Borrar
PEQUEÑAS INFAMIAS

Mira, mamá, sin dientes

Carmen Posadas

Sábado, 27 de Agosto 2011

Tiempo de lectura: 3 min

Saben aquel que diu que estaba Jaimito estrenando bici nueva, venga pasar por delante de su madre, venga llamar su atención. Pasó la primera vez y dijo. Mira, mira, mamá, sin manos . Luego una segunda. Mira, mira, mamá, sin piernas , y al cabo de un ratito una tercera. Mifa, mifa, fafá, fin fientes .

Me encantan los chistes, son imbatibles a la hora de retratar la naturaleza humana. Sobre todo, en sus rasgos más malvados, en los más absurdos y ridículos. En este caso, todo el mundo conoce a algún imbécil que, con tal de chulearse delante del personal, es capaz de perder los piños. Y el verano, por supuesto, es el tiempo ideal para este tipo de -gestas-. Lo malo es que en vez de ser un chiste suele ser una tristísima gracia. Los periódicos se hacen eco día sí y día también de un muchacho que se ha quedado tetrapléjico por tirarse de cabeza en agua poco profunda, por ejemplo. O de otro que saltó de un puente y se rompió la crisma contra una roca. Y qué decir del llamado balconing, bonito neologismo que describe la hazaña de lanzarse a una piscina desde el cuarto o quinto piso de un hotel después de una sonada borrachera. Y todas estas estupideces no tienen otra finalidad que ese patético mira, mira, mamá del que hablábamos antes, tonto sucedáneo de gloria que contenta a los que no son capaces de hacer algo interesante o grande o valiente de verdad. Para más INRI, los tiempos adelantan no solo para lo bueno, de modo que las nuevas tecnologías se han convertido en el cómplice perfecto de este tipo de exhibiciones. Ahora los Mifa, fafá, fin fientes de este mundo no se contentan con asombrar a los cuatro idiotas que les reían las machadas sin intentar disuadirlos, ahora quieren deslumbrar al mundo. Por eso no es raro ver colgada en Internet la gesta de unos que se han dedicado a tumbarse en la vía del tren, cámara de vídeo en ristre, a la espera de que todo un mercancías les pase por encima. O la de unos tipos que se dedican a saltar de la azotea de un rascacielos a otro con ayuda de una pértiga. O a meterse -tal como he visto el otro día en televisión, y para mi espanto- en la jaula de los leones, donde uno de ellos acabó merendándole el brazo al intrépido. Y lo peor, creo yo, es esto último. No me refiero a la pérdida del brazo de aquel pobre desgraciado, y mira que lo lamento. Hablo de que los medios de comunicación se hagan eco de horrores parecidos. Supongo que no diré nada muy original si afirmo que los Mira, mira, mamá han encontrado en Internet su territorio ideal. A mí este medio me recuerda mucho al Lejano Oeste que nos mostraban las películas y en el que se hacía gala de que era una tierra sin Ley. Porque si los chistes son el reflejo humorístico de lo que es la naturaleza humana, Internet lo es de nuestro lado más inquietante y oscuro. Podríamos hablar, naturalmente, de los más conocidos horrores que florecen en la Red bajo el manto del anonimato. Las amistades peligrosas, los chantajes o el escalofriante número de páginas de pornografía infantil que hacen pensar que, si son tan numerosas, todos, ustedes y yo, debemos de conocer al menos un par de personas con tan inconfesables inclinaciones Sin embargo, hoy quiero centrarme en ese tonto rasgo infantil que hace que algunas personas se dediquen a poner en riesgo su vida solo por la mínima gloria de asombrar o espeluznar al personal. ¿Qué se puede hacer para evitarlo, y cómo alertar a los jóvenes de que es una solemne estupidez? Una de las soluciones está en nuestra mano, y consiste en saber que ese lado exhibicionista idiota existe en todos nosotros, de modo que no hay que estimularlo aplaudiendo las gracias porque, por más que lo diga la creencia popular, no es más macho el que más machadas hace. La segunda, que tiene que ver con evitar el efecto imitación, es más complicada, porque requeriría la ayuda de los medios de comunicación para evitar que se hagan eco de tales gansadas. La tercera, y tal vez la más eficaz, sería, en vez de aplaudirles, pitorrearse de todos los Mira, mira, mamá y recordarles cómo acaba el chiste de Jaimito. Y resulta que acaba siempre igual. fin fientes.