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MI HERMOSA LAVANDERÍA

Milagros

Isabel Coixet

Martes, 11 de Junio 2019

Tiempo de lectura: 2 min

Hay una secuencia en La dolce vita, de Federico Fellini que, desde que vi la película, se me quedó grabada. No es la única, por supuesto, porque la película, como todo el cine de los grandes, guarda siempre sorpresas y rincones inexplorados que sólo se perciben después de verla repetidas veces. Ésta hace referencia al momento en que Guido, el desencantado reportero, va con su novia a cubrir la información de un milagro en las afueras de Roma. Unos niños afirman haber visto a la Virgen y, rodeados de un grotesco cortejo, empiezan a señalar diversos lugares donde supuestamente se les aparece mientras la gente, los periodistas, la familia y los enfermos con sus cuidadores corren como gallinas sin cabeza intentando acercarse a algo que, obviamente, no está allí. Estas imágenes estremecedoras son una buena representación de muchos momentos de nuestras vidas y también de tantos y tantos momentos de la vida de la humanidad. Corremos de acá para allá intentando acercarnos a algo que potencialmente curará nuestros males y será la solución definitiva para todos nuestros problemas, aunque la lógica y el sentido común nos indican lo contrario. Seguimos a líderes con discursos sin sentido que, a su vez, van dando tumbos y giros completamente aleatorios porque no tienen la menor idea de lo que están haciendo. Votamos a los que creemos menos dañinos y terminan haciendo el mismo daño que los que creíamos salidos del averno. Dejamos nuestro dinero en manos de la banca, cuyo rescate con el dinero de nuestros impuestos parece ya un hecho consumado y olvidado en la noche de los tiempos. Escuchamos que la economía americana va viento en popa, a pesar de que su presidente es un bufón mentiroso que se presentó candidato para subir la audiencia de su programa de televisión y que ni siquiera disfruta ocupando el despacho oval. Y este hombre ignominioso, probablemente el menos capacitado de la historia para este cargo, será reelegido, a menos que se le atragante la bolsa gigante de Doritos que consume diariamente. Cuando estoy en pleno rodaje de un proyecto, hay un momento mágico en el que todo parece encajar y sientes que la cámara capta algo intangible, una corriente de amor que tiene que ver con la química y hasta con la metafísica. Minutos más tarde, me doy cuenta de que era un espejismo y de que tengo que seguir intentando plasmar algo que quizá es inalcanzable: la realidad en todas sus capas, compleja, inasible, complicada, rica, dura. Yo también corro de acá para allá hacia todas las direcciones donde creo que se aparecerá la Virgen o la verdad o lo absoluto o vaya usted a saber. Y me esfuerzo y sudo y me canso y me extenúo y sigo en pos de una quimera que no sé si existe o, de existir, si la alcanzaré. Queremos creer en los milagros. Y el único milagro de verdad es que, a pesar de todo, estamos vivos y hay mañanas que huelen a promesa, a hierba recién cortada y a esperanza.