Siete momentos del año para disfrutar la lluvia de estrellas con un buen vino
Las lluvias de estrellas no son solo para el verano y aunque las Perseidas tienen la fama, las Leónidas o las Gemínidas también son auténticos espectáculos y un planazo para cerrar el año brindando con un vino de altura como Celeste Crianza

Pocos placeres se igualan al de terminar el día (o la semana) desconectando y brindando en buena compañía. La experiencia se multiplica degustando un buen vino capaz de hacernos olvidar del mundanal ruido. Ya lo dijo James Joyce, "¿qué hay mejor que sentarse al final del día y beber vino con amigos... o un sustituto de amigos?". Ese momento único se convierte en algo mágico si el decorado es un cielo estrellado. Mirar la inmensidad del universo para sentirnos diminutos, pero también para sentirnos vivos gracias a ese maridaje espacial. No lo decimos nosotros. Cervantes describió a Sancho en uno de sus momentos de placer cuando, tras empinar la bota de vino, "se estuvo un buen rato mirando las estrellas".
Pero, ¿cómo maridar estrellas y vino? La respuesta es fácil: eligiendo un vino íntimamente ligado a la cúpula estelar. Y ahí, nada mejor que Celeste Crianza, un vino que nace en el lugar donde las estrellas se unen con la tierra. En concreto, está elaborado en las cotas más altas de Ribera del Duero. Concretamente en Pago del Cielo, Fompedraza, localidad vecina del Campo de Peñafiel (Valladolid), a 850 metros sobre el nivel del mar. Allí, las viñas y el cielo establecen una mágica conexión. La misma que puedes alcanzar brindando mientras disfrutas de algo tan especial como una lluvia de estrellas. Y aunque cuando pensamos en lluvia de estrellas automáticamente nos viene a la cabeza la temporada de verano, y más concretamente las Perseidas en agosto, la realidad es que son muchas las que se pueden disfrutar a lo largo del año.

Otoño e invierno son también dos estaciones perfectas para disfrutar de lo que científicamente se conoce como lluvia de meteoros, un fenómeno que se produce cuando las partículas de polvo y rocas que dejan los cometas en su órbita alrededor del Sol entran en contacto con la atmósfera y se volatilizan, produciendo un singular efecto luminoso. O dicho de otro modo, ese momento en el que miramos al cielo y pedimos un deseo, tal y como manda la tradición.
La temporada empieza con las Dracónidas a principios de octubre, mismo mes en el que, a finales, se pueden ver las Oriónidas. La próxima cita con las estrellas llega en noviembre con las Leónidas, aunque se pueden ver prácticamente durante todo el mes, su máxima actividad se espera para la madrugada del 16 al 17. Un mes después, especialmente los días 14 y 15 de diciembre, es el turno de las Gemínidas. Con la llegada del nuevo año se pueden observar las Cuadrántidas, a principios de enero. Y ya en abril, es el turno de las Líridas a mitad de mes y de las Acuáridas entre los últimos días y los primeros compases de mayo.
Los poéticos nombres de estos fenómenos estelares no son casuales. Cada una de las lluvias de estrellas es bautizada teniendo en cuenta la constelación o estrella brillante que se encuentra a menor distancia. En caso de que exista confusión, a menudo los científicos añaden una letra griega para diferenciarlas.
Un maridaje estelar lejos de la ciudad

Para disfrutar las lluvias de estrellas conviene, eso sí, alejarse de los núcleos urbanos. Y es que la contaminación lumínica de las ciudades provoca que nos perdamos parte del espectáculo que tiene lugar en el cielo. También conviene escoger la noche ideal, lo más despejada posible y, por supuesto, contar con una buena dosis de paciencia: todo lo bueno se hace esperar. Si a ello le añades un buen equipo fotográfico para inmortalizar el momento, el resultado es un planazo. Y, por supuesto, contar con una botella o una copa de Celeste Crianza lo convertirá en algo inolvidable.
Una vez tengamos la localización perfecta y la compañía elegida, como decíamos al principio, nada como redondear la experiencia maridándola con una buena copa de Celeste Crianza. Este vino debe su conexión con las estrellas a la particular altitud de sus viñas (850 metros sobre el nivel del mar) gracias a la que consiguen prosperar a pesar del temido clima continental. Su situación elevada les procura una sensación térmica baja, incluso en las acaloradas noches de verano, equilibrando así las altas temperaturas a las que se ven expuestas durante el día. Este balance entre frío y calor curte a la uva con una capacidad más alta para amplificar sus notas ácidas durante su maduración. Esto proporciona al vino una intensa expresión frutal, con cuerpo voluminoso y firme estructura. Un complemento perfecto para una noche inolvidable en la que mirar al cielo y sentirnos, por un rato, casi insignificantes.
