Aunque parezca mentira, nuestro escultor más importante en el mundo todavía no ha sido reconocido a lo grande en España. «Mi obra aquí no acaba de cuajar», dice. Ahora, por fin, y a los 63 años, el catalán Jaume Plensa va a protagonizar dos grandes exposiciones, en Madrid y Barcelona. Por María de la Peña/ Fotografía: Carlos Luján

Jaume Plensa (Barcelona, 1955) está en capilla. En una semana inaugura por primera vez una exposición en el Palacio de Cristal –perteneciente al Museo Reina Sofía– y el 1 de diciembre, una retrospectiva en el Macba de Barcelona. Este escultor lleva cuatro décadas triunfando en todo el mundo, pero los dos grandes templos del arte contemporáneo en nuestro país no le habían puesto fácil exponer su obra: «Quizá les ha costado más tiempo entenderme», admite.

«Los másteres son una tontería. La vida es el máster. El mundo está lleno de profesores y tienes que estar alerta y poroso para reconocerlos»

La espera ha merecido la pena porque viene acompañada de otros reconocimientos. La Universidad de Barcelona lo acaba de investir doctor honoris causa –«me hace mucha ilusión porque yo no he estudiado nada»– y a partir del 20 de diciembre expondrá su pieza más importante en un espacio público: Julia, de doce metros de altura, en la plaza de Colón de la capital. No se puede pedir más. Es el gran momento de este artista hecho a sí mismo, que se dio a conocer internacionalmente con el hierro fundido, comprando material en chatarreros y educándose lejos de las aulas. «La vida es el máster», afirma convencido.

Nos recibe en su estudio, una nave cerca del aeropuerto de Barcelona. Camina sorteando grúas mientras sus cabezas de ojos cerrados permanecen ajenas al cansino ruido de las radiales. Estos días está especialmente contento y nervioso. «Cuando expones fuera, tienes menos presión que cuando lo haces en tu casa», reconoce.

Jaume Plensa escultor 2

XLSemanal. El reconocimiento en España le ha llegado con bastante retraso. Y eso que no ha parado de cosechar éxitos desde los años ochenta, principalmente en Estados Unidos y Japón. ¿A qué cree que se debe?

Jaume Plensa. Las cosas llegan cuando han de llegar. Veo estas dos exposiciones como una oportunidad para dar a entender bien mi obra, que aquí se ha conocido mal o ni siquiera se ha conocido. Lo siento como algo de una enorme responsabilidad y como un reencuentro. He vivido un mundo artístico paralelo a las corrientes de la época. Y a lo mejor por esto aquí mi obra no ha acabado de cuajar.

XL. ¿Lo han entendido mejor fuera?

J.P. Me han entendido mejor en el mundo anglosajón. Quizá sea por su capacidad de diálogo. En España estás conmigo o contra mí. También me gusta mucho el mundo interior de los japoneses. Y, además, trabajas donde te llaman.

«Cuando viajo, en el control de pasaportes digo que soy arquitecto. Cuando decía que era artista, acababa en comisaría. Al arquitecto, el politico lo respeta»

XL. Tampoco usted lo ha puesto fácil para que lo conozcan mejor en España.

J.P. Supongo. No hago ninguna vida social. Para mí, Barcelona es mi taller, mi reducto, donde me gusta estar aislado. Soy muy ermitaño y pienso que en la vida hay que resguardarse.

XL. En cambio, en el extranjero es una celebridad.

J.P. Hace poco, estando en el Camp Nou, un señor me reconoció. Era de Chicago y me dijo estar emocionado con mi pieza The crown fountain. Quiso hacerse una foto conmigo para enseñársela a su mujer. Me hizo ilusión.

Jaume Plensa escultor the crown fountain

XL. Su despegue internacional se debe en parte al apoyo de grandes coleccionistas. Por ejemplo, Isak Andic (dueño de Mango).

