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PEQUEÑAS INFAMIAS

¿Por qué sí el pecado y no el pecador?

Carmen Posadas

Sábado, 18 de Enero 2014

Tiempo de lectura: 3 min

La sabiduría popular es eso, sabia y atinada, por lo que tendemos a dar por buenos dichos y sentencias que tal vez no lo sean tanto. Existe uno que siempre me ha parecido, además de injusto, perjudicial, y es el que viene insinuado en el título de este artículo. Seguro que les ha ocurrido alguna vez algo parecido. Amigo del alma que, con el aire pesaroso y solemne que antecede a las malas noticias, va y dice. Hay algo que debes saber, se corre por ahí que tú [rellénense aquí los puntos suspensivos con una habladuría, una insidia, cualquier chismorreo]. Creo que es mejor que lo sepas por mí , continúa el buen samaritano. Y después, con un suspiro conmiserativo, concluye. Hay que ver, qué mala es la gente .

Entonces, uno se indigna y protesta diciendo que todo es falso, reclama saber quién va por ahí contando mentiras, momento en el que el (no olvidemos) amigo del alma sonríe más pesaroso aún y argumenta que no puede complacerle porque, ya se sabe, se dice el pecado pero no el pecador. Y de nada sirve invocar amistad, lealtad o incluso el parentesco que nos une al portador de la noticia intentando averiguar el nombre del propalador de trolas. Porque da la casualidad de que, en un mundo en el que se respetan cada vez menos normas, hay una que sigue siendo sagrada y es esta. no revelar el nombre del pecador. ¿Por qué personas que nos aprecian o incluso nos aman deciden que su fidelidad debe estar con quien pretende hacernos daño? ¿Por qué ese mismo amigo o incluso pariente cercano que sin duda más de una vez ha sido objeto de una situación similar se presta a ser cómplice del murmurador y no de la víctima? Tengo mi teoría particular al respecto. Para empezar, creo que está muy arraigada en nosotros la idea de que no se debe delatar a nadie, ni siquiera (o tal vez debería decir, sobre todo) a alguien que hace algo reprobable. Soplón, traidor, mierdero, acusica, bocón, piante, cantor, chivoloco basta con ver el número de sinónimos negativos que una palabra tiene para calcular su peso en el inconsciente colectivo.

Pero existe luego otro fenómeno que explicaría tan extraño pacto de silencio, tanta omertá. Uno que sirve para entender también otras conductas tan estúpidas como inexplicables. A la gente le cuesta mucho eso que ahora llaman pensar fuera de la caja. Es decir, salirse de los esquemas preestablecidos, ver las cosas a través de sus ojos y no de los de otros, cuestionar aquello que, a poco que se reflexione, no aguanta ni el análisis más elemental. Curiosa paradoja es que, en unos tiempos en los que se pone en solfa todo, las prioridades, los valores, las costumbres y tradiciones, las creencias, las lealtades, y no sigo porque me canso, nadie se cuestione premisas que no solo no favorecen a nadie, sino que sirven para amparar lo que todo chismorreo camufla y esconde. Y lo que esconde no es la rectitud ni tampoco la Verdad, virtud por cierto tan sobrevalorada como abusada en estos tiempos, sino una debilidad humana demasiado humana, que diría Nietzsche. la envidia.

Por eso se me ocurre que tal vez la próxima vez que a uno le vengan con la monserga de se dice el pecado pero no el pecador , podría recordársele al buen samaritano que trae la noticia que se lo piense un poquito más. Que si espera lealtad de ahí en adelante, lo primero que tendrá que demostrar es de parte de quién está. Sin embargo, más allá de todo esto, lo realmente importante a mi modo de ver es el asunto que antes les mencionaba de pensar fuera de la caja. O, lo que es lo mismo, darse cuenta de que la vida está llena de premisas tan tontas como esta que nadie cuestiona. No vaya a ser que, en un mundo más iconoclasta que nunca (y conste que me parece bueno que así sea), resulte que sigamos siendo prisioneros de inercias, de frases hechas, de falsas verdades que algún listo interesado ha logrado convertir en dogma.