las Meninas de la pinacoteca rusa-, y la mejor colección de pintura francesa: la de Pierre Crozat. Con ella llegaron seis cuadros con el mismo asunto mitológico: la historia de Dánae.

Cuando Pablo I, un maniático del orden, accedió al trono en 1796, impulsó la primera clasificación sistemática de los fondos del Hermitage. Antes de llegar al trono había realizado un viaje de incógnito con su esposa por toda Europa. La pareja imperial visitó a pintores, talleres y coleccionistas, encargó muebles y porcelanas y compró dibujos y estampas. En Venecia consiguió una gran colección de modelos en terracota de escultores como Bernini. Murió asesinado.

Catalina II, la creadora del museo, era una sagaz mujer de negocios. Para ella, el coleccionismo era una mezcla de pasión y alta política

Napoleón atacó Rusia durante el reinado de Alejandro I, cuyos cosacos vencieron al Ejército francés y llegaron a París. Dicen que Alejandro vivió un romance con Josefina, la primera esposa de Napoleón. La visitaba con frecuencia en su château de Malmaison, que albergaba las maravillosas colecciones y los carísimos regalos que le había hecho el emperador francés, fruto de la rapiña durante sus campañas militares en Egipto, Alemania y España. El zar pagó encantado una gran suma por esa colección. También por la del banquero británico William Coesvelt, afincado en Madrid, que incluía muchas obras de maestros españoles compradas a precio de saldo aprovechando el caos y el saqueo de las tropas napoleónicas: Juan de Juanes, Ribalta, Ribera, Murillo, el Greco, Velázquez, Zurbarán, Goya… Fue un «robo a mano armada» perpetrado por mariscales y marchantes sin escrúpulos ante la pasividad de los gobernantes españoles, que ni siquiera se molestaron en reclamarlas como hubiese sido lógico en el Congreso de Viena de 1815. Una diáspora artística de proporciones gigantescas que acabó en los museos ingleses y en San Petersburgo.

El Hermitage es un excepcional testigo de la historia, y no solo artística. Sus estancias sirvieron hasta de sala de interrogatorio para los insurgentes

El cruel Nicolás I vio como en 1837 un incendio destruía las estancias del Palacio de Invierno. «Los soldados salvaron los cuadros de la galería militar y lograron sacarlos a la plaza. Las entradas al Hermitage fueron tapiadas con ladrillos, y tanto los muros del museo como los del Palacio de Invierno se regaron constantemente con agua. De esta forma pudieron salvarse de las llamas las colecciones», . En esta época, además, las estancias del museo sirvieron de salas de interrogatorio para los insurgentes. El hijo de Nicolás I, Alejandro II, fue víctima de una bomba de los revolucionarios, pero antes pudo adquirir la Virgen con el Niño, de Rafael, una excepcional pintura sobre tabla. La madera se agrietaba y se combaba y los conservadores tuvieron que emplearse a fondo para frenar su deterioro.

El último zar fue Nicolás II. Adquirió un relicario de Fra Angelico y la asombrosa Madonna Benois en vísperas de la revolución bolchevique. Dice la leyenda que el cuadro pertenecía a un músico ambulante que no sospechaba que había sido pintada por Leonardo da Vinci. En 1917, el emperador abdicó. El museo se cerró al público y se enviaron a Moscú varios trenes cargados con obras. «Se planteó la cuestión de la propiedad de las piezas artísticas. Nadie se había parado a pensar si pertenecían a la familia imperial o al Gobierno soviético, que finalmente se atribuyó el poder absoluto de vender las colecciones», comenta Mijaíl Piotrovski -director del museo-. Desde entonces, el Estado se desprendió de unos 2800 cuadros para sufragar gastos.

Madonna Benois, de Leonardo da Vinci

El primer ministro Kerensky alojó en el Palacio de Invierno a brigadas de cadetes y estudiantes de las academias militares, que hicieron guardia día y noche junto a los conservadores y celadores para evitar saqueos. El Hermitage sobrevivió a la revolución y más tarde al avance de Hitler. Stalin se tomó la revancha y desvalijó los museos alemanes para «compensar y restituir» la destrucción del legado artístico ruso. Una parte fue devuelta en los años 50, pero importantes colecciones de pintura impresionista y posimpresionista permanecieron bajo una custodia secreta y no fueron expuestas hasta los años 90. El Tribunal Constitucional ruso resolvió entonces conservar la mayor parte del fabuloso tesoro confiscado a los nazis.

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