J.P. Isak compró obras en momentos en los que necesitaba apoyo y se ha convertido en un amigo. Pero es verdad que siempre he tenido la suerte de encontrar personas que me han permitido hacer mi obra. Otro es el gran coleccionista Raymond Nasher, en Dallas, que me ayudó mucho en mis comienzos; y Paul Allen, fundador de Microsoft, que se acaba de morir.

XL. Son como business angels en el mundo del arte.

J.P. Sí, yo los llamo ‘ángeles’ porque te protegen con sus alas. El artista es un personaje muy frágil. Que alguien te dé la mano, que te ayude, no tiene precio.

Jaume Plensa escultor mujer

Plensa con su mujer, Laura en un cóctel en Nueva Yorkm, en 2007. «Si me preguntan dónde vivir el resto de mi vida, siempre diré: donde viva Laura»

XL. ¿Quién es la primera persona que le dio la mano?

J.P. Laura, mi mujer, por supuesto. Ha sido mi gran suerte. Cuando me preguntan dónde viviría, respondo que donde viva Laura. Ha sido mi país y mi territorio. He tenido una vida extraordinaria no por lo que he vivido, sino por lo que he compartido con ella.

XL. Las dos exposiciones llegan al mismo tiempo que la oportunidad que le han dado el Ayuntamiento de Madrid y la Fundación María Cristina Masaveu de exponer durante un año una de sus gigantescas cabezas en la plaza de Colón.

J.P. Estoy muy emocionado. Soy el primero en exponer en ese espacio. La gente hace propias mis esculturas. Se sienten recompensados porque estás poniendo belleza en su vida cotidiana. Algo hipernecesario. El político ha entendido muy bien la relación con el arquitecto y muy mal con el artista.

XL. ¿Les da miedo el artista?

J.P. Sí. España tiene un déficit ancestral de muchas cosas y en concreto de no entender la gran capacidad que tiene el arte para cohesionar a una sociedad, para darle un valor añadido.

«Los independentistas quieren autogestionarse. No hay motivos de raza ni de independencia detrás. Es un tema de poder. No hay más»

XL. ¿Qué estado de ánimo cree que tiene la sociedad?

J.P. Es un momento muy complejo. Como mediterráneo que soy, el Mediterráneo parece más un cementerio que un mar. Por eso insisto en que es muy importante crear belleza, en contraste con tanto dolor y sufrimiento.

XL. Sus obras con letras, de distintos alfabetos, reivindican la unión dentro de la diversidad. ¿Cómo se protege frente al procès, que busca lo contrario?

J.P. Prefiero no hablar de esto.

XL. ¿Por qué? ¿Le produce tristeza?

J.P. Se habla demasiado y cualquier cosa que dices se utiliza mal. Desde que soy niño he vivido el malentendido entre Madrid y Barcelona. Yo estoy feliz en las dos ciudades. Vuelvo a insistir en que la diversidad nos enriquece. Que cada uno lo lea como quiera.

Jaume Plensa escultor

El polifacético barcelonés -además de crear esculturas, ha creado escenarios de ópera, videoproyecciones instalaciones acústicas -posa en su estudio para XLSemanal.

XL. ¿Qué cree que persiguen los que quieren independizarse?

J.P. Quieren autogestionarse. No hay motivos de raza ni de independencia detrás. Esto ha nacido para crear malestar. El político muchas veces no actúa para unir, sino para separar, desgraciadamente. Es un tema de poder. No hay más. Las campañas electorales asustan. Me da miedo que la forma de hablar de nuestros políticos eduque a nuestros hijos. Es un momento muy mediocre y muy peligroso porque están incendiando situaciones. No pensaba vivir algo así a mi edad.

XL. Y entre toda esta situación decepcionante están los artistas…

J.P. Tampoco lo tenían más fácil Leonardo o Cellini cuando trabajaban con los Sforza o los Medici. Yo creo que el creador siempre ha tenido que forzar la máquina a tope para intentar humanizar y trascender a su época. Tengo que pensar así porque el político no me ayuda en nada.

