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PEQUEÑAS INFAMIAS

La sombra de Edmundo Dantés

Carmen Posadas

Lunes, 28 de Septiembre 2020

Tiempo de lectura: 3 min

Hace unos años conocí a un famoso guionista de telenovelas que me contó cómo se había hecho multimillonario contando sólo dos historias. «No fallan –me dijo– y se pueden replicar todas las veces que uno quiera. Basta con cambiar la edad de los protagonistas, su profesión, su aspecto físico y su nacionalidad, y éxito asegurado». «¿Y qué arquetipos son esos? –pregunté asombrada–. ¿Alguno de los que recoge la tragedia griega quizá?». «Más sencillo que todo eso –me respondió él–. Las dos historias que funcionan siempre son La Cenicienta y El conde de Montecristo». Le contesté que comprendía bien la fascinación por La Cenicienta. Al fin y al cabo, las andanzas de una chica muy pobre (o chico, seamos políticamente correctos) que logra enamorar a un príncipe o a una princesa está en el imaginario de todos. Pretty Woman, Betty la Fea y casi todas las heroínas de Jane Austen no son más que el cuento de Perrault reinventado con mínimas variantes. «En cambio –argumenté a mi amigo guionista–, me cuesta más comprender el atractivo de El conde de Montecristo: al fin y al cabo, Edmundo Dantés no es más que un rencoroso que busca vengarse». «¿Hace cuánto que no la lees?», preguntó él, y ahí no tuve más remedio que confesar que sólo la había leído cuando tenía diez años en una versión infantil. Este verano, en cambio, decidí leer la novela completa y ahora ya entiendo por qué su historia es imbatible. Puede parecer que las aventuras de Edmundo Dantés sean una apología de la venganza, la revancha de un hombre que, después de que le quitan todo lo que más ama, logra hacerse con una descomunal fortuna y vuelve para ajustar cuentas con sus enemigos. Pero esa es una interpretación demasiado simple. El irresistible atractivo de esta historia es que conecta con el deseo que todos  tenemos de poner orden en un mundo en el que, según vemos todos los días, los malos ganan mientras que a los buenos les llueven las desgracias. Por eso, si La Cenicienta se ha replicado en cientos de otras historias, El conde de Montecristo se ha reencarnado en muchas más. Desde Ben-Hur hasta Harry el sucio, pasando por El Zorro o incluso El gran Gatsby, tras todos ellos se adivina la sombra de Edmundo Dantés dedicado a hacer el bien, a veces por métodos no del todo ortodoxos, pero muy eficaces. Se calcula que la propia novela de Alejandro Dumas ha sido llevada a la gran pantalla nada menos que treinta veces, eso sin contar las innumerables reinvenciones del personaje de Dantés en esos culebrones que han hecho multimillonario a mi amigo guionista. Cuento todo esto porque El conde de Montecristo ha sido uno de los clásicos más leídos en Europa durante el confinamiento. La explicación que se ha dado a tal fenómeno es que muchos se han sentido identificados con alguien que, forzado a pasar mucho tiempo en un espacio minúsculo, decide aprovechar el parón involuntario para cultivarse y reinventarse. Pero yo pienso que la razón tiene más que ver con las mismas particularidades que han hecho de esta una historia imbatible. Ahora que da la impresión de que en el mundo reina el disparate. Ahora que parece que todas las normas, leyes y líneas rojas que con tanto tiempo y esfuerzo hemos acordado no son más que papel mojado. Ahora que los tipos menos recomendables campan a sus anchas y en muchos casos, y para colmo, convertidos en mandatarios de países claves, ¿a quién no le gustaría convertirse en «agente de la Providencia» (así se autodenomina Dantés en la novela) y permitirse el lujazo de poner a cada uno en su sitio? En otras palabras, enmendarle la plana a la vida y hacer que se parezca más a lo que debería ser y no a lo que es. Lástima que tan útil personaje pertenezca al mundo de la ficción y que la vida real vaya por otro lado. Pero, aun así, yo, al ver el renovado interés por la novela, quiero quedarme con una frase que le dice el abate Faria a Dantés al revelarle la ubicación del inmenso tesoro que le permitirá convertirse en el conde de Montecristo. «Recuerda que la luz de la inteligencia y el ingenio resplandece aún con más fuerza en las noches oscuras».