Ocurre cada año en los ríos de la Columbia Británica, al norte de Canadá: millones de salmones nadan cientos de kilómetros a contracorriente. Suben cascadas, esquivan rocas, saltan más de dos metros para superar un obstáculo. Incluso esperan el instante exacto en que el agua golpea para aprovechar la mínima oportunidad de avanzar unos centímetros.
Podrían quedarse donde están: es cómodo, es seguro, es previsible. Pero hay algo en ellos que les impulsa a nadar contracorriente, una especie de instinto que se convierte en su única guía.
Tres decisiones que cambiaron el arte, el cine y la música para siempre
Todos, en algún momento, hemos sentido esa especie de tirón invisible. Puede ser un cosquilleo en el estómago, un pensamiento recurrente que predomina frente a los demás, una intuición de la que ya no podemos desprendernos. Nos pasa a la gente cotidiana y también a las grandes estrellas. El mítico tenor Andrea Bocelli, por ejemplo. Tenía una vida estable como abogado. Respetable, sencilla. O el actor y productor de cine Hugh Jackman: su futuro estaba asegurado como profesor de Educación Física. También le ocurrió al pintor Kandinsky: estaba destinado a una carrera académica brillante en Derecho.
Pero ninguno de ellos nació para dejarse llevar por la corriente. Los tres sintieron ese mismo impulso que empuja a los salmones: el deseo de desafiar lo establecido, de buscar algo que solo ellos podían ver.
Cuando nadas a contracorriente, el instinto se convierte en lo que te guía
Bocelli tomó la decisión de dejar atrás el Derecho y abandonar el bufete en el que trabajaba para dedicarse por completo a aquello que llevaba sintiendo desde niño: la música. No era una decisión lógica, era una decisión instintiva. Porque no le puedes pedir a alguien que ha nacido con un glaucoma congénito, a alguien que quedó completamente ciego a los 12 años después de recibir un golpe en la cabeza, a alguien que, si su madre hubiera seguido el consejo de los médicos hubiese abortado porque “el niño podría nacer con cierta discapacidad”... a alguien así no le puedes pedir que se conforme, porque está destinado a soñar en grande.
Al dedicarse a la música, Andrea Bocelli no solamente siguió adelante, también persiguió su instinto y con ello cambió su vida y la de millones de personas que hoy encuentran en su música un lugar para cobijarse.
Jackman tomó la decisión de dejar atrás una vida estable como profesor de Educación Física para escuchar esa voz interna que le empujaba a lo desconocido. Fue suficiente con un solo curso de teatro, al que se apuntó casi por casualidad, para que descubriera dónde estaba su verdadero norte. Al escuchar su instinto, Hugh Jackman pasó de enseñar volteretas como profesor de educación física a protagonizar papeles míticos en la gran pantalla y transformó el cine para siempre.
Kandinsky renunció a una carrera estable para seguir el instinto que lo llevó a revolucionar el arte moderno. Y gracias a ello el mundo no volvió a ser el mismo: sin ese salto no habrían existido obras como Composición VII o Several Circles, ni habría florecido una nueva manera de mirar el arte.
De la tienda de comestibles al vino de autor
Igual que Bocelli, Jackman o Kandinsky, Féliz Azpilicueta tampoco eligió la comodidad. Dejó atrás la seguridad de una tienda de comestibles para construir una bodega en La Rioja cuando nadie hablaba de bodegas de autor.
Si se hubiera quedado en la tienda, si no hubiera seguido esa brújula interior a la que conocemos como instinto, no habría cumplido su sueño: construir una bodega que hoy es un referente internacional en el mundo del vino. Gracias a su cambio de rumbo, casi 150 años después podemos disfrutar de Instinto, un vino de autor 100% Tempranillo lleno de matices que se caracteriza por su gran poder aromático.
Al final, seguir el instinto es como ese nadar a contracorriente de los salmones: exige valentía, pero lleva siempre a un lugar mejor. Bocelli, Jackman, Kandinsky y Félix Azpilicueta lo hicieron. Dejaron la comodidad atrás y apostaron por lo que sentían. Gracias a ese impulso hoy disfrutamos de su música, de su arte, de sus películas… y de un vino que nació de la misma fuerza interior: Instinto. Porque cuando te atreves a escuchar esa voz, no solo encuentras tu camino. Lo creas.