XL. ¿Cuál cree que es la imagen del artista frente a la sociedad?

J.P. Cuando viajo al extranjero y paso el control de pasaportes, normalmente digo que soy arquitecto. Cuando decía que era artista, acababa en la comisaría. Al arquitecto lo respetan. Define muy bien la situación del artista, también frente al mundo político. Es una persona de la que desconfían. Es triste decirlo, pero es así.

«Ahora hay más museos que artistas. El turismo se ha comido las ciudades, y el político ha necesitado museos que inaugurar»

XL. ¿Pero cree que la escultura puede educar o tener una función en estos tiempos convulsos?

J.P. Hay una crisis de valores porque nos han transformado las formas de comunicarnos y de mandar mensajes. Se ha malentendido la rapidez como valor, que está muy bien para comunicar, pero también se ha perdido la reflexión. Es el gran triunfo del comunicador, aunque no tenga mensaje. Y sí, es un momento en el que la escultura puede ayudar mucho a esa reflexión.

XL. ¿Entonces la escultura pasa por buenos momentos?

J.P. No estoy demasiado al tanto de nada porque salgo poco. Pero yo creo mucho en la escultura, de la misma forma en que creo mucho en el grabado o en el dibujo, que es la base de mi trabajo. Pero a veces parece como si fueran algo obsoleto. El Premio Velázquez es el que más satisfacción me ha dado porque lo consideré como un premio a la escultura, no a mí.

XL. Usted no estudió una carrera y, sin embargo, ha llegado mucho más lejos que muchos que acumulan títulos.

J.P. Lo bonito de la formación es que es un work in progress que siempre está ahí. Pero depende de ti. Hay gente que está obsesionada en decir que tiene másteres y es una tontería. La vida es el máster. Me ha educado mucho el contacto con la gente. El mundo está lleno de profesores y tienes que estar alerta y poroso para reconocerlos.

XL. ¿Qué buscaba cuando se fue a Berlín con 20 años?

J.P. Buscaba una espiritualidad, algo que se ha perdido hoy en día. Es de lo que he estado siempre hablando en mi obra. También estaba enamorado de la música alemana, de Mahler, Bach… Y pensé que era el sitio para entender mis orígenes porque la música ha formado siempre parte de mi vida. Mi padre era comercial y, al llegar a casa, o leía o tocaba el piano, y mi madre siempre estaba cantando. Se conocieron con 14 años en la escuela de música.

XL. En su formación están más presentes los poetas y músicos que los artistas.

J.P. Sí y la cultura visual, que gracias a mi padre ha sido la del texto. Íbamos juntos al mercado de San Antonio, donde los domingos venden libros de segunda mano. Me fascinaban las portadas de los libros de arte etrusco, sumerio o egipcio. Tenía un gran magnetismo con la belleza. También me han formado los museos.

XL. ¿El Museo del Prado?

J.P. Es uno de ellos. Es como visitar la casa de tus abuelos. Ahí están el poso y la memoria. Siento que es la casa del artista. Aparte del Prado me ha marcado el Museo de Arte Románico de Barcelona. Pero la palabra ‘museo’ se ha utilizado mal interesadamente. Ahora hay más museos que artistas. El turismo se ha comido las ciudades, pero también el político ha necesitado museos que inaugurar. Hay un hiperconsumo de muchas cosas.

XL. ¿Cómo descubre que quiere ser artista?

J.P. Ha sido inevitable, y eso que he intentado no serlo. De pequeño quería ser médico porque me fascinaba el cuerpo humano. Y más tarde me di cuenta de que quería pintar, pero me duró poco porque soy una persona muy táctil. Muchas veces digo que tengo los ojos en los dedos. Realmente decidí dedicarme a la escultura con 28 años en Berlín. He empezado muy tarde.

