Borrar
PEQUEÑAS INFAMIAS

Yo exijo

Carmen Posadas

Lunes, 15 de Enero 2018

Tiempo de lectura: 3 min

Hace unas semanas una joven norteamericana, de nombre Mia Merrill, visitó el Museo Metropolitan de Nueva York (Met) y salió espeluznada. Acababa de ver el cuadro de Balthus titulado Teresa soñando, en el que aparece a una niña preadolescente sentada en una silla con una pierna flexionada de tal forma que deja al descubierto su ropa interior. «Exijo –declaró la señora Merrill en las redes sociales– que se retire esta obra de inmediato porque incita a la pedofilia». Acto seguido organizó una recogida de firmas que, en solo tres días, consiguió la adhesión de otras 9000 personas tan indignadas como ella. El Met, que por lo visto ya había vivido un episodio similar años atrás en torno a una exposición de Renoir y que le causó enormes problemas, se alarmó porque, según dijo su director, «desde que se desató el escándalo Weinstein, las sensibilidades femeninas están a flor de piel y hay que ser muy cuidadoso». Ignoro si, a estas alturas, el cuadro en cuestión habrá sido expulsado a las tinieblas exteriores, todo es posible, pero de la noticia me sorprenden dos cosas. La primera es la ignorancia supina que denota. ¿Sería esta la primera vez que los ojos de la señora Mia Merrill tropezaban con la archiconocida obra de Balthus? ¿Nunca antes había estado en un museo? Alguien tendría que alertarla sobre los peligros de visitar este tipo de establecimientos que, por lo general, están llenos de desnudos, de muertes violentas y de todo tipo de horrores políticamente incorrectos. Alguien tendría que alertar también a la señora Merrill de que, si se pone uno a ver obras de arte con ojos de talibán, no se salva de la hoguera ni La Anunciación de Fra Angelico. La segunda cosa que me llama la atención de la noticia tiene que ver con un verbo que de un tiempo a esta parte se conjuga a todas horas y en todas partes. Hoy en día ya nadie solicita, requiere, insta, pide, ruega, sugiere o recomienda, hoy todo se exige. No hay más que abrir el periódico por cualquiera de sus páginas y ver cuáles son las exigencias del día. Los independentistas, por ejemplo, exigen «la liberación inmediata de los presos políticos». Las feministas exigen que se suprima del diccionario y de forma inmediata la expresión 'sexo débil'. Puigdemont exige reunirse con Rajoy en Bruselas o en algún otro lugar de Europa para «dialogar». Recuerdo ahora una campaña del Ayuntamiento de Valencia en la que se denunciaban los juguetes sexistas y exigían que se hiciera inmediatamente algo al respecto. Esta última exigencia era mi favorita e iba acompañada de un texto inspirador: «No tengo descanso», decía un muñeco vestido con ropa de camuflaje. «Me paso las 24 horas del día en estado de alerta. Sé que estoy hecho para la acción, pero sueño con pasar un día cocinando o darme un baño de espuma». «Las chicas también tienen pies. ¿Por qué no me hacen caso?», pregunta por su parte y desolada una pelota. ¿En qué momento pasamos de abogar, de trabajar para convencer o simplemente pedir o solicitar algo al «yo exijo»? Curioso realmente en un tiempo en el que todo el mundo tiene derechos, pero ninguno tiene obligaciones. Sin embargo, lo más notable del caso a mi modo de ver es que lo que se exige es, si se fijan, imposible de conceder. ¿Se dedicará el Metropolitan de ahora en adelante a pintar velos que tapen las partes pudendas de sus cuadros como hizo Pío IV con las figuras de la Capilla Sixtina allá por 1564? ¿Puede la Real Academia hacer por la expresión 'sexo débil' algo más que lo que ya ha hecho un par de semanas atrás: en vez de suprimirla, añadir una entrada que especifique que se usa «con intención despectiva»? ¿Es realista pensar que Rajoy se reunirá con Puigdemont fuera de España porque él así lo exige? En cuanto a la idea de prohibir los juguetes sexistas, casi me da la risa. Tengo cinco nietos. Mis nietas Carmen y Mariana juegan a la pelota tan bien o mejor que su hermano Martín y hasta aquí voy bien con la 'exigencia' del ayuntamiento. Pero no sé por qué me da que, si se me ocurriese meter al superhéroe de Lego de mis nietos Jaime o Luis en un baño de espuma o sugerirles que juguemos con él a las cocinitas, me mirarían como si me hubiera dado un aire. No, ya sé. Siguiendo la tónica general, lo más probable es que me exigieran que dejara de inmediato de decir chorradas. Y tendrían toda la razón las criaturas.