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MI HERMOSA LAVANDERÍA

Cumpleaños en abril

Isabel Coixet

Martes, 23 de Abril 2019

Tiempo de lectura: 2 min

De pequeña, los cumpleaños me producían una ansiedad tremenda: desde por la mañana, esperaba que algo importante fuera a ocurrir, algún acontecimiento extraordinario que me hiciera sentir distinta del día anterior. Como si la barrera entre los siete y los ocho años estuviera en algún lugar físico del universo y yo, tras cruzarla, fuera a emerger diferente, más erguida, menos confusa, mayor. Y entonces, cuando eso no pasaba, o al menos yo no lo percibía, ni siquiera después de soplar las velas del pastel, mi desencanto era total. Cruzar la barrera de los veinte no hizo que los días de cumpleaños fueran mejores. El sentirme 'demasiado vieja para morir joven' ya a los veinticinco fue un sentimiento que ya no me abandonó. Esperando, siempre esperando: un cambio tangible, una mente más ordenada y menos dispersa, alguna certeza fundamental que sustentara esa frágil estructura temporal que es la vida humana. Pasados los treinta, opté por celebrar ruidosamente los aniversarios, como si las oportunidades para ello fueran a acabarse en cualquier momento. Esa década fue divertida, como si intentara compensar la infantil angustia existencial de los veinte. Recuerdo cenas caóticas con bastante gente, yo que era –soy– alérgica a los grandes grupos. Recuerdo una sensación difusa de querer recuperar un tiempo perdido, conciertos, salidas, viajes relámpago, largos viajes iniciáticos. Recuerdo un caos vibrante a cada año que pasaba: ya no esperaba que el cumpleaños me trajera una revelación o un cambio, ya era mucho más consciente de que la vida es corta y una vela simbólica en una tarta –cuanto más sabrosa, mejor– es suficiente para evocar el fugaz paso del tiempo. Siempre envidié a la gente a la que le preparan fiestas sorpresa: eliminan del todo ese momento fatídico de la decisión de celebrar el cumpleaños, otros lo hacen por ti, otros deciden. Estas décadas postreras, confieso que a veces se me pasaba (o quizás me ocultaba a mí misma) que mi cumpleaños se acercaba. Buscaba cualquier excusa para no celebrarlo o posponer su celebración o decirme que el año que viene, sí, el año que viene iba a ser el año de la gran celebración, del banquete pantagruélico que acabará con todos los banquetes, de la fiesta total, de los fuegos artificiales. Pasan los años y miro el calendario con estupor creciente. Ahora ya no hay escapatoria, los periódicos publican mi fecha de nacimiento y tengo que mirarla mucho rato para que me entre en la cabeza que esa mujer que podría ser mi abuela es la misma que duda entre un pastel de chocolate y uno de queso, entre invitar a tres amigos o a una multitud, entre decidirse a asumir que la edad que dicen los periódicos que tiene es la que tiene de verdad. Feliz cumpleaños a todos los que nacimos en abril, en el fondo no somos mala gente.