Invertir con cabeza: claves para gestionar el riesgo y dormir tranquilo
Conocer y protegerse ante posibles escenarios adversos es básico para mejorar las decisiones de inversión y aumentar la probabilidad de alcanzar los objetivos financieros.

Dar un salto al vacío no suele funcionar casi nunca. Menos aun cuando se trata de invertir. Este ejercicio financiero requiere análisis, estrategia y un control de los riesgos. Y, aunque anticiparse completamente a las fluctuaciones del mercado es prácticamente imposible, sí se puede preparar y reducir su impacto con una planificación sólida y bien informada, que comienza, como casi todo en la vida, con un autoanálisis para identificar el tipo de riesgo que se está dispuesto a asumir.
¿Cuántas pérdidas puedo asumir sin entrar en pánico? ¿Para qué quiero este dinero? ¿En cuánto tiempo quiero recuperar la inversión? Estas y otras preguntas dibujan un perfil inversor que puede ir de prudente, aquel que tiene baja tolerancia al riesgo, a moderado y arriesgado.
Una vez establecidas las líneas rojas, hay que evaluar la volatilidad de los activos para diseñar una cartera bien diversificada por acciones, sectores, regiones, etcétera. Pero siempre hay que entender en qué se está invirtiendo. Si no se sabe cómo gana dinero una empresa, qué hace un fondo o cómo rentabiliza un producto en concreto no inviertas en él, porque tampoco entenderás el riesgo que asumes. Y traza una estrategia que se pueda cumplir. En ella se debe establecer cuánto se va a invertir, cada cuánto se harán aportaciones y cuándo y por qué se vendería. En este plan hay que ser sincero con uno mismo y considerar este proyecto como un propósito que busque rentabilizar los ahorros y la tranquilidad financiera a largo plazo. Mentirse al solitario en este tipo de ejercicio solo puede traer pérdidas innecesarias.

Controlar el riesgo no es evitarlo, sino entenderlo, medirlo y gestionarlo para que juegue a tu favor y no en tu contra.
A partir de ahí el control se traduce en seguimiento periódico, balanceo y ajuste según cambios en los objetivos o en el entorno económico. Y tener bajo control el riesgo emocional, mucho más impredecible que el financiero, porque suele aparecer en momentos de euforia o de miedo o cuando se intenta controlar un mercado que no está en nuestras manos.
Diversificación y equilibrio
Una buena gestión del riesgo implica distribuir el capital entre distintos activos, productos de inversión, sectores y zonas geográficas. Esto que parece obvio no siempre es sencillo y mucho menos para inversores inexpertos que buscan una tranquilidad financiera a largo plazo. A veces requiere modificar las inversiones y otras, sin embargo, mantener la cabeza fría y no tomar decisiones precipitadas.
Alinear estrategia y objetivos
Tener controlado el riesgo en las inversiones siempre se traduce en ganar mejor. Una cartera que rinde un 6% con poca volatilidad puede ser más atractiva que una que rinda un 8% con importantes caídas. Esto, que parece lógico muchas veces, no se ve cuando se evalúa una cartera de inversión. Contar con un asesor especializado y cercano que te ayude en persona a diagnosticar tu perfil de inversor, te aconseje el producto que mejor se adapta a ti y a tus objetivos y haga contigo un seguimiento pensando en el largo plazo es fundamental. En cualquiera de las más de 3.100 oficinas de MAPFRE encontrarás un asesor así, que, además, cuenta con una sólida experiencia y un proceso de formación certificado que atiende a la regulación actual.
Gestión integral
Controlar el riesgo no es sólo mirar ratios, se trata de una gestión integral que considere la vida personal, la capacidad financiera, los productos elegidos y el contexto del mercado. Tener un fondo de emergencia, por ejemplo, que te asegure liquidez suficiente en una cuenta separada es también parte de una buena estrategia ante fluctuaciones del mercado. Además, es aconsejable revisar las comisiones aplicadas y las implicaciones fiscales y entender, en definitiva, en qué se está invirtiendo.