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ANIMALES DE COMPAÑÍA

Posturas unilaterales y falsas

Juan Manuel de Prada

Lunes, 07 de Mayo 2018

Tiempo de lectura: 3 min

En un artículo publicado hace más de setenta años, José María Pemán advertía contra la «postura unilateral y falsa» que algunos españoles mantenían sobre la conquista de América, divinizando a los conquistadores y demonizando a los frailes que se habían dedicado a corregir sus abusos. Escribía Pemán en aquel artículo: «A los conquistadores, geniales como tipos humanos, como valores morales, no hay que divinizarlos, sino entenderlos. (…) Luego, en la práctica ordinaria, muchos de estos hombres se extralimitaban en su oficio y eran crueles o ambiciosos. Bien. ¿Pero no son también españoles los fiscales que los denunciaron? ¿No son también españoles los reyes, arzobispos y jurisconsultos que les dictaron unas normas tan humanísimas para su obra? ¿Por qué hemos de empeñarnos los españoles tradicionalistas en ser nada más que hijos de los Alvarados y Pizarros y no de los Motolinias y Las Casas?». Y resaltaba Pemán que esta actitud tan cerril acababa a la postre beneficiando a los propagadores de la Leyenda Negra, que con tal de «maldecir de nuestros conquistadores y en general de nuestra tradición», se apropiaban de estos «frailecitos y arzobispos gruñones y denunciadores», utilizándolos de forma torticera para llevar el agua a su molino. Resulta, en efecto, del todo grotesco que un personaje como fray Bartolomé de las Casas haya sido convertido en un icono de la propaganda antiespañola, como si su denuncia de los abusos cometidos en América (hiperbólica en algunos aspectos, veracísima en otros) la hubiese realizado para desdoro de la monarquía hispánica. No fue Las Casas un teólogo perseguido, ni un peligroso heterodoxo, ni muchísimo menos un agente al servicio de potencias extranjeras, sino un hombre que gozó de la privanza del emperador Carlos, que siempre prestó oídos a sus demandas y promulgó las Leyes Nuevas de Indias siguiendo sus consejos. Las Casas es, pues, patrimonio de la más pura tradición española, como todos los otros frailes y arzobispos gruñones que denunciaron los excesos de los conquistadores. Que hoy se haya convertido en un icono de la propaganda antiespañola resulta a la vez desquiciado y siniestro. Pero esta apropiación demencial tal vez no se habría producido si los «españoles tradicionalistas» a los que se refería Pemán no hubieran sucumbido a lamentables infiltraciones ideológicas, empeñándose en ser nada más que hijos de los Alvarados y Pizarros. Lamentablemente, cada vez son más los españoles que, desde posiciones pretendidamente patrióticas, se dejan apacentar por «posturas unilaterales y falsas» en todo contrarias a la tradición española. Tales infiltraciones ideológicas se han percibido de forma dolorosa ante la crisis catalana, en la que a toda persona que desee la permanencia de Cataluña en España se la obliga a profesar el constitucionalismo (causa de la crisis que se nos vende como remedio). Y tales infiltraciones ideológicas se perciben también, por ejemplo, en la posición también contraria a la tradición española que muchos españoles mantienen frente a los musulmanes. No hay más que leer la cervantina Historia del Cautivo (capítulos XXXIX-XLI del Quijote) para darnos cuenta de que en el español tradicional conviven el rechazo a la fe musulmana con un finísimo discernimiento que le permite distinguir a los moros que pueden ser sus aliados, o simplemente a los moros que defienden causas justas y merecen ser ayudados. Un discernimiento que, desde luego, muestra admirablemente Cervantes (pese a haber padecido cautiverio en Argel); y que también mostraron muchos grandes personajes de nuestra tradición heroica, empezando por Rodrigo Díaz de Vivar. Hoy esta actitud netamente tradicional ha sido sustituida por una burda islamofobia alentada por neocones sin ideales religiosos (o, todavía peor, con ideales religiosos pintureros e impostados) que azuzan el rechazo étnico más atroz, a la vez que oscurecen el discernimiento que al español tradicional le permitía distinguir a los moros aliados, o simplemente a los moros que defienden causas justas y merecen ser ayudados. Y así, los españoles infiltrados ideológicamente pueden aplaudir cualquier atropello contra los palestinos en la franja de Gaza, a la vez que se tragan sin rechistar que España venda buques de guerra a Arabia Saudita. Del mismo modo que quienes demonizaban a los frailes gruñones de la conquista de América estaban favoreciendo a los promotores de la Leyenda Negra, quienes muerden el anzuelo de la islamofobia neocón están siendo utilizados en causas espurias y sirviendo a amos extranjeros. Aunque quienes los infiltran ideológicamente se envuelvan en la bandera de España

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