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PEQUEÑAS INFAMIAS

¿Qué hacen con ellos, los fumigan?

Carmen Posadas

Lunes, 09 de Julio 2018

Tiempo de lectura: 3 min

Me chifla Robert de Niro. Me enamoré de él en El Padrino y me sigue gustando ahora que está gordo y desprolijo sin haber sucumbido a los cantos de sirena de la cirugía plástica, como tantos de sus colegas. Por eso me interesó ver hace poco una comedia sin pretensiones que protagoniza junto con Anne Hathaway. Su personaje, el señor Ben Whittaker, es un jubilado de setenta años que desea volver al mundo laboral. Como por supuesto no lo contratan en ninguna parte, opta por aceptar empleo como becario en una empresa de ropa femenina de la que es propietaria Jules Ostin, el personaje que interpreta Anne Hathaway. Empieza sirviendo cafés a todos los jovencitos (bastante impertinentes, por cierto) que son sus jefes y, con tanta inteligencia como tacto y humor, logra que poco a poco empiecen a valorar una virtud que hoy en día se ha convertido casi en una maldición: la experiencia. Me acordé de esta comedia el otro día cuando me invitaron a dar una charla «inspiracional», así las llaman ahora, en una gran y famosa multinacional. No sé si logré inspirar en algo a todas esas personas que tan amablemente me escucharon, pero lo que sí les aseguro es que salí de ahí si no más inspirada desde luego mucho más pensativa. Pensativa y también un poco aterrada, la verdad, porque mientras daba mi charla me sorprendió observar que entre el público (que estaba formado tanto por los mandos altos como intermedios de la firma) no había ni una sola persona mayor de cuarenta y pocos años. Terminada la conferencia pregunté cuál era la razón y me dijeron que ya hace mucho que esa empresa ha hecho un gran esfuerzo por rejuvenecer la plantilla, que tiene una media de edad de las más bajas del sector, y que un porcentaje altísimo de millennials ya están en puestos directivos. Nunca he sabido qué es exactamente un millennial, pero ese día me enteré de que se considera como tales a todos aquellos que en el 2000 tenían alrededor de veinte años. «En esta empresa no hay nadie mayor de cuarenta y cinco o cincuenta años», me aseguraron con orgullo y yo, por supuesto, no les hice la pregunta políticamente incorrecta que me zumbaba todo el rato en la cabeza, esta: ¿y qué hacen con ellos, los fumigan? En vez de eso, comenté educadamente: «Ah, qué interesante, ¿y qué ventaja tiene emplear a gente tan joven?». Me miraron como nos miran los jóvenes a nosotros, los viejos, con amable (o a veces no tan amable) condescendencia y me explicaron que así se gana en flexibilidad. «La gente mayor es poco de cambiar, se apoltrona, no aprende cosas nuevas, no es flexible ante los cambios. Un joven, en cambio, está abierto a todo, despierto a todo, dispuesto a todo». Por supuesto, tampoco caí en la imperdonable descortesía de preguntar: ¿dispuesto, por tanto, a cobrar la quinta parte y trabajar el doble sin cobrar horas extras? En lugar de eso me interesé por saber qué pasaba con la gente mayor y me dijeron que poco a poco ellos mismos se iban sintiendo incómodos al ir quedándose fuera de juego y buscaban otro empleo. «O mejor dicho, autoempleo», me dijeron, así pueden sacarle algo de partido a su experiencia. Y yo me pregunto: ¿la juventud es un valor tan inapelable que a los cincuenta años eres ya un trasto inservible, un estorbo poco «flexible», un Ya Fue? ¿No hay trabajos en los que se valore la experiencia o, simplemente, en la máquina de triturar carne en la que se ha convertido nuestra sociedad entre experiencia y un sueldo bajo siempre es preferible lo segundo? Y por último está la pregunta que más me asombra. ¿No se dará cuenta ese jefe treintañero que tan orgulloso está de sus galones que en una docena de años el trasto viejo, el Ya Fue, será él? En la película El becario hizo falta que ocurriera uno de esos cataclismos que a veces ocurren en empresas para que Anne Hathaway cayera en la cuenta de que la experiencia tiene respuestas que la bisoñez ignora, simplemente por su propia esencia. En el desenlace El becario, jóvenes y viejos descubren lo mucho que se necesitaban mutuamente y todos felices. Lástima que estas cosas ya solo pasen en las pelis de Hollywood.