XL. Antes de irse a Berlín expuso en Arco.

J.P. Sí, unas piezas pequeñas hechas a martillo y forja muy primitivas. Recuerdo ver a Eduardo Chillida entrar en el stand y preguntar por mis esculturas. Me temblaba todo. Se me acercó y me recomendó que me mantuviese en esa pureza.

XL. Después vivió en Bruselas y en París antes de volver a Barcelona.

J.P. Aún conservo la casa de París porque allí sigue viviendo uno de mis tres hijos. Es cocinero.

Jaume Plensa escultor obra

Cuerpo de conocimiento, de 2010, en el campus de la Universidad Johann Wolfgang Goethe en Frankfut, Alemania

XL. ¿Sigue siendo un viajero incasable?

J.P. Sí, me siento extranjero allá donde voy, que para mí significa sentirme como en casa. En realidad somos todos muy parecidos y todo lo que nos separa son detalles. Además, no soporto la rutina.

XL. Dicen algunos de sus admiradores que sus esculturas dan paz. ¿La busca?

J.P. No, busco una introspección, que mi obra sea como un espejo para el espectador; que viendo mi obra cierre los ojos y se mire. Quiero que mi obra mande un mensaje positivo al mundo, de esperanza. Tengo esa voluntad obsesiva. Busco ese lugar al que siempre puedas volver.

XL. ¿Hay algo de Giacometti en sus esculturas?

J.P. Giacometti, el Greco, Modigliani y yo llegamos a conclusiones similares y vuelvo a la espiritualidad. Cuando alargas la figura, pierde materia, peso, y la conviertes en una llama que te obliga a mirar hacia arriba. Son figuras no solo alargadas, sino comprimidas.

«Busco la introspección, que mi obra sea como un espejo, que el espectador cierre los ojos y se vea»

XL. Esa introspección está también en sus cabezas de niñas con los ojos cerrados. ¿Qué tienen que ver con el sueño? Por cierto, ¿usted duerme bien?

J.P. Duermo muy poco; cuatro horas. El resto del tiempo estoy despierto en la cama pensando, porque pensar es una maravilla. Mis retratos con los ojos cerrados no tienen que ver con el dormir, son un canto a la ensoñación, porque el sueño es un mundo paralelo a la vida imprescindible. Hay que cuidarlo mucho. Me da mucha envidia la gente que recuerda sus sueños porque yo no. Shakespeare decía que el sueño es el bálsamo de la vida.

Jaume Plensa escultor obra

La obra Mirar en mis sueños, en la playa de Botafogo en Río de Janeiro

XL. Es una reivindicación del mundo interior frente a tanto ruido externo.

J.P. Sí. Ya no sabemos si decimos lo que estamos pensando o simplemente es un eco de tantos mensajes que nos bombardean constantemente. Lo importante es tu mundo interior. Ocultamos tanta belleza dentro de nosotros; por cultura o educación no lo sacamos fuera y perdemos una información privilegiada que podríamos compartir con otros.

XL. Y ¿cómo afronta el futuro?

J.P. Einstein decía: «¿Para qué preocuparte del futuro si llega tan pronto?».

XL. Su éxito es imparable. A las exposiciones de Madrid y Barcelona hay que sumarles el grueso de su trabajo, que sigue estando fuera de España.

J.P. Tan solo un diez por ciento de mi obra pertenece al mercado nacional. Ahora estoy haciendo un gran proyecto en Míchigan que será una pasada; otro en Nueva York, once esferas inmensas de textos; y en Los Ángeles.

XL. ¿Cómo logra evadirse de tanto trabajo?

J.P. Laura y yo paseamos mucho delante del mar. Tengo esa obsesión por el mar, aunque no sepa nadar. Pero no lo echo de menos porque en el mar muerto nado como un pez. Mi madre creía que tenía algún defecto, pero quizá es que no nadaba en el mar adecuado.

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