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MI HERMOSA LAVANDERÍA

Gente como yo

Isabel Coixet

Martes, 28 de Julio 2020

Tiempo de lectura: 2 min

Das una patada y te salen manifiestos hasta debajo de las piedras. Incluso manifiestos en apoyo de otros manifiestos, que es ya el acabose. Esta semana debe de ser que la gente ya está en la playa, porque sólo me han pedido la adhesión a cinco causas, no como la semana pasada que fueron más de quince. No niego que la mayoría, salvo vergonzosas excepciones, son causas con sentido. El último que he firmado, y me he jurado que va a ser el último pero de verdad, era para la conservación de la cultura europea. Vamos a ver, me dije: ¿cómo te vas a negar a firmar eso?, ¿qué pasa?, ¿que estás a favor de destruir la cultura europea? Pero adhiriéndome a él tuve la sensación de que eran un puñado de buenas y juiciosas palabras pidiendo cosas en las que realmente creo que iban a ser descartadas y desoídas en el mismo momento en que éste se publicara.

Creo honestamente que esta proliferación de manifiestos hace un flaco favor a las causas a las que intentan servir: yo creo que la gente ya lee un titular encabezado por cosas como «prestigiosos artistas/ pensadores/intelectuales/actores... firman un manifiesto para pedir...» y el bostezo se puede oír hasta en Madagascar y más allá. Me encantaría equivocarme, pero no es eso lo que percibo. Hay una necesidad salvaje de posicionarse, de opinar, de condenar a los que no piensan como tú, de no distinguir entre respetar una cosa y decir simplemente que no te gusta, que son cosas perfectamente compatibles. Yo confieso que le tengo una manía injustificable al color marrón, al bacalao, a las acelgas y a la voz de Bono. Pero eso no me da derecho a condenar a los que les gustan las acelgas, Bono, el marrón y el bacalao. Ni me da derecho tampoco a construir una teoría cuyo enunciado insista en que Bono, las acelgas, el bacalao y el color marrón son perjudiciales para la salud de la humanidad y deberían ser abolidos de la faz de la Tierra. Simplemente, les tengo manía y ya. Cada vez más a menudo veo que las manías personales, que todos, hasta el más zen, tenemos, están en la base de muchos discursos. Y a partir de ahí se construyen teorías presuntamente académicas. Prefiero mil veces el «no me gusta» a vacuos párrafos enteros que intentan respaldar el «no me gusta» con palabrería obtusa.

Vamos a hachazo limpio contra cualquier intento de matizar las cosas, los argumentos. Y la existencia, sin matices, sin claroscuros, sin grises, sin ser poliédrica es muy difícil de definir y de vivir. Tenemos, en numerosas ocasiones, sensaciones, opiniones, ideas contradictorias que se simultanean en el cerebro. Todos los intentos de resumir esas ideas, de reducirlas a un sí o un no, acaban irremediablemente en la confrontación y en un callejón sin salida.

Yo estaría dispuesta a comer acelgas con bacalao, vestida de marrón y escuchando a Bono si mi acción fuera a servir para tender algún puente hacia aquellos que piensan exactamente lo opuesto a mí. Pero sé bien que me lo puedo ahorrar. A los que están en el «o conmigo o contra mí» lo único que les interesa es encontrar paredones diáfanos para fusilar a gente como yo.