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ANIMALES DE COMPAÑÍA

Un keynesianismo demente

Juan Manuel de Prada

Lunes, 25 de Mayo 2020

Tiempo de lectura: 3 min

Siempre me han producido gran desasosiego las declaraciones de políticos que, acogiéndose a un sedicente ‘keynesianismo’, abogan por repartir subsidios entre la población. Que, por supuesto, se logran mediante la exacción pura y dura, que acaba generando el estrangulamiento y posterior colapso de la economía. Es la senda que ha iniciado la patulea que nos gobierna, con delirios como la ‘renta mínima universal’, pieza fundamental en el plan que las élites globalistas han diseñado para destruir las economías nacionales e instaurar un reinado plutocrático hegemónico, en el que esa renta mínima (amenizada por un supermercado de derechos de bragueta) servirá para mantener en un estado de ‘pobreza controlada’ a las ingentes masas de trabajadores condenadas a un paro estructural, tras la destrucción del tejido productivo nacional. Pero el keynesianismo no consiste en repartir ‘rentas mínimas’ ni subsidios semejantes que, aparte de condenar a una parte de la población a una existencia sórdida con la golosina de la ociosidad (que acaba convirtiendo a los hombres en alimañas), infla la deuda pública hasta extremos paroxísticos. Las doctrinas económicas keynesianas se caracterizan por conceder al Estado el papel rector de la economía, para así aumentar la demanda. A quienes afirmamos que la economía debe fundarse sobre el principio de subsidiariedad (en el que el Estado sólo asume aquellas funciones orientadas al bien común que la comunidad organizada en cuerpos intermedios no puede asumir), las doctrinas keynesianas nos despiertan graves reticencias; pero es indudable que en circunstancias como la presente, azotados por una plaga que ha destruido muchas iniciativas sociales, corresponde al Estado asumir temporalmente ese papel rector. Que no consiste meramente en repartir subsidios y aumentar impuestos. Habría que empezar señalando, antes de denunciar este keynesianismo hemipléjico y demente, que las doctrinas de Keynes presuponen un Estado con soberanía monetaria y financiera; pues, de lo contrario, sus medidas de reactivación económica siempre estarán al albur de especuladores foráneos. Un plan económico keynesiano sin soberanía monetaria y financiera es tanto como una casa sin cimientos. Pero, prescindiendo de este ‘pequeño detalle’, hay que añadir que la vía principal para que el Estado pueda estimular la demanda en situaciones de crisis no es el aumento de la presión fiscal o el reparto de subsidios, sino la reactivación de la economía productiva. Para lo cual el Estado debe promover una industria pujante que reniegue de ‘reconversiones’ y ‘deslocalizaciones’ impuestas por burócratas al servicio de la plutocracia; e impulsar una nueva agricultura que sea fuente de riqueza colectiva. Así, el gasto estatal se convierte en auténtica inversión que genera empleo; y, al generar empleo, reactiva la demanda, que puede abastecerse gracias a una economía regulada y solidaria que proteja a las personas frente a las irracionalidades del mercado. Un plan auténticamente keynesiano empezaría, por ejemplo, por fundar empresas públicas que restauren el arrasado tejido industrial nacional, de tal manera que –por ejemplo– en España se puedan producir respiradores artificiales para nuestros enfermos de coronavirus y trajes profilácticos para nuestros médicos y asistentes sanitarios, sin someternos al chantaje de un mercado especulativo y caníbal que vende respiradores averiados o mascarillas de pega. Ante una crisis de demanda, más allá de que lo primero (en el orden temporal) sea socorrer a quien se ha quedado sin trabajo, lo prioritario es generar demanda, mediante empresas públicas rentables que devuelvan a una sociedad desmoralizada por la plaga (pero previamente sobornada por morfinas indignas) el amor al trabajo bien hecho y la fuerza moral para embarcarse en inversiones privadas orientadas al bien común. ¡Qué gran oportunidad se le presenta al Estado para generar una auténtica economía social! Pero la perderán. Porque profesan el keynesianismo demente que subsidia y ordeña tributariamente y que sólo sirve para acelerar el estrangulamiento de la economía nacional, que es lo que la plutocracia espera de sus obedientes caniches. ¿Y saben por qué nuestros gobernantes practican este keynesianismo hemipléjico y demente? Porque son gentes que, en su inmensa mayoría, no han trabajado nunca, sino que han vivido siempre del subsidio y la subvención. ¿Qué son, a fin de cuentas, los partidos políticos, sino oligarquías subsidiadas? Nadie puede dar lo que no tiene. Y quien siempre ha llevado la vida de un parásito sólo puede concebir una sociedad parasitaria.

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