Lunes, 28 de Noviembre 2016
Tiempo de lectura: 2 min
Una de las citas que presidió mi mesa de trabajo durante lustros fue un texto del gran Bioy Casares. "El mundo atribuye sus infortunios a las conspiraciones y maquinaciones de grandes malvados. Entiendo que se subestima la estupidez". Cada mañana, mientras me tomaba el segundo cortado del día, leía en voz alta las palabras del autor de La aventura de un fotógrafo en La Plata y empezaba la jornada creyendo que bastaba tenerlas presentes para exorcizar el peligro que conjuraban. El sol fue borrándolas poco a poco hasta que sólo quedó sobre el papel la palabra estupidez, y un día finalmente me mudé de despacho y, junto a fotos igualmente descoloridas, teléfonos de gente a la que había olvidado y fotografías que en algún momento pensé que servirían para algo, tiré a la basura el recorte. En 1988, el profesor de historia del pensamiento económico Carlo Maria Cipolla publicó un pequeño libro llamado Allegro ma non troppo en el que, a caballo entre la explicación científica y la ironía, intenta ofrecer las claves de un aspecto de la naturaleza humana al que -aunque desde Pascal a Zygmunt Bauman, pasando por Montaigne, ha tenido cabida en la filosofía- nunca se le ha atribuido el peso específico que merece. Sí, la estupidez. esa fuerza más enérgica que las grandes corporaciones, más poderosa que los estados más poderosos, más audaz que la más cibernética, preparada y sofisticada de las mafias. El acercamiento de Cipolla es el acercamiento de un científico y empieza por la división de las personas en cuatro categorías. Ha habido incontables maneras de clasificar a los humanos en el mundo; la de Cipolla, desde que la descubrí, siempre me ha parecido tremendamente práctica. La primera categoría es la de las personas inteligentes. las que con sus acciones consiguen beneficios para ellas y para los demás. La segunda es la de las personas malvadas. las que consiguen beneficios para sí mismas y a costa de causar perjuicios a los demás. La tercera pertenece a las personas ingenuas, las que reportan beneficios a las demás a costa de su propio perjuicio (lo admito, pertenezco a esta categoría ¡y no me gusta!). La cuarta es la de las personas estúpidas. las que con sus acciones causan un perjuicio a ellas mismas y a los demás. Del número de personas pertenecientes a esa categoría con respecto a las otras podemos deducir el marasmo planetario en el que estamos sumidos. Si en una sociedad priman más los estúpidos que los malvados o los inteligentes, esa sociedad se puede dar por jodida. El peligro de la persona estúpida es que no tiene conciencia de serlo, por eso se toma a menudo por inteligente, a diferencia del ingenuo, que tiene conciencia de serlo y se lamenta por ello o del malvado que se regocija absolutamente en su propia maldad. La cuarta ley fundamental de la estupidez humana (quizá la más importante del orden de Cipolla) es que los inteligentes, los malvados y los ingenuos cometen un error fundamental y es que siempre subestiman la capacidad de hacer daño de los estúpidos y olvidan constantemente que, en cualquier momento, circunstancia histórica o lugar, tratar con estúpidos supone un costosísimo error. Pensar que se puede sacar provecho de un estúpido es un grave error que pone de manifiesto la incomprensión acerca de la estupidez humana.